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Gustavo ordenó que le sirvieran, una vez más, café en su taza. Con esa serían cuatro cargas, piensa Valeria mezclando las cartas entre sus manos. Cuatro tazas y el hombre ni siquiera se inmuta. Está todavía más afable y sereno que cuando está encerrado en su habitación. Pero dicen que lo mejor es no proporcionarle ningún tipo de estimulante, que lleve la fiesta en paz, que a su edad el cuerpo no segrega la adrenalina necesaria para soportar las emociones fuertes. Y sin embargo Valeria recibía, por lo menos dos veces por semana, una llamada entre las seis y ocho dela noche desde el geriátrico con una lista de quejas sobre el comportamiento anormal del interno. Aún dopado y sometido.

Interno es una palabra fuerte, sigueValeria en sus pensamientos. Paciente, demasiado dadivoso. Inquilino,tal vez. O residente, o habitante, o domiciliado. Con títulopráctico y legal. Profesional e impecable, como el traje que siempreviste cuando vamos a salir ¿se lo habrán de lavar ahí adentro?¿planchar y entregar antes de las seis? Probablemente sólo lo usaen nuestras citas y al volver al retiro vuelve el traje al gancho, elgancho a la bolsa y la bolsa al fondo del armario.

Valeria se da cuenta en ese momento deque sí, que es el mismo traje todos los viernes. Las mismas dos piezas de saco y pantalón de algodón color azul marino, la misma camisa blanca a rayas grises y el mismo moño bajo el cuello que hacen juego con el resto de la indumentaria. Le sorprende que apenas se haya dado cuenta de eso y que, muy en cambio, nunca falta la ocasión para halagar con modestia los zapatos de su aventajado acompañante. Un calzado precioso de un color como de avellanas tostadas que brillan sin mesura con la luz de los faroles. Valeria está al tanto de ello porque al recogerlo, sin excepción, se le pega a la nariz el olor a grasa para los zapatos con el que les hadado brillo. Todo el edificio puede apestar a polvo y alcohol y canela y clavo; pero en el cuarto de Gustavo predomina ese olor sintético del petroleo procesado. Cómo el del pabellón que conecta Reforma y la 2 Oriente con todos los que dan bola por diez pesos alas diez de la mañana. Entonces no puede menos que dedicarle un piropo de esos que se dan con un poquito nada más de incredulidad.Tal cual se le chulea a un niño el dibujo que ha hecho en clase con todos los colores saliendo de las líneas.

La mesera le ofrece al mismo tiempo café a Valeria pero ella lo rechaza cordialmente colocando su mano sobre la taza. Todavía no se ha terminado esa y, aunque solo lleva dos y posiblemente pueda tomar una tercera, no le gusta cuando le completan su bebida. Es cuando pierde toda la armonía. Porque a Valeria le gusta su café con dos cucharaditas y media de azúcar. Ni media más ni media menos. Cuando ha bebido la mitad y le llenan de nuevo hasta el tope no sabe como volver a la medida adecuada de dulzor. Le sucede como si le saltara un fusible ¿Entonces le pongo una cucharadita más? ¿Una cucharadita y un cuarto? ¿Tres cuartos nada más? Y se arriesga y revuelve y le da un sorbo y ahora es más dulce de lo que quería.Todo un desperdicio.

Ulises decía que eso era una mamonería pero lo cierto es que Valeria estaba llena de mamonerías.

—Sí, sí, lo soy, soy una mamona y me vale ¿de acuerdo? —le respondía ella cada vez que entraban a un diminuto desacuerdo marital. De esas veces cuando, si iban a tomar, que le destaparan la cerveza en la mesa. De que, si iban al cine ella, tenía que elegir los asientos. De que, si iban a salir y el carro se había descompuesto, o bien no salían o en cambio tenían que ir y volver en taxi. Jamás de nunca jamás tomar el transporte público.

Tampoco es que Valeria viniera de uno de esos denominados buenos hogares de clase alta. Toda su educación fue de escuela pública. Con esos horribles uniformes de falda a cuadros, camisa blanca y suéter. Donde todo el tiempo las impúdicas calcetas por arriba de las rodillas y pobre de ti si le recortas un dedo a la falda. Los baños con olor a nicotina, los pupitres de madera ladeados, torcidos, a la derecha y las toallas femeninas pegadas a las puertas del salón durante el convivio de fin de año en la secundaria.

Ahí, en la secundaria, Roberta, una niña regordeta que solía quedarse en el aula durante los recesos como ella, le había enseñado el exquisito arte de la cartomancia.Arte con el que se quedó prensado Valeria y que siguió perfeccionando durante los años siguientes.

No creía en nada de lo que adivinaba,tampoco ponía en duda las capacidades del azar para coincidir con los eventos de a quién le leía las cartas. Ella lo hacía por gusto, por mero entretenimiento personal. Cómo las que se pintan las uñas y se las quitan a los dos días. Una compulsión, nada más. 

* * *


N/A

Aprovechando que concluyó Katherine empezamos con una nueva historia corta. Las entradas serán ligeramente más largas y de igual forma cada dos días. 

Espero que esta historia les sea de su agrado. Si lo es les agradecería que votaran por la misma y/o la compartieran así sea el caso. 

J.P. Medina

Viva ValeriaTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon