PACTO DE PIEL Primeras páginas

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UNO. Noche 

Hace ya horas que ha caído la noche. Sobre una casa aislada en las afueras de la capital, las estrellas brillan con rabia en el cielo, como compitiendo con las luces de la cercana Zaragoza. En medio de las aterciopeladas tinieblas, saturadas con el aroma de las rosas de los cuidados jardines del unifamiliar, el silencio tiene ojos. Y ella lo sabe. 

La mujer lleva tacones, estrechos, mas la observo deslizarse sobre las puntas de sus zapatos con la gracia de una bailarina, apenas arrancando susurros apagados al césped. Sin medias, sus piernas se pierden en una minifalda ajustada, de la cual una chaqueta de traje apenas deja ver unos dedos de suave tela oscura. No lleva pendientes, ni cadenas, ni nada que pueda tintinear. Sus labios se unen, relajados, en una media sonrisa que revela la soltura con la que realiza su trabajo, que habla de esa confianza que da la costumbre; su melena, ébano y larga, está recogida en una trenza baja. Tan solo sus ojos esmeralda podrían delatarla, por eso los lleva velados tras unas Ray Ban. Tiene estilo. 

No le resulta muy difícil esquivar a todos los vigilantes. Como encargado de su equipo de apoyo, le he pasado los cambios de guardia, así como los lugares por los que patrullan, y para ella la noche es más que una aliada: es como el útero materno. Algo irónico, siendo que ha sido creada por los ángeles. 

Cuando llega a una de las ventanas, cerradas y enrejadas, la veo ladear unos grados su cabeza; está escuchando alguna frecuencia de sonido que muy pocos pueden oír, yo entre ellos. Entonces cambia de plan, decide que mejor lo intenta por otro sitio. Se acerca a la entrada principal, una imponente puerta de acero cuyo único adorno es un relieve de símbolos rúnicos en su dintel. Vuelve a ladear la cabeza y sonríe complacida por la ausencia de sonido. Después su figura se difumina, se convierte en algo tan intangible y translúcido como un holograma y atraviesa el metal. Al hacerlo, la temperatura baja de manera brusca a su alrededor. El frío se transmite hacia los guardianes, arrastrado y difuminado por la suave brisa primaveral, provocando que se estremezcan como tocados por el hálito de un espectro. Aunque no lo achacan a ninguna causa sobrenatural. 

Deberían estar mejor entrenados. 

El pasillo está oscuro, la alfombra que lo cubre ahoga el ruido de las pisadas femeninas, las cuales ascienden por una escalera amplia y siguen avanzando, evitando ahora a los guardaespaldas de su presa, hasta que llegan a la entrada entreabierta de su dormitorio. 

Ella se desliza dentro. 

Y yo, a través del vínculo que nos une, puedo percibirlo. Puedo sentirlo. 

Aunque él no está dormido: está sentado en su escritorio, de espaldas. La luz de la lámpara de mesa daña los ojos de la mujer que pese a las gafas de sol tienen que reajustarse. Se las quita. El tono verde vibrante de su mirada se apaga hasta uno tan claro como el de un estanque, uno rodeado de árboles y fecundo en nenúfares. Desabrocha su chaqueta y saca una daga de la funda que lleva sobre su camiseta negra. La empuña. La bombilla arranca destellos de su filo de platino y entonces, sin levantarse, él se gira. 

Unos iris de un marrón profundo la miran con resignación y pena. Y sus labios, unos labios que no es la primera vez que ve, unos que ha besado con un deseo que se niega a reconocer, unos que ha sido tentada a saber qué se siente al hacerles perder su irreverencia con la presión de los suyos, se curvan con tristeza. 

Y yo odio verme abocado a saber todo esto a través del pacto que me une a ella. 

-Has venido. Esperaba que no lo hicieras. 

-Tú. 

La mujer grita la sílaba en voz apenas audible, manifestando así su sorpresa, el duro golpe que le supone verlo allí, en la habitación del hombre que está buscando. Entre todos los del mundo, es el último al que desea matar. 

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⏰ Last updated: May 09, 2012 ⏰

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