Ansiaba que él volviera a tocarla, aunque sus intenciones nunca fueron tocarla, sino ducharla, y eso lo dejó muy claro justo después de que le dio su último baño, recordó el enorme bulto entre sus pantalones y como de inmediato él se alejó dejándola por primera vez en años concluir con su baño, sola.

Y así seguía, tres años tomando duchas largas y sin ese hombre que le lavara el cabello o el cuerpo, tanto tiempo había pasado y aun no lo olvidaba. Pero no era todo, es que entendía cómo funcionaban ciertas partes del cuerpo, sabía lo que era una erección masculina, pero no entendía porque Max se había ido como si fuera lo peor del mundo.

El día de lo ocurrido, había ido a buscarlo para disculparse, cuando lo encontró vistiéndose, sin duda él también se había dado una ducha, aunque ya estaba casi vestido en su totalidad, únicamente le faltaba una polera. Su abdomen marcado, su pecho aparentemente duro y al girarse para tomar algo detrás de él, pudo observar también lo bien trabajada que estaba su espalda, parecía un gladiador, un dios... ya entendía de donde venía ese término de dios griego y es que le resultaba curiosos porque él era un griego.

Cerró los ojos recordando el torso de él, sus manos tocando, a través de la esponja, su cuerpo y gimió al introducir un dedo, con suma delicadeza, en su estrecha y virgen vagina.

El nombre de Max fue expulsado por sus labios en un susurro casi inaudible, pero lo suficientemente alto para excitarse aún más.

No se había dado cuenta de los sonidos externos a la ducha... y a su cabeza, hasta que un grito la sacó de su ensoñación. No, no fue un grito de Máximus, Max nunca grita, además, ese grito fue muy agudo y poco masculino, fue el grito de una mujer.

Se puso de pie como pudo, sus piernas estaban temblando y su centro seguía chorreando y palpitando. Su pulso estaba muy acelerado y sus sentidos no estaban al cien. Quería parar el deseo que sentía por seguir explorando y experimentando los placeres que podía bríndale a su cuerpo, pero necesitaba salir de la ducha para lograr llegar a tiempo al comedor.

Después de vestirse con las prendas que a Max tanto le gustaban, bajó al comedor, lista para él y para cenar. Sin duda su parte favorita del día era la cena, en ella, Max le permitía hablar de otra cosa que no fuera simple educación, ella podía hablar de cualquier tema u ocurrencia en general, pero siempre prefería oír cómo es que le había ido a él en el trabajo. Después de todo, ella no tenía ningún otro tema de conversación porque, sin importar cuan harta estaba de saber y hablar de sus modales, era lo que hacía en todo el día y si se ponía a pensar en un tema entretenido para él, siempre llegaba al mismo lugar; educación, moralidad, modales... ese era su limbo, su día a día.

La dura voz de Max resonaba en la estancia, ese tono sólo se le conocía cuando estaba riñendo a alguien. Y pobre del desafortunado ingrato que sea reprimido por Máximus Griffin.

─Toma asiento─ espetó de mala manera─. La cena se retrasará unos minutos.

Los ojos de Anilem casi se salen de su lugar al saber cuál era el motivo del mal genio de Max: La cena se retrasó y Máximus odia los retrasos.

Los horarios estaban fijos, siempre eran llevados exactamente a la hora que correspondían. Así eran los hermanos Griffin, o al menos podía acertar pues, a pesar de que únicamente veía al señor Rastus Griffin el domingo o en raras ocasiones también en sábado, sabía que ambos estaban estrictamente sincronizados con sus horarios diarios.

─Max─ musitó con las mejillas extremadamente rojas─. ¿Cómo te fue hoy?

Él impasible semblante del magnate cambió por completo, si bien era un hombre cruel, frio, agrio y muchas cosas más; ella siempre lograba sacarle una sonrisa diminuta.

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⏰ Last updated: Sep 10, 2017 ⏰

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Daymel, perfecta obsesión ©Where stories live. Discover now