1. Un destello y tres chispitas

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Mientras caminaba por la calle, casi cerca de un parque que le traía nostálgicos recuerdos, Hiroki Kamijou pensaba en que eran demasiado pocas sus energías para el día que había llevado. 

El día no había sido nada especial. Incluso había tenido una clase menos debido al inicio del festival, y aún así estaba exhausto. 

Asumió que sus malestares estomacales debían ser de más cuidados de lo que había imaginado. Vomitar tanto le había dejado sin fuerzas. Incluso había devuelto el estómago antes de dejar la universidad, quizá por eso se sentía tan mareado.

Intentando evitar caer y lastimarse, se sentó en una de las tantas bancas de ese parque y recargó la cabeza al respaldo, cerrando los ojos en proceso. 

Se arrepintió pronto de hacerlo. De alguna manera, quedarse quieto le había hecho el efecto contrario, sentía que se había sentado en un juego giratorio y alguien le estaba dando vueltas.

—Disculpe, ¿se encuentra bien? —preguntó la voz de una joven realmente bonita que daba la sensación de ser un hada de luz. 

Hiroki le sonrió sin imaginar que ella era una bruja idiota, culpable de todos sus malestares actuales. O quizá medio culpable, la otra mitad era culpa de Nowaki Kusama, la pareja del castaño.

—Estoy un poco mareado —explicó—, y tengo nauseas de nuevo.

—Probablemente sea la presión —conjeturó la chica—, últimamente ha aumentado la temperatura, aunque no es tan notorio es muy molesto.

—¿Eres médico? —preguntó el hombre y la chica sonrió de nuevo.

—En realidad lo soy —mintió—. Mi nombre es María y le invito a cruzar la calle para que le revise. Seguro en algo puedo ayudar.

—No es necesario —aseguró Hiroki incorporándose un poco, pero María no aceptó su negativa. 

Ella lo necesitaba en el consultorio para explicar algo que ese hombre jamás creería que podría pasarle a él. 

—Insisto —dijo ella—. Como médico no puedo dejar que una persona continúe en su malestar. Así que acompáñeme.

Como pudo, la chica arrastró al hombre al otro lado de la acera para no poder moverlo de nuevo cuando Hiroki vio el título de consultorio. 

"Ginecología y obstetricia" decía.

»Ah —hizo la chica—, no se moleste con eso. Independientemente de nuestra especialidad, todos los médicos hemos debido aprender la medicina general. No soy exclusiva de vaginas.

El profesor iba a renegar, pero el fuerte mareo le hizo aferrarse a la chica que le arrastró hasta una cómoda silla dentro de la habitación.

María hizo algunos chequeos generales. 

Tenía tres meses en la tierra, meses que había utilizado en leer y memorizar cada libro de medicina que había caído en sus manos. Ella poseía más información en su cabeza que la que había en los libros de la universidad médica más prestigiosa del país.

—¿Y bien? —cuestionó Hiroki al ver a la chica guardar algunos de los aparatos con que le había revisado.

—Su presión es baja —anunció ella—, y tiene algo de fiebre. ¿Podría decirme qué malestares ha presentado en los últimos días?

—Náuseas, vómitos, mareos, somnolencia y dolor abdominal —enumeró el hombre y la chica hizo como si pensara. 

La verdad es que no debía esforzarse en imaginar nada, ella conocía el diagnóstico de ese hombre a la perfección.

—¿Cambios emocionales? —preguntó ella y el otro le miró fijamente—. Como irritabilidad —explicó al creer que el otro no sabía a lo que ella se refería. 

Pero Kamijou lo sabía, era un erudito después de todo.

—Bueno, soy naturalmente irritable —dijo un tanto apenado. Tal vez era la fiebre, pero se sentía con ganas de hablar con la dueña de esa amable sonrisa—. Pero me he sentido nostálgico, últimamente.

—Recuéstese acá —pidió la chica dando golpecitos en una camilla ostentosa al otro lado de la habitación.

—¿Es algo grave? —preguntó Hiroki asustado por el cambio de expresión de la chica.

—Solo es algo complicado de explicar —anunció la chica viendo como el hombre se tambaleaba un poco al andar hasta ella—. Levante su camisa y desabroche su pantalón.

Los ojos de Hiroki se abrieron enormes, no entendía mucho de lo que estaba pasando. Pero ella era médico, además de que expedía un aura de confianza que le hizo hacer lo que pedía aunque su cabeza no terminara de procesarlo.

Su cuerpo brincó levemente cuando un gel frío se deslizó por la piel de su abdomen. Y miró fijo a la ruidosa pantalla que la chica miraba con mucho cuidado. 

De pronto la chica sonrió, haciendo que el corazón y pulmones del hombre se detuvieran por un segundo. 

Un leve dolor en el pecho provocó sus lágrimas correr. Ni siquiera había escuchado nada, ni siquiera había concluido nada, pero su corazón le invitaba a ser tan feliz que dolía.

—Es imposible —murmuró tras ganar su lucha contra el nudo en su garganta, sintiendo como si se abriera un hueco en su estómago que, al agrandarse, todo a su paso se tragaba.

—Ni siquiera he dicho nada —dijo la chica de amable sonrisa. El ceño de Hiroki se frunció mientras sus lágrimas aumentaban y su respiración se entrecortaba—. Yo lo llamaría increíble, más que imposible. ¿Cree usted en los milagros?

—No —confesó el hombre apenas audible. 

María sonrió de nuevo, tan amablemente que no permitía al corazón de Hiroki explotar como parecía que haría.

—Bueno, yo sé que pasan —informó María—. El milagro más grande del mundo es el amor. Es increíble que podamos amar a alguien tanto que incluso seamos capaces de hacer todo por su felicidad. El amor correspondido es otro milagro, que la persona que nos ama sea justo la persona que amamos es maravilloso, un milagro de verdad. —Hiroki no dejaba de mirar a la médico, lo que ella decía era completamente cierto, pero no podía creer en lo que ella estaba a punto de decir—. Los embarazos masculinos son increíbles también. No se sabe a ciencia cierta lo que ocurrió para que fuera posible, pero no es imposible, es solo un maravilloso milagro.

Hiroki negó con la cabeza una y otra vez viendo la cálida sonrisa de esa chica que decía locuras.

»Usted debe amar demasiado a su pareja —señaló María—, tanto como para encarnar su amor. La vida le ha dado un milagro, un destello que cayó del cielo le ha regalado tres chispitas de vida, de amor. Felicidades.

El profesor fijó de nuevo la mirada en el monitor de un aparato gris que le mostraba lo que creía era una hermosa mentira. Pero al escuchar con atención pudo apreciar tres golpeteos descoordinados de eso que era su amor encarnado.

—¿Estoy embarazado? —preguntó en un susurro mientras sus ojos se llenaba de esa luz que emitían los latidos de los corazones de sus tres hijos.

—Lo está —confirmó suavemente la chica, emocionada hasta las lágrimas. 

Había sospechado que sería imposible tener el permiso de hacer lo que buscaba en su proyecto, pero al imaginar esas sonrisas se empujó a al menos intentarlo. 

Ahora estaba agradecida de haber cometido tal error. La sonrisa que imaginó no era para nada tan hermosa como la que le alumbraba el rostro al hombre en la camilla. 

Definitivamente defendería ese "error" con todas sus fuerzas, con todas sus ganas.

—Gracias —susurró Kamijou Hiroki mirando algo que siempre creyó imposible, pero que amaría por el resto de su vida, que protegería con todas sus fuerzas y que agradecería para siempre. 


Continúa...

LOS BEBÉS NACEN DEL AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora