PARTE VIII

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Faltaba para las cinco de la madrugada; su trasero estaba entumecido de mantener la misma posición. Benjamín dormía plácidamente enrollado. Y la cabeza de Ángel descansaba mitad sobre un barrote, mitad sobre su hombro en una pose confiada y relajada. Las mejillas de Leo se sentían adoloridas de tanto reír, sus ojos lagrimeaban y estaba doblado sobre sí mismo sujetando su barriga.

Pasar una noche en un calabozo definitivamente no debería estar siendo tan divertido.

—Entonces, —continuó Ángel cuando logró contenerse para hablar. —mi padre entró en casa, vio al chico que me acompañaba con los pantalones a medio camino en sus piernas, era evidente lo que estábamos haciendo, su rostro se tornó de un morado alarmante, fue como tener a Barney fulminándome con la mirada. —Leo lanzó una carcajada llorosa, Ángel le miró retorcerse con una risa satisfecha. Quién diría que recordar su fatídica primera experiencia sexual sería tan divertido. —En fin, mi cita arrancó a medio vestir y fui castigado por un par de meses, está de más decir que no volví a ver jamás a quien pensé era el indicado.

Negando, Leo tuvo que secarse los ojos.

—Jesús, eres hilarante. Toda tu vida ha estado plagada de anécdotas dignas de una rutina humorística. ¿No has pensado en hacer comedia?

—Oye, me alegro de que mi desgracia te divierta, te aseguro que para mí no lo fue mientras sucedía.

—Ya, pero ahora eso es pasado, tienes esa sonrisa de dientes perfectos desde que empezaste a contarme tus historias, ¿cuál es el punto? ¿Enamorarme un poco más antes de que salga el sol por completo?

Ángel sonrió más grande. Era como si no pudiera dejar de hacerlo.

—Basta, lograste contener tu coqueteo por... —Checó su reloj de pulsera para estar seguro. —exactos veinte minutos, es un nuevo récord.

Leo le guiñó.

—No habrá otro, en cuanto salgamos de aquí, tu y yo iremos por el desayuno, ¿has probado la mano francesa de Chaton? —Ante la negativa del chico, los ojos de Leo se iluminaron. —Oh, te juro que no has vivido, tienen los mejores...

—¡Leonardo Rodríguez! —llamó una voz desde la puerta. La reja de la celda de Leo se abrió para mostrar a un nuevo policía, el tipo era más alto y más joven que el anterior. Su mirada barrió sobre ellos. —¡Fuera! ¡Benjamín Donofrio!

Ben saltó sobre sus pies haciendo una inestable pose militar.

—¡A sus órdenes! —gritó.

El policía le gruñó.

—Han pagado sus boletos de salida.

—Oh, sí, gracias señor —Benjamín se sacudió espabilando, corrió fuera de su celda a la velocidad de un rayo, atravesando la puerta que conectaba con la estación de policía sin mirar atrás.

Leonardo por su parte, se sintió alarmado. Se puso de pie, miró hacia el policía y luego a Ángel.

—Espera, no puedes irte así... —El chico dijo sonando ahogado. —Nosotros ni siquiera....

—¡Fuera Rodríguez!

Leo negó, su estómago en un nudo doloroso; él creía fielmente en el destino, en que todas las cosas que se cruzan en la vida por un motivo, algo más grande que las personas que se ven envueltas.

Ángel alargó una mano hacia él, una mano de dedos estilizados con las uñas pintadas de un rojo sangre intenso y anillos con piedras que atraparon la luz del lugar.

Leo se dio cuenta de que, por descabellado que sonara, prefería seguir sentado allí en su compañía en vez de tener que cruzar esa puerta solo.

—Ángel, está bien, te veré después.

Ángel negó, se movió con ansiedad pegándose a la reja que los separaba, sus ojos brillantes con frustración contenida, casi como si quisiera atravesar los fierros sólidos para aferrarse a Leo.

—No tengo tiempo para esto... —El oficial entró.

Leo se hizo adelante, asiendo a los barrotes un segundo más, presionó sus labios contra los de Ángel; fue un beso aún más casto que el único anterior que habían compartido, pero que, como aquel, les hizo acelerar el corazón.

Había demasiadas cosas en Leo que simplemente... calzaban para Ángel. Y viceversa.

El oficial de turno suspiró, tomando a Leo por el brazo y lo sacó de la celda.

Esperaba ver el rostro enfadado de su padre esperando por él, en su lugar, su diminuta madre estaba sonriendo en su dirección.

—Hola ma'. Lo siento. —dijo a modo de saludo.

Ella ngó y lo arrastró hasta el refugio de sus brazos para un abrazo. Leo tuvo que doblarse para aceptar el amoroso gesto, apretándola más de lo necesario, escondiendo su rostro en su cuello, sintiéndose vacío de alguna manera.

—Nada de lo siento, no me has dado una queja en años, ya casi estaba perdiendo las esperanzas contigo. —Ella plantó un beso sonoro en su mejilla, echándolo atrás para mirar su rostro. —¿Qué tienes hijo? Ese color no me gusta. ¿Los trataron bien aquí?

—Sí, descuida, fue un malentendido. Debe ser el cansancio. —El nudo en su tripa se apretó nuevamente, sintió el deseo de echar un vistazo hacia atrás, hacia el lugar de las celdas. Era inútil, la puerta que los separaba era gruesa y no vería nada, pero saber que Ángel seguía allí... —¿Dónde está papá?

Su madre se rio, sus pequeños hombros saltando con el gesto.

—Durmiendo —contestó con simpleza. Con un último gesto a la policía de turno, los guio a la salida. —Tu padre está más entusiasmado de lo que quiere demostrar por el juego de hoy. Me pidió su camisa de los domingos tan pronto cruzaste la puerta para salir. Se acostó temprano y afortunadamente fui yo quien atendió la llamada del oficial Miranda. Él dijo que era un mero trámite sacarlos de aquí, tienen que hacer desordenes reales chicos, se les está agotando el tiempo.

Leo fingió una sonrisa que no llegó a sus ojos.

De alguna manera dejar la estación se sentía como dejar una parte de sí atrás, una parte que hasta esa noche no sabía que tenía. El aventurero Leo, el coqueto, el que se quería arriesgar por chico hermoso que había tenido la posibilidad de conocer. En realidad, debía haber hecho algo muy grande en su vida como para que la fortuna le haya dado siquiera la posibilidad de cruzarse con Ángel.

—Si nos apresuramos, creo que podremos llegar a tiempo para que busquen sus cosas y estén temprano en el campo —La voz de su madre se abrió paso en los pensamientos nostálgicos de Leo. Ella le miró por el retrovisor una vez montados en el carro. —Espero que la noche de juerga no les pase la cuenta, ahora Benjamín indícame el camino a tu casa desde aquí, no termino por comprender cómo funciona el famoso GPS, me perdí en tres rotondas antes de dar con la estación.

Ben miró a su amigo, había un gesto desolado en él que no había visto nunca. Si no lo conociera mejor, arriesgaría a decir que lucía como si hubiese tenido una ruptura del corazón. 

Flores en el cabelloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora