—¿Doriat también vive aquí?

—No, vive en la siguiente zona residencial. Pequeños edificios, yo prefiero una pequeña casa.

—¿Por qué estamos aquí?

—No puedes volver al complejo hasta que desaparezcan los efectos de la sangre que tomaste. No quiero que los otros concursantes te vean así.

—¿E... está prohibido? —Fernanda sintió como su corazón daba un latido de aprensión, pero Keveth la tranquilizó.

—No, pero podría generar preguntas en los otros. Preguntas que les harían a sus guías que estos seguramente no querrían contestar. Es cuestión de lucha limpia, ya sabes. Para mañana en la mañana estarás con tu mismo aspecto humano de siempre, volverás al complejo y descansaras para la tercera ronda.

Siguieron caminado en silencio, de vez en cuando Fernanda se despegaba del suelo y aleteaba detrás de Keveth. Llegaron al final de la calle. Keveth empujó una puerta de madera blanca y entró.

—¿No cierras con llave? —Ella preguntó mientras lo seguía al interior, él cerró la puerta y meneó la cabeza.

—¿Por qué debería hacerlo?

—Uh... ¿por seguridad?

Fer estaba admirando el lugar. Era todo muy minimalista. En el centro descansaba un único sofá de tela negra y frente a él una pequeña mesa de cristal. Había una especie de cocina, solo que no lo parecía en absoluto. Al menos ella no pudo ver nada parecido a una nevera o aparato similar. Sin embargo estaba ocupada por una mesa de acero en donde descansaban muchas fuentes con frutas varias, predominando naranjas moradas. Una jarra de vidrio llena de agua y vasos de vidrio. No había ventanas, ella se fijó. Al otro lado de la cocina había un diminuto corredor con dos puertas enfrentadas. Supuso que se trataba de una habitación y un baño.

—Supongo que tu inquietud nace de un estilo de vida humano. —Fer abandonó su examen de la vivienda y observó a Keveth. Este se había dejado caer en el sofá con los ojos cerrados, ella caminó hasta él y se sentó del otro lado.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno ya sabes, esa asquerosa costumbre humana de lastimarse entre ustedes. Las hadas no tenemos ese tipo de temores. Si un hada entra en mi casa, te aseguro que no será para lastimarme.

Fernanda recordó su conversación de más temprano con Doriat: «—¿Y cómo le dices a un hada que te cansaste de ella?

—No se lo dices, simplemente no apareces más en su puerta.» y pensó: «Vaya, quien pensaría que iba en literal.»

Permanecieron en silencio. Fernanda dobló una de sus alas y se envolvió con ella mientras la examinaba. Era sumamente suave, como si estuviera hecha de terciopelo. Pero a diferencia de las alas de las demás hadas, las suyas parecían que se desharían en cualquier momento. De pronto se encontró pensando en cómo sería ser un hada. Con alas siempre a su disposición y aquellos dones mágicos tan maravillosos que había visto en los antiguos.

—¿Tu puedes hacer magia? —Keveth abrió los ojos pero no la miró, sin embargo esbozó una sonrisa.

—A veces, sí. La magia de hada funciona diferente en los antiguos. Ellos no se quedan sin energía.

—¿Y tú?

—Cuando las hadas jóvenes usamos magia, debemos descansar luego para recuperar energías. Y así será hasta vivir lo suficiente.

—Algún día serás un antiguo —Fer afirmó y él la miró con lo que ella pensó era satisfacción.

—Dos puntos. —Fer sonrió, la cuenta iba por doce. Podría hacerlo, aun le quedaba tiempo, así que sintiéndose confiada continuó la conversación. La verdad era que mientras más sabia sobre las hadas, más interesante encontraba todo.

La senda de las flores [La Senda #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora