16.Un día para olvidar o quizás no...

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―¿Dafne?―al reconocer la voz de Damián le dio la espalda a la puerta y comenzó a secarse las lágrimas con la palma de la mano pero luego recordó que tenía la otra mano llena de papel.

―Vete, déjame en paz.―gritó sin voltearse mientras limpiaba las lágrimas a toda prisa.

Sólo había una sola persona que no quería que la viese llorar y estaba ahí ahora mismo.

―No.

Escuchó la puerta del baño cerrarse pero aún escuchaba la respiración de Damián allí, ¿él había entrado al baño de mujeres?

―¿Quién te mandó esta vez mi padre o el tuyo?―preguntó con acidez dándose la vuelta una vez que se limpió todas las lágrimas, él frunció el ceño ofendido.

―¡Ninguno! ¿¡Por qué siempre das por hecho que me mandan ir tras de ti?! ―preguntó Damián a gritos para luego sacudir la cabeza; ella enarcó la ceja.―¡No me mandaron tras de ti, ¿vale?! Vine porque quise, estoy preocupado por ti.

―Oye, oye... ¿entonces estás diciendo que entraste al baño de mujeres por voluntad propia?.―dijo señalando con sus manos el lugar donde estaban, él hizo una mueca de desagrado.―Hay normas, los chicos no pueden entrar aquí.

―Sí, lo sé... no me siento orgulloso de entrar pero aquí estoy, sólo quería ver si estabas bien.―contestó el pelirrojo dando un paso hacia adelante.

― ¡Estoy bien! ¡Ahora fuera!―gritó señalando la puerta.

Quería llorar, quería desahogarse, pero no podía hacerlo si estaba él delante, ¡no podía llorar delante de su enemigo! No podía permitirse que Damián la viese llorar, ella era fuerte y siempre presumía de eso, llorar delante de él la haría ver débil.

―Si quieres que me vaya tendrás que echarme mujer inútil.―expresó el pelirrojo cruzándose de brazos.

Bien, él se lo había buscado, lo echaría a patadas y descargaría parte de su rabia y frustración en sus costillas. Caminó hacia él con enfado y los puños bien apretados pero antes de que pudiera hacer su primer movimiento él se movió con rapidez y la atrapó entre sus brazos.

―¿Qué estás haciendo? ¡Suéltame para que pueda echarte a patadas!―reclamó con enfado y maldiciéndose por no haber visto sus intenciones.

―Llorar está bien, eso no quiere decir que seas débil.―aseguró Damián con seguridad haciendo que dejase de revolverse incómoda.

―Lo sé, pero no quiero que tú me veas.―contestó de mala gana.

―Tal y como estamos no puedo verte la cara.―dijo él por lo que se dio cuenta de que tenía razón; si ella permanecía así con la cabeza agachada escondida en su pecho él no la veía.―Soy genial, lo sé... ya me dirás lo increíble que soy más tarde cuando tu hermana y Ann estén fuera de peligro.

―No hay quién te aguante.―murmuró en voz baja con la voz quebrada sintiendo como el olor de Damián la rodeaba.―¿Por qué haces esto?

―Tú me consolaste cuando mis abuelos murieron, es justo que yo te consuele ahora.―respondió el pelirrojo fortaleciendo el agarre por su espalda y cintura y apretándola más contra él.

Es cierto, cuando tenían once años murió uno de sus abuelos y dos años después murió el otro y en ambas muertes estuvo apoyándolo mientras lloraba hasta quedar dormido. Luego hacían como si nada de eso hubiera sucedido y seguían con su particular guerra de golpes, bromas e insultos.

Apretó su mano sobre la camisa de Damián y sintió como sigilosamente las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos y a bajar lentamente por sus mejillas.

Cállate y Bésame (TQST Libro #2)© [EN LIBRERIAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora