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—Algo que debes saber sobre las hadas. —Era el primer día lo que Fernanda anticipaba iba a ser una largo, complicado e inentendible camino. Sus hadas guías estaban frente a ella, en la mitad de su habitación y ambas le ofrecían lo que sería su armamento durante el largo torneo. Doriat le tendía un carcaj lleno de flechas y Keveth un arco, pero no el mismo arco con que había estado entrenando, aquel era diferente. El tamaño era perfecto, como si lo hubieran hecho pensando en ella. La madera era pulida y lisa, con unas líneas justo en donde ella lo tomaría al apuntar, como una especia de agarre. También era increíblemente ligero, Fer sospechó que contenía algo de magia de hada. Cuando por fin se halló con la fortaleza suficiente para despegar la vista de su arco nuevo, tomó el carcaj y lo enganchó en su hombro, alzó la mirada y contempló a sus guías. Doriat con su ya tan característica sonrisa, concluyó la frase que estaba diciendo—. Somos impredecibles.

Fernanda supo por qué lo decía, lo decía en referencia a Keveth y su inesperado regalo. Él también debió intuirlo porque arrojó una mirada a Doriat que este recibió con otra sonrisa. Keveth volvió su mirada hacia Fernanda y, o se sintió en la obligación de aclarar su acción, o simplemente estaba siendo él mismo una vez más. Cualquiera fuera el caso Fer pensó que nunca olvidaría su detalle.

—Necesitabas un arma con la que te sintieras cómoda. El otro arco te venia grande. Con este te moverás mejor y lucirá mejor en ti. Son ventajas necesarias. ¿Lista?

Asintió, durante la noche se removió en su cama pensando en todo lo que vendría. Pensando y creyendo que no estaba lista para eso. Un torneo mágico en la tierra de las hadas, debía ser una broma. ¿Cómo era posible que ella, una simple pastelera terminara metida en una cosa así? Era una cosa de cuento, de película, de imaginación. Sin embargo allí estaban. Hadas, magia, existía y se desplegaba a su alrededor.

Además, se sentía extrañamente tranquila. A diferencia de lo que había creído durante la noche, una vez sintió su arco y flechas, se sintió serena. Como si aquel torneo fuera algo que ella había estado esperando durante mucho tiempo. Como si muy en el fondo de su corazón, siempre hubiera sabido que estaba destinada para algo más grande que su simple vida en el mundo humano.

Al principio le ofendió la aseveración de Keveth y de la reina misma, sobre que ella no tenía una vida en el mundo humano. ¿Quiénes se creían para decir que su vida era vacía, monona y sin sentido? Pero entonces, mientras se dejaba conducir por sus guías fuera del complejo, no podía negar que era verdad. Allí se sentía diferente. Se sentía especial, mágica, importante.

Ella misma escogió su indumentaria y peinado. Desde aquel día tenía que tomar las decisiones basadas en las enseñanzas de sus dos guías y por la mirada y sonrisa de aprobación de Doriat al verla, por lo menos en la parte estética parecía que lo estaba haciendo bien.

Tenía el cabello en un semi-recogido. Para eso trenzó una parte por sobre la cabeza, a modo de un cintillo en forma de trenza con su propio cabello y el resto del cabello lo dejó caer suelto hacia atrás. La ropa era de tela fina, conformada por un ligero vestido color crema que caía a medio muslo. Debajo del él llevaba unos pantaloncillos blancos elásticos y una ligera blusa también de tela elástica que mantenía sus pechos en su lugar. El vestido tenía ligeros detalles en hilo dorado.

Fer sintió el suelo de tierra y pasto en sus pies desnudos. Cuando salieron del complejo vio a los demás participantes. Las mujeres usaban diferentes conjuntos. Algunas, igual que ella optaron por ligeros vestido. Fer pudo ver vestidos lilas, verdes y rosas. Otras optaron por pantaloncitos cortos y blusas holgadas, en tonos tierra y negros. Los hombres iban todos de camisa y pantalón, pero los colores variaban. Algunos iban de color crema, otros en verde y los más atrevidos en negro. Todos estaban siendo escoltados por sus guías y se alejaban del complejo.

La senda de las flores [La Senda #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora