Capítulo 1.

399 41 24
                                    

La intensidad de cada mirada que le brindaba era como una daga directa a su cuerpo.

Su espalada estaba completamente erguida y su mente estaba siendo explotada al límite. Sus piernas estaban a punto de flaquear pero, nuevamente, pensó en la posibilidad de uno de los tantos castigos y siguió soportando el peso sobre su cabeza.

No había posibilidad de fallar. Y es que no podía pensar en un descanso siquiera como una pequeña opción, para el magnífico magnate que tenía a su lado, eso no podía estar siquiera consideración; ni ella ni nadie que conviviera con él sería un mediocre impotente, una basura incapaz de cumplir con una simple formación básica de la educación real física.

Pero ella era una mujer, la educación de un hombre y una mujer no era muy diferente... Al menos no lo era si se hablaba de educación intelectual o la moral, claro que si hablamos de una formación de educación física, las mujeres siempre tenían más obligaciones y desde luego más conceptos que seguir.

Sentarse derechas. Tener una buena salud y una dieta balanceada. Usar los cubiertos de manera adecuada. Era tan cansado para una chica de apenas dieciocho años recién cumplidos. No recuerda haber tenido que hacer algo más que despertar de lunes a sábado exactamente a las cinco de la mañana para darse una ducha, arreglarse como era debido y bajar al gimnasio donde iniciaban sus rutinas de yoga correspondientes.

¿El desayuno?, eso era exactamente a las siete de la mañana, tres horas después, justo a las diez, ni un minuto antes ni uno después, ella debía estar sentada en el comedor para recibir su almuerzo y posteriormente ir al jardín, mientras su almuerzo hacía digestión, ella pintaba un paisaje imaginario, o en su defecto, a Máximus Griffin. Se recordaba a sí misma cada día que todo lo que él hacía era para su bien.

─Suficiente─ habló el magnate parando su cronometro mientras una sonrisa se dibujaba en sus finos rasgos.

Con toda la clase posible y buscando darle la mejor impresión después de quince años preparándose, ella quitó los libros de su cabeza y sonrió un tanto agotada.

─Tu postura mejora con rapidez.

Ella sonrió sabiendo que Max nunca decía nada que no fuera cierto. Jamás recibiría un comentario viniendo de él a menos que realmente se lo mereciera. A estas alturas cualquier comentario positivo, para ella era una adulación mayor.

Eran las cinco de la tarde con veinte minutos, Max la había dejado esos veinte minutos de más porque no había podido cumplir con una simple postura recta en pocos segundos.

Debía ducharse, vestirse para bajar a cenar y escuchar de manera atenta como le había ido en su día laboral al señor Griffin.

El agua tibia caía sobre su cuerpo, mojando hasta el último rincón, le era difícil no pensar en la última vez que Máximus le dio una ducha. Aunque también recordó de golpe, la causa del porque ya no lo hacía.

Su cuerpo reaccionaba a cada roce que él le propiciaba cuando se disponía a lavar su cuerpo como acostumbraba, pero no sólo ella lo hacía, incluso para él magnate era difícil tener el autocontrol cuando se trataba de ver desnuda a esa que una vez fue una pequeña y ahora ya era toda una mujer.

Y sin evitarlo o siquiera darse cuenta, su mano ya se encontraba acunando uno de sus senos que inmediatamente se puso erecto, sintió un calor en su vientre. Sus piernas cedieron dejando su cuerpo lentamente en el escalón que cumplía la función de banca en la regadera.

Con sumo cuidado guio su mano hasta el centro de su entrepierna, posicionando uno de sus talones sobre el mismo escalón, comenzó con su tarea de tocarse y experimentar como en cada ducha, porque siempre era igual, la imagen del cuerpo de Máximus aparecía en su mente y la incitaba a tocar cada zona de su cuerpo como si fuese él realmente quien lo hacía.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Sep 10, 2017 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Daymel, perfecta obsesión ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora