Capítulo segundo

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A LA mañana siguiente, cuando acabó de vestirse, Shirabu pasó a buscar a Goshiki a su habitación. El moreno estaba sentado en el sillón junto a la ventana.

—Todo aquí es muy hermoso —dijo cuando escuchó al mayor entrar en su alcoba—. Y poder verlo con tus propios ojos, en vivo y en directo, lo hace aún más asombroso.

Claro que se refería al paisaje que podía verse a través de la ventana, de lo que hacía la vida al otro lado: más allá, entre los rascacielos, al fondo podía verse las siluetas de las montañas en su verdor, y arriba, el cielo se mostraba pintado con los más brillantes y mejores tonos de azul que el pintor pudiera emplear en su pintura. Pronto acabaría el verano y llegaría el sabio otoño a apagar la vida, pero eso no parecía importar y el ambiente permanecía con su frescura y su verdor. Las abejas revoloteaban y cogían polen de las flores. La vida estaba en su máximo esplendor. El mundo era maravilloso.

—Desayuno y nos vamos. —Rue lo único que dijo el pelimiel.

Shirabu vivía cerca del distrito comercial, así que irían caminando por la subcalle. El distrito comercial más bien caía en la categoría de boulevard, en su versión moderna. Predominaba un estilo geométrico y los edificios no eran muy altos, a excepción única del gimnasio vertical, que era una estructura en forma de cono de helado que en sus pisos superiores reemplazaba los típicos paneles blancos por unos grises con vidrieras azules. Estas arquitecturas alojaban una gran variedad de locales y comercios: desde tiendas de ropa para toda la familia y zapaterías, hasta cafés y restaurantes, también librerías, mueblerías, floristerías, clubes, entre muchos otros más.

Entraron a una tienda de techo alto. Inmediatamente, una de las encargadas se les acercó.

—¡Oh, cariño, qué mal pinta llevas con eso! —Se dirigía a Goshiki y su aburrido mono gris—. Déjame ayudarte con eso —era una androide diseñada exclusivamente para... pues, para eso: para ayudar a la gente a vestirse bien. Los criminales de la moda escaseaban hoy en día.

—¡Está bien!

Los dos androides desaparecieron entre los estantes llenos de prendas y Shirabu se sentó a esperar en un sofá frente los vestidores.

—Ten cuidado cuando te pruebes las cosas. No vayas a romper... nada.

Demasiado tarde: Shirabu tuvo que pagar 120UTOS adicionales por un pantalón tubo que Goshiki rasgó cuando trataba de ponérselo.

Pasaron por varias tiendas y Shirabu le compró a Goshiki un montón de ropa, zapatos y accesorios nuevos con los que podía ir llenando el armario rotatorio. Ambos llevaban colgando de los brazos un montón de bolsas, y el mayor lo único que quería era volver ya al apartamento, pero acabó dejándose arrastrar por el androide al interior de una tienda de mascotas sin oponer resistencia alguna.

—¡Awww, son tan adorables! —Se refería a un grupo de cachorros que jugaban entre ellos dentro de un corral—. ¿Podemos tener un perrito, Profesor? ¿Podemos, podemos? ¡Por favor!

—No. Nunca. Jamás —gruñó Shirabu en respuesta, y el semblante del moreno se tornó triste —. Puedo comprarte un videojuego, si quieres, o cualquier otra cosa, pero nunca un perro —sentenció.

Pero la expresión de Goshiki no cambió, y siguió contemplando a los perritos jugando en el corral. ¡Eran tan adorables! ¿Cómo el Profesor podía negarse a cuidar a una de esas bolitas de ternura...?

—Oh, vamos. Déjalo ya. —Miró la hora en su reloj inteligente—. Luego discutimos esto. Ya debemos irnos.

Goshiki se despidió de los cachorros y salieron del local.

La Máquina de ser Feliz | Haikyuu!!Where stories live. Discover now