Claudeen se encogió de hombros.

—¿Qué harías si fuera así? —preguntó, ladeando la cabeza sutilmente.

Henry no lo pensó dos veces.

—Romperle el rostro, por no decir otra palabra —Cliché dejó ver una diminuta sonrisa.

—Ojalá fuera tan fácil... —se levantó con un impulso. Se arregló la falda y la sudadera, procedió a acomodar sus lentes—. Aunque no creo que lo hagas, no creo que nadie lo haga.

—Di quién es —Claudeen guardó silencio—. No mereces ser tratada así, ninguna mujer lo merece. Ustedes son fuertes por naturaleza, puede que muchas no lo sepan, pero lo son. Aun así, ya has resistido mucho tiempo. Claudeen, deja que alguien te ayude. Déjame a mí, ábrete un poquito a las posibilidades de cambiar tú mundo —en ese momento Claudeen le regaló una de esas miradas llenas de ternura que acostumbraba acaparar Molly. Un fuego cálido subió por la garganta de Henry, de haber sido un dragón hubiera escupido fuego.

No puedes encariñarte con nadie basándote en sus palabras, dijo una voz dentro de Claudeen. Su actitud cambió drásticamente. Su ceño se frunció al descubrirse cediendo nuevamente ante las palabras de un chico. Se sintió muy débil, no físicamente. El verde de sus ojos se oscureció, sus manos se cerraron en puños tan duros como piedras. No cometería el mismo error dos veces, se dijo. Henry la trataba bien por curiosidad, una vez que obtuviera toda la información se olvidaría de ella o peor aún, utilizaría esa información contra ella. Volvería a subir los muros de autodefensa nuevamente, ¿cómo se había atrevido a hablar de más? Así conseguiría lo que menos quería: a Henry Winters en su vida. En realidad, no quería a ningún hombre.

—Siempre he creído que las personas más peligrosas son las que hablan bonito, Winters —el rostro de Henry se rompió en pedazos. La sonrisa de Claudeen resultó tétrica, atemorizante—. Ya aprendí la lección con Frank.

Claudeen se detuvo. El nombre salió de su boca antes de detenerlo. Maldijo en su interior, debía de controlarse nuevamente. Mejor dicho, aprender a controlar sus palabras estando con Henry. A su lado le daba la impresión de poder soltar un río de palabras sin problema alguno, se desahogaba. ¿Cuánto le costaría?

—Te demostraré lo errada que estás.

—Seguro —repuso, poniendo los brazos en jarras.

—Por lo pronto, regresaremos al salón...

—El quinteto ha de estar quemando el lugar —completó Claudeen, prediciendo las palabras de Henry.

—Somos el uno para el otro.

—Si, claro, lo que digas —puso los ojos en blanco, Henry soltó una risita.

—Completaste mi frase, es una señal del destino.

—¿Qué te fumaste?

—Marihuana y mota —Claudeen abrió los ojos como platos—. Vamos, estaba bromeando. Tomo, no fumo, no me drogo y juro que uso condón —soltó una carcajada al ver que Claudeen no podía controlar los colores en su rostro.

—¡Ya! ¡Silencio! —exclamó, agitando las manos—. ¡No me interesan las perversidades que haces!

Entre risas, Henry atrapó la mano de Claudeen y, sin esperar una reacción negativa, la arrastró por el pasillo de camino al salón del consejo. La muñeca de Claudeen era extremadamente flaca, al igual que el resto de ella, se encontraba fría. Le costaba creer que esa chica pudiera adquirir una temperatura mayor, cada vez que había tenido la oportunidad de tener un contacto físico con ella la había encontrado fría. Intentó restarle importancia diciéndose que se debía a su complexión delgada y no al miedo que sentía hacia los hombres.

Soy tu cliché personalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora