IV

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Vuelven a casa en dos coches, y Elena sólo quiere volver a Bilbao. Así no tenía pensado empezar su estancia en Vitoria, pringada y odiando desde el primer segundo a un chico. Antes de bajar del coche, Íngrid sabe que debe hablar con su hermana de casi 21 años.

— Como son las casualidades de la vida, ¿eh?

— Las casualidades son horribles.

— Tampoco es para tanto.

— ¿Qué no? Madre mía, te digo yo a ti que sí.

— Estás fatal.

Las hermanas entran en la casa, los chicos ya está en pijama preparados para dormir ya que mañana temprano deben ir a entenar. Elena se despide de su hermana y cuñado para ir a su habitación.

Entra, enciende el aire acondicionado y se sienta sobre la cama, busca su pijama en la maleta que hay sobre ella, y marcha a la ducha del baño individual que tiene en su cuarto por esa semana.

Mientras cae el agua sobre ella piensa en que no debería haber venido, que debería haber esperado a que su hermana se pasara por Bilbao. Ya no por el motivo de que le ha tirado una coca cola encima alguien que parece un creído a simple vista, si no porque se ha dejado una conversación pendiente en Bilbao y otra en Madrid.

Al acabar de ducharse, se enrolla en una toalla y camina hasta la habitación sin hacer ruido, todo está en silencio supone que están todos durmiendo. Cierra la puerta con el mayor sigilo posible y sobre la alfombra tras quitarse las chanclas, desliza la toalla hasta quedar completamente desnuda.

— Guau.— balbucea el chico que acaba de entrar a la habitación sin avisar y cierra la puerta.

— ¿A ti qué te pasa? — reacciona Elena susurrando y poniéndose de nuevo la toalla — ¿Qué narices haces aquí imbécil?

— Venía a pedirte perdón, fiera.

— Ni perdón ni hostias, fuera.— susurra Elena empujándole fuera de la habitación

Aprender A Quererte | Marcos LlorenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora