N de Neandertal

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¿Alguna vez has viajado a la época del pleistoceno medio o superior? Es un chiste, si hubieras ido yo lo sabría.

En esa época la vida era bastante difícil para la mayoría de los seres existentes; todos peleando por espacio, agua, comida, ¡hasta por una pareja decente! Los más fuertes siempre terminaban llevándose a las mejores, deshaciéndose de toda la competencia que pudiera haber y sí, me refiero a matar. En esa mala costumbre de la cultura neandertal empieza nuestra historia.

Antes de continuar, por favor déjame pedirte lo siguiente: Nunca olvides, que siempre ha habido una oveja negra, siempre; incluso antes de que existieran como tal, y siempre la habrá. ¿No me crees? Bueno, tal vez es porque la oveja negra eres tú. Ahora déjame continuar.

En este lugar, la oveja negra era en realidad rubia.

Dato interesante: Hitler no era el único loco racista. Los neandertales eran racistas también, pues si nacías con el cabello de un color notablemente más claro eras automáticamente denigrado. ¡Irónico si lo piensas! Ya sabes, los neandertales eran, hablando con tecnicismos, europeos. Europeos racistas con los blancos... ¿entiendes? Como sea.

Un neandertal, de entre todos los rubios con mala suerte, contaba con mayor mala suerte que el resto y no necesariamente por su color de pelo. Me explico: era demasiado bueno.

¿Que qué hay de malo en eso? ¡Debes estar bromeando! Ser bueno no es bueno si eres un neandertal hombre –¿o es macho?— ¡Es de débiles! No puedes vivir en la era Cenozoica y ser débil, ¡todos saben eso!

Nuestra pobre oveja negra tenía tal falta de suerte, que un día se vio en medio de una pelea por el pedazo más grande de mamut restante, ¡la peor parte es que ni siquiera estaba riñendo por el pedazo! Solo intentaba separar a los involucrados para que no se mataran, sin mucho éxito.

—¡Hmm! —gritó el rubio, metiéndose entre los brazos de ambos, diciendo lo que se podría traducir como «¡Basta!».

El más robusto de los nean —llamémosles así de cariño—, apenas deteniéndose un momento para procesar quién se había atrevido a entrometerse en su gloriosa pelea, giró medio cuerpo y le estampó una patada en el pecho que lo hizo caer sobre su oponente. Éste, más asombrado que equilibrado, soltó inconscientemente el tan codiciado pedazo restante para rebotar de pompas en la tierra. Ahora esa carne no era de nadie, y el gigantesco hombre caído tenía un severo caso de rabia, acompañado de una oveja-negra-en-demasiados-problemas sobre él.

—¿Hmm? —preguntó con miedo nuestro muchacho en su versión de «¿Te encuentras bien?», con tanta vergüenza que ni siquiera volteó a ver al nean que aplastaba.

Sin tomarse la muestra de preocupación tan bien como cualquier persona del siglo XXI hubiera esperado, el neandertal caído soltó un grito tal de enojo, que, de estar vivo, habría hecho tropezar al mamut.

—¡Hmm! —le aconsejó una de sus muchas hermanas, como cualquier otra hermana haría si acabara de presenciar tu infortunada caída sobre uno de los más fuertes y violentos chicos bravucones de la cuadra.

Sin pensarlo dos veces, el rubio se levantó y corrió como alma que lleva el diablo, pensando «No otra vez, ¡otra vez no! ¡Es la tercera en este mes!» aunque todo lo que podía decir era ¡Hmm!

Como se imaginarán, incluso las más antiguas y salvajes culturas tienen leyes. Para el homo neanderthalensis, las cuatro reglas principales, eran:

1. No te comas a nadie de tu familia directa.
2. Nunca intervengas en una pelea de comida.
3. No caigas encima de nadie.
4. No rompas más de tres veces las reglas al mes o serás cena para la tribu.

No te asustes, no había intentado comerse a ninguno de sus padres; sólo interrumpido accidentalmente otra pelea de comida. Ahora, sin más oportunidades restantes —al menos por ese mes, podía volver al siguiente cuando su cuenta estuviera de nuevo en ceros—, no tenía más opción que huir, específicamente: hacia mis brazos.

¡Aquí entra mi bondad! La única opción viable era que me lo llevara de ahí. En el momento realmente no consideré a dónde, ¡cualquier lugar era mejor que eso! Lo habría enviado a las Bahamas del 2013 conmigo, digo, después de todo lo que había sufrido lo merecía, ¿cierto? pero estaba teniendo unas vacaciones tan excelentes... no quería perturbar la paz de aquel año con su peluda presencia —obviamente—, así que lo mandé al único lugar en el que pude pensar: cualquier otro lado.

Nathaniel y su viaje por el presente (#PGP2018)Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum