Capítulo II: El perseguidor.

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Me fui a explorar la ciudad. Me importaba poco perderme, la verdad. Acabé, ni dios sabe cómo, en el mercado. Era tan genial... Vendían telas, zapatos, artículos de herrería, accesorios hechos con vidrio de colores, comida... Fui directa al puesto de manzanas. Busqué las más maduras y las pagué con el dinero cogido previamente de la saca de mi padre. Continué mi paseo, a gusto y feliz porque tenía comida que llevarme a la boca. Pero algo me seguía desde las sombras seguras que ofrecían las casas. Tardé en percatarme pero logré ir a una zona sin casi gente para que no hubieran víctimas en el combate. Allí, lo que me seguía se hizo ver. No supe si se trataba de hombre o mujer porque vestía una capa con capucha negra. En cuanto me quise dar cuenta le tenía encima. Me puse en guardia y le arreé una patada que logró desviarle algo. Aproveché esos segundos y me puse las garras. No era plan de destrozar la ciudad o de incendiarla, así que recité algo para aumentarme aún más la agilidad y la fuerza sacrificando un poco mi defensa y me lancé a él como una mala bestia. Salté hacia él y volví a golpearle. Él también se defendía y algunos ataques suyos me lograron dar. Mi enemigo usaba objetos punzantes, como cuchillos o dagas... Me dejó bastante herida al final pero logré derrotarlo. Con una grave herida en un costado, me arrastré hacia él y le agité, cabreada:

-¡Tú! ¡¿Por qué me atacas de la nada?! - Exclamé, pidiendo explicaciones.

Por agitarle tanto, al sujeto se le fue atrás la capucha. Para mi sorpresa... no tenía rostro; ¡era un muñeco de paja! No obtendría respuestas de aquello. Me desmayé, justo a su lado.

-Mm... Interesante. - Dijo una voz entre las sombras. - Una no humana. Quizá sea una amenaza. La vigilaré... - Añadió, antes de desaparecer.

Yo seguía tirada por el suelo hasta que una tercera persona me recogió. Alguien tuvo que ser porque me desperté en la cama de una enfermería.

-¿Estás bien? No te recomiendo moverte, chica... Tienes una herida muy reciente. - Oí una voz.

-Mm... - Vocalicé yo. - ¿Quién es usted...?

-Soy un profesor de esta Academia, hija. Un conocido mío te encontró en la calle y te trajo raudo aquí para que yo atendiera tus heridas.

-Ah... Deberé darle las gracias, entonces.

-Es difícil saber dónde está... Yo le daré tu mensaje. Debes descansar. - Finalizó y salió. Se dejó entreabierta la puerta.

-Descansar, ¿eh? No sé qué es eso... - Me quejaba. No me gustaba estar quieta. Pero me quedé en silencio y escuché voces:

-Ya ha despertado. ¿No quieres ir a verla? - Era la voz del hombre de antes.

-No. Aún no es el momento adecuado. - Dijo una segunda voz en respuesta. Una voz que me resultaba vagamente familiar...

-Ella estuvo años sin verte...

-¡He dicho que aún no es el momento! Prométeme que la cuidarás en mi ausencia, Elbert.

-Lo haré. Tú cuídate, ¿quieres?

-Sí. Gracias por todo y perdón por las molestias...

-Tranquilo. Los amigos estamos para algo, Salomón...

Espera. ¿Salomón? ¿Elbert ha dicho...  Salomón? De golpe me invadió una ansiedad terrible. ¡No podía moverme, le tenía delante de las narices y no podía verle! Frustración. Tristeza. Y morriña. Rompí a llorar en silencio. Pero la conversación seguía. Elbert aún no le dio mi mensaje.

-A todo esto, ella me ha dado un mensaje para tí...

Salomón, quien ya se iba, dando por finalizada la conversación, paró en seco y se giró a Elbert de nuevo.

-¿El qué...?

-"Gracias por salvarme", dijo.

-Je... Típico de ella. - Susurró Salomón con una sonrisa. Elbert no entendió del todo. - Haz lo que esté en tu mano para que ella se quede aquí estudiando. Debo irme.

Y Salomón caminó. Pude oír sus pasos resonar por el corredor.

-Volveré cuando sea el momento adecuado... - Dijo él para sí.

No oí ningún paso más con lo que simplemente debió desaparecer. En cuanto oí los pasos me levanté. No podía permitir dejarle ir. No otra vez. Pero él se fue, sólo le ví cómo me daba la espalda.

-¡Salomón...! - Exclamé con tristeza.

-Chica... - Dijo Elbert.

Elbert me recogió y me devolvió a la cama. El esfuerzo y el movimiento logró que se me volviera a abrir la herida. Elbert me curó otra vez. Quedé mirando al techo pero él quiso tener unas palabras conmigo antes de irse.

-Mina... ¿De qué conoces a Salomón?

-Me salvó cuando era niña del ataque de unos lobos...

-Oh. Ahora entiendo.

-Nada ha cambiado. Sigo siendo la misma incompetente de ese entonces...

-No; sólo eres inocente entre humanos. Deja que yo sea tu tutor. Te lo enseñaré todo acerca de nuestra especie: fiestas, costumbres... Pero quiero algo a cambio.

-¿Estudiar aquí?

-Chica lista. Estudiarás aquí.

-Estudiaré aquí. Sí. - Musité.

Elbert me miró y me sonrió un poco. Me dio las buenas noches y se fue. Cerré mis ojos y me relajé.

-Estudiaré aquí, sí. - Repetí en voz alta cuando ya estaba sola en la habitación. - Y cuando me sienta más poderosa, iré en tu búsqueda. No permitiré que vuelvas a darme la espalda... Salomón. - Añadí, antes de dormirme.

Al día siguiente me tocó hacer una prueba de ingreso. En unos días daban los resultados y me aceptaron. Pero yo no sabía dónde me estaba metiendo. Tras eso, tuve que hacer algo llamado matrícula, que consistía en rellenar unos papeles con mis datos personales. Cuando les dí mi matrícula, los secretarios comprobaron todo ¡y me dieron una llave! ¿Para qué? Yo no entendía nada. Moví mis orejas sin entender pero me hicieron moverme porque otros alumnos aceptados querían entregar la matrícula también. Básicamente fui echada de allí. Sin nada que hacer y sin algo que entender, me dediqué a pasear por las instalaciones más perdida que un guacamayo en el polo norte. Cuando me cansé, salí al patio y lo que ví no me gustó nada. ¡El bedel cerraba la verja de entrada! ¿Dónde me había metido: en una cárcel o un centro humano de estudios? Corrí a detenerlo o preguntar al menos por qué hacía eso pero el bedel fue más rápido que yo y lo único que quedó fue el sordo eco metálico de la verja pegado a mis sensibles oídos. Caí al suelo de rodillas, sobreactuando. Al no entender lo de la llave, dormí al raso, hasta que un cruel pitido me despertó de la peor forma posible a la mañana siguiente. Al parecer empezaban las clases...


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