-¿Por qué no le preguntas tú mismo?

-Pensaría que me interesa.

-¿Y es así? - repuse con una sonrisa.

Se frotó la nuca con un gesto de vergüenza.

-Sí, pero todavía no quiero que ella sepa.


El día de la práctica de rafting, el cielo estaba un poco nublado, las montañas tenían un gris sombrío y soplaba un viento fuerte. El aire estaba realmente fresco y había caído algunas gotas de lluvia. Me había puesto la chaqueta con capucha más gruesa que tenía, mi favorita, que decía adelante "Club de Remo de Richmond"; lo cual me pareció gracioso considerando que esto no era precisamente el Támesis. Nos dirigimos a la escuela de rafting en minibús que iba a los tumbos por el camino de tierra. Las primeras hojas doradas caían de los álamos y eran arrastradas hacia el río donde encontraban un violento final en los rápidos. Esperé  que no fuera una señal de lo que estaba por venir.

Cuando llegamos, la recepcionista de la escuela repartió cascos, calzado a prueba de agua y chalecos salvavidas. Luego no reunimos en la orilla para recibir una breve información brindad por un hombre de expresión severa y pelo largo y oscuro. Tenía el impresionante perfil de un indígena de Norteamérica: frente ancha y ojos que parecían mucho más viejos que él. Era un rostro perfecto para dibujarlo o, mejor aún, esculpirlo. Si le hubiera escrito una melodía, habría sido atormentada, como las flautas lastimeras de Sudamérica: música de zona agreste. 

-Fantástico, tenemos al Sr. Benedict, el padre de Zed e Yves. Es el mejor -susurro Tina-. Es un genio del rafting.

No podía prestar atención. Al enfrentarme  de verdad con el río turbulento, el entusiasmo por lanzarme a través de los rápidos empezó a decaer.

Al oír nuestros murmullos, el Sr. Benedict nos echó una mirada penetrante y tuve un fogonazo repentino de los colores que lo rodeaban: plateados como el sol en las cimas nevadas.

Otra vez no, pensé al sentir esa extraña sensación de mareo. Me negué a percibir los colores, ni iba a dejar que penetraran dentro de mí. Cerré los ojos, tragué saliva y corté el contacto de manera abrupta.

-Señoritas -dijo el hombre con voz suave, que igual logró abrirse paso por encima del ruido del agua-, por favor, presten atención. Estoy repasando las medidas vitales de seguridad.

-¿Te encuentras bien? -murmuró Tina-. Estás un poco verdosa.

-Son solo... los nervios.

-Todo saldrá bien. No hay nada de qué preocuparse.

A partir de ahí, escuché todas las palabras que pronunció el Sr. Benedict pero pocas se alojaron en mi cerebro.

Concluyo su pequeño discurso enfatizando la necesidad de obedecer las órdenes en todo momento.

-Algunos mencionaron que estaban interesados en andar en kayac, ¿no es cierto?

Neil levantó la mano.

-Mis hijos están ahora en el río. Les avisaré que hay candidatos  para una clase.

El instructor hizo señas hacia la parte superior del río, donde alcancé a distinguir unos postes rayados suspendidos encima del canal. Tres canoas rojas jugaban una carrera por los rápidos. Era imposible reconocer quién estaba en cada una, pero era evidente que eran muy diestros por la forma en la que se deslizaban por el río con movimientos de ballet: piruetas y giros  que me dejaron con el corazón en la boca. Desvié la vista hacia la embarcación que iba al frente de las tres. Parecía llevar ventaja sobre las demás, podía anticipar un segundo antes el siguiente remolino de agua y el próximo giro de la corriente. Pasó debajo del poste rojo y blanco de llegada y agitó el remo en el aire mientras se burlaba de sus hermanos rezagados.

Sky - Finding LoveWhere stories live. Discover now