-Eso está muy bien de momento -dijo-, pero, en serio, espero que, una vez haya pasado el primer impulso de euforia, se dedique a buscar algo más elevado que los placeres domésticos y los goces del hogar.

-¡Los mayores placeres del mundo! -interrumpí.

-No, Jane, no. Este mundo no es un lugar de complacencia, y no debe intentar que lo sea. Tampoco lo es de reposo, así que no se vuelva perezosa.

-Al contrario, pretendo estar muy ocupada.

-Jane, la perdono por ahora, le doy dos meses de gracia para que disfrute plenamente de su nueva posición y para que se regocije con los encantos de la familia hallada tardíamente, pero pasado este tiempo, espero que busque, más allá de Moor House, de la sociedad fraternal, la tranquilidad egoísta y la comodidad sensual de la afluencia civilizada. Espero que la fuerza de sus energías la inquiete.

Lo miré sorprendida.

-St. John -dije-, lo considero casi malvado por hablar de esta forma. Yo estoy dispuesta a estar tan contenta como una reina, y usted intenta provocar mi inquietud. ¿Qué pretende?

-Pretendo que utilice con provecho el talento que Dios le ha conferido, del que un día le pedirá cuentas, sin duda. Jane, la vigilaré estrecha y ansiosamente, se lo advierto, para intentar refrenar el fervor desmedido con que emprende los placeres comunes del hogar. No se agarre con tanta tenacidad a los vínculos de la carne. Guarde su constancia y su ardor para una causa adecuada, y no los gaste en objetivos triviales y efímeros, ¿me oye, Jane?

-Sí, como si me hablara en griego. Creo que tengo motivos suficientes para ser feliz, así que lo seré. ¡Adiós!

Estuve feliz en Moor House, y trabajé mucho, igual que Hannah, que estaba encantada de ver lo contenta que me puse y o entre el bullicio de la casa vuelta patas arriba, y de ver cómo cepillaba, frotaba, limpiaba y cocinaba. De hecho, después de un día o dos de la más terrible confusión, poco a poco hallamos placer en poner orden en el caos que nosotras mismas habíamos provocado. Antes había viajado a S... para comprar algunos muebles nuevos, pues mis primos me habían dado carta blanca para hacer los cambios que quisiera, y habíamos apartado una cantidad de dinero para ese fin. Dejé más o menos como estaban la sala y los dormitorios, consciente de que Diana y Mary se alegrarían más de ver de nuevo las sencillas mesas, sillas y camas que las innovaciones más elegantes. Sin embargo, algo novedoso sí había que buscar para dar a su regreso el acicate que yo pretendía, por lo que me hice con bellas alfombras y cortinas oscuras, una selección esmerada de figuras antiguas de porcelana y de bronce, tapicerías nuevas, espejos y neceseres para los tocadores, todo lo cual se veía fresco, sin ser llamativo. Amueblé enteros un salón y un dormitorio de invitados con caoba antigua y tapicería carmesí. Coloqué una estera en el pasillo y alfombras en la escalera. Cuando quedó terminado, me pareció Moor House en esa época tal modelo de bienestar y alegría por dentro como lo era de desolación invernal y lúgubre por fuera.

Llegó por fin el jueves ansiado. Las esperábamos al anochecer, por lo que encendimos las chimeneas de toda la casa antes del crepúsculo. La cocina estaba inmaculada, Hannah y yo estábamos vestidas y todo estaba listo.

Primero vino St. John. Le había rogado que no se acercase a la casa hasta que no estuviese todo dispuesto, y, efectivamente, la mera idea de la conmoción que tendría lugar, a la vez sórdida y trivial, bastó para mantenerlo alejado. Me encontró en la cocina, vigilando la cocción de algunos pasteles que estábamos preparando para el té. Al acercarse al fuego, me preguntó si me satisfacía el trabajo de criada, a lo que respondí con una invitación a acompañarme a inspeccionar el resultado de mis labores. Con alguna dificultad, conseguí que consintiera en hacer el recorrido de la casa. Simplemente se asomaba por las puertas que yo abría, y, después de vagar escaleras arriba y escaleras abajo, reconoció que debía de haberme molestado y cansado mucho para efectuar tales cambios en un espacio de tiempo tan corto, pero no pronunció ni una palabra de complacencia por el aspecto renovado de su hogar.

Jane Eyre - Charlotte BrönteWhere stories live. Discover now