III

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A Ulises le hizo muchas largas antes de una primera consulta. Ni le molestaba que él no creyera en eso y se burlara; ni le hacía gracia el vago interés que tenía sobre su trabajo. Porque para Valeria, fuese o no cierto lo que sucedía en sus cuarenta y ocho cartas, eso era un trabajo. La solicitaban amigos o familiares y le pagaban bien. La solicitaban terceros y hasta cuartos y hasta había tomado posesión de una mesita de un Italian Coffee, por la 4 Oriente, como oficina particular para sus propósitos clarividentes.

La espera se debía, por otro lado, a que no quería a Ulilses tan cerca de su territorio. Valeria veía la cartomancia como un puente que podía cruzar cuando le entraba en gana para salir y entrar de este mundo y de entre la multitud hasta un espacio en blanco, médico y esterilizado. Lo hacía, por sobretodas las cosas, para soltar los nudos de la preocupación. Para olvidarse de los trabajos finales, para no pensar en el divorcio de sus padres, para no discutir más con Ulises, o con Jaime antes que él, o con Luis, tan simpático el muchacho pero también tan celoso.

La cartomancia era suyo. Y sí, estaba siempre alguien del otro lado de la mesa pero todo era circunstancial. Eran las probetas, los vasos precipitados, los mecheros de bunsen. Meros recipientes para su alquimia avezada, para su herbología mediática.

Al final cedió por curiosidad. Nadie es ateo en su totalidad, se excusa Valeria mirando el fuego del encendedor. Nadie carece por completo de interés espiritual, nadie está exento de la duda por la transmigración del alma. Cómo al borde de la muerte, donde todo mundo se acuerda del nombre de Dios y en vano. Tal vez porque quería saber que le decían las cartas a él, por ambos, y estar segura de querer seguir adelante con todo eso de la gestación. Por pendeja, que otra cosa.


Un joven mozo al otro lado del patio delantero toca la guitarra con mucho entusiasmo. No es algo que hace por necesidad, cree Valeria. No tiene las bolsas de los ojos llenas de sueño o la boca atiborrada por la desesperación. Es algo que se reconoce a leguas cuando se ha vivido antes esa misma situación. Por su lado Gustavo no ha reparado en la música en vivo. 

Usualmente lo deja ganar en la mayoría de las partidas pero esa tarde no tiene el ánimo para disimular. Desde su lado crece una colina de cacahuates que se desborda por los lados. Gustavo se ve afectado pero en sus ojos brilla la determinación. Brillan como si los hubiera lustrado con bastante grasa. Valeria puede hasta oler la naftalina emanando de la piel de su frente. Es la sexta taza que le sirven pero la segunda con la que ha pedido, a modo de engaño y en un viaje que ha hecho al baño, que se lo preparen descafeinado. No quiere que la llamen más tarde para una reprimenda. Ha pagado, igualmente, la cuenta hasta ese momento y se dispone a terminar para llevar al anciano de nuevo al retiro. Gustavo, que no es idiota por completo, se ha dado cuenta y dispone el resto de sus cacahuates en una última mano. Ha apostado hasta los cacahuates de la semana que viene y el segundo cigarro que le ha comprado al viejo de hace rato. Valeria no puede menos que aceptar. Cuando las cartas se reparten le toma desprevenida el juego que le ha tocado. Todas coinciden con cinco de las ocho cartas de hace muchos años atrás cuando, por pendeja, a citado a Ulises y así finalmente leerle su futuro.

Viva ValeriaWhere stories live. Discover now