— Josephine no quiero volver a preguntar con quién estás hablando. —sentenció al adentrarse en la habitación para comenzar a recoger los juguetes y demás cosas que tenía esparcidas por el lugar—. Quiero que salgas y convivas con tus amigos, los reales. Esa amiga imaginaria tuya no sé en qué momento se te ocurrió materializarla, pero si vuelvo a oírte hablar con ella voy a tener que...

— ¡No! No quiero ir de nuevo a hablar con un doctor, no me gusta, es aburrido y además no me entiende.

Tal vez en aquel entonces no comprendía la preocupación de mi madre, pero después comprendí que debí haberle hecho caso cuando me lo pidió. Puesto que, conforme los años pasaron y ellos creyeron que aquella amiga imaginaria había quedado en mi niñez, terminó por continuar acompañándome en las siguientes etapas de mi vida siendo una compañía silenciosa en mis momentos de soledad.


Llamé al timbre en el portón de la residencia, desde afuera se podía apreciar como un lugar bastante acogedor, una casa de un tamaño considerablemente grande me recibió cuando las puertas se abrieron tras un breve intercambio de información a través del comunicador con una mujer.

El camino empedrado bajo mis pies hacía que el bajo tacón de mis zapatos resonara a mi paso por el lugar, de cerca todo lucía aún más impresionante. Desde los arbustos, árboles y figuras de diversas esculturas.

Quien suponía fue la mujer del comunicador esperó en el último escalón de la entrada al hogar con rostro tranquilo. Hizo un movimiento de cabeza a manera de saludo e indicó con su mano que pasara delante de ella.

— El señor Kavanagh...

— La está esperando ya. ¿Se le ofrece café, té? —sus manos fueron directamente a mis hombros ayudándome a retirar el abrigo que me cubría tomándome por sorpresa, accedí a su ayuda sonriendo en agradecimiento.

— Té, por favor.

Se limitó a asentir y tras colgar el abrigo sobre el perchero del recibidor terminó por guiarme a la estancia que reconocí como una sala perfectamente iluminada de una forma que llegaba a ser acogedora, todo el sitio en sí lo resultaba pues cada mínimo detalle parecía bien pensado.

Los cuadros colgados en las paredes con diversos paisajes, el color crema en las paredes y los muebles oscuros gritaban elegancia desde cada rincón. Instintivamente pasé mis manos sobre la tela de mi suéter verde olivo pensando en si era algo apropiado que estuviera a la altura del lugar.

Tomé una profunda respiración observando aún los detalles del lugar dejando que una sensación de satisfacción me recorriera, en conjunto el espacio era de lo más agradable.

De pronto, mi vista fue a parar en un objeto común e inusual a su vez. Sobre una vitrina donde descansaban más objetos como un pequeño florero, un juego de té que podría jurar sería de porcelana, portarretratos con pinturas a tamaño escala, entre otros; un reloj de arena estaba iluminando ese pequeño espacio desde dentro reflejando una tenue luz contra el cristal que lo resguardaba.

Mis pies se movieron por sí solos llevándome hasta estar de frente y poder descubrir el origen de tan inusual objeto. Fuego. Dentro del reloj de arena en la parte inferior emanaba tenues llamas rojizas entre los granos que descansaban indicando una medida de tiempo transcurrido. Mi mano se dirigió hacia el cristal, buscando encontrar aquella fuente de calor cuando una voz a mis espaldas, frenó mi acción.

— Un objeto bastante inusual para todo el que lo ve. Aunque funciona como un recordatorio de lo efímera que es la vida.

La figura alta de un hombre de cabello y barba rojiza se posó a mi lado mirando lo mismo que yo instantes atrás, el reflejo de las llamas de aquel reloj en sus ojos hacía que el verde en ellos se viera consumido. Su mirada pasó a posarse en la mía con reconocimiento, tal vez aprobación de su parte provocando que mi corazón se acelerara como no había hecho anteriormente ante su repentina aparición.

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⏰ Last updated: May 12 ⏰

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