II. El libro

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Sahira abrió los ojos, cegada por el sol, y asustada por un ruido que desconocía. Tenía muy reciente el pequeño susto de la noche anterior, y no entendía a qué venía ese sonido, ese atroz castigo. Ding dong. Volvió a sonar, y comprendió al momento lo que era. ¡El timbre! Había quedado con Marcos para desayunar a las diez, y eran las... Miró su reloj, y no se sorprendió ni por un momento al ver que eran las diez y media. Su amigo había llegado, obviamente, tarde, pero ella iba a tardar aún más.

Se levantó apresurada, tanto que ni siquiera vio el nuevo libro que había aparecido en su estantería. Pasó totalmente desapercibido, pese a que ella conocía al dedillo todos aquellos tomos; solo colocaba en su dormitorio aquellos libros que había disfrutado mucho, o que tenía pendientes por un motivo u otro. Se sacó la camiseta que usaba de pijama sin miramientos, y se puso una camiseta de tirantes y unos pantalones cortos. No había tiempo para ponerse zapatillas, así que optó por recibir a Marcos descalza. De todas formas, no es algo que fuera a sorprenderle.

Salió corriendo de la habitación y, veloz, bajó por las escaleras hasta el piso de abajo y abrió la puerta. Sus padres estaban trabajando; su madre todavía no había vuelto del turno de noche, y su padre acababa de entrar.

- Vaya, vaya... Sahi, te diría que me ha sorprendido, pero en absoluto - exclamó Marcos, entrando con total confianza en la casa de la chica. Era bastante guapo, aunque no llegaba a ser exactamente lo que podríamos denominar atractivo. Cara de niño, ojos azules muy grandes, pelo castaño oscuro, y una preciosa sonrisa, también aniñada.

- No podemos decir que tú hayas sido el colmo de la puntualidad, ¿no? Simplemente me he retrasado más que tú, pero los dos hemos llegado bastante tarde.

Se rieron a la vez, y caminaron hasta la cocina, hablando sobre nimiedades. Llevaban juntos muchísimos años, demasiados. Sahira observó de reojo a Marcos mientras preparaba dos tazones de cereales, y le vio morderse el nudillo del dedo gordo de la mano derecha. Era un tic extraño, pero que él solía tener cuando estaba nervioso. La chica se mordió levemente el labio, y decidió ir directa al grano.

- Marcos, no te muerdas el nudillo - le regañó, mientras buscaba la leche en la nevera -. Di lo que tengas que decir, y ya está.

Él parecía, de repente, sorprendido. Habían estado hablando hacia dos segundos sobre la modalidad de Bachiller que iban a escoger el año que viene y... ¿Cómo podía saber que algo le estaba pasando por la cabeza? "Me va a tocar hablar", pensó Marcos. Guardó silencio, esperando que la situación pasara a mejorar por sí misma; apenas treinta segundos después, y tras una mirada acusatoria de su amiga, se decidió a hablar.

- A ver, Sahi, no te pienses que es nada malo. Es simplemente que... Bueno, estoy conociendo a alguien, ya lo sabes. Y esa persona está ligeramente celosa de nuestra relación, pero yo no quiero que nada cambie entre nosotros - la risa de Sahira le interrumpió, y le dejó boquiabierto. No esperaba esa reacción. Esperaba un enfado, un reproche, algún síntoma de preocupación por su parte... Pero, ¿una risa? Se cruzó de brazos y aguardó pacientemente a que la chica dejara de reírse. Sahira se sujetó la barriga con una mano, doblando la espalda, haciendo así peligrar la estabilidad del bote de leche. Trató de recuperar la compostura y, lentamente, lo consiguió. Con media sonrisa todavía dijo, con la voz cortada:

- Marcos, no te preocupes. Ya me habían llegado rumores sobre cómo estaba asimilando Carmen que tu mejor amigo sea una chica. No pasa nada, y tampoco es algo nuevo para nosotros. ¿Recuerdas a Pablo? - el chico asintió, lentamente. Pablo era un ex-novio de Sahira. Lo habían dejado hacía unos meses; habían tenido una relación bastante conflictiva, donde los celos de él hacia Marcos habían acabado rompiéndolo todo.

Por mucho que dijeran sus mejores amigas, Sahira no creía que los celos fueran muestra de amor, sino de posesión. Eso es lo que le había llevado a dejar a Pablo, sin miramientos. Si volviera a estar en la misma situación, haría de nuevo lo mismo, por mucho que hubiera querido a Pablo en su momento. Porque el amor no debe atar, jamás. El amor debe dar alas. Sahira vio la cara de preocupación de su amigo y, acercándose a él, le sujeto el hombro con suavidad:

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⏰ Last updated: Jul 26, 2017 ⏰

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La batalla de los Ángeles CaídosWhere stories live. Discover now