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Dolor.

Y seguía pensando, aunque quizás no tenia que pensar tanto. Kougyoku siempre era extraña para sus cosas. Desde ese día que no lograba sacársela de la cabeza, pensando en eso. Movió giro sus brazos y los estiró.

Le dolía la espalda y el hombro. Entrenaba a escondida de todos, ya que no quería volver a pasar la humillación que vivió en el continente oscuro, del cual Alibaba fue testigo.

Su cuerpo estaba resentido, y los músculos necesitaban de un buen masaje, y por qué no, uno que terminara en un buen final. Sonrió un tanto perverso, pensando en la situación y fue en busca de alguna concubina del palacio que pudiese darle... Bueno, darle lo que él esperaba.

Dado el momento, estaba en su cuarto a pecho descubierto y recibiendo un exquisito masaje en sus hombros. Cierto placer sentía mientras movía su cuello, acomodándose para que la mujer detrás de él pudiese seguir moviendo sus músculos.

La emperatriz bostezaba por los pasillos, después de haber estado leyendo los documentos del imperio gran parte de la noche, llevaba un cansancio terrible, su cabello despeinado y apenas y caminaba. Un aroma, a almendras y melocotón fue lo que la sacó de su somnolencia. Caminando hacia donde provenía tal perfume, llegó a una habitación, muy alejada de lo que era el centro del palacio.

Había pasado tiempo desde la ultima vez que estuvo ahí.

— Judar... —murmuró para sí misma, apoyando levemente la mano en la puerta de ésta. Sabía que la habitación más aislada de todos, era la habitación de Judar.

La puerta se abrió, y lo poco que pudo ver fue a una mujer, dándole un masaje a Judar, quien permanecía con los ojos cerrados. Él los abrió para verla de pie en el umbral.

Se quedó sorprendido mirándola, ella inmóvil le devolvía la mirada, giró sobre sus talones y corrió, corrió lejos, lejos de ese momento.

Muy avergonzaba estaba de haber interrumpido, quizás que cosa.

Quería llorar, tenia enormes ganas de llorar, entró corriendo a su cuarto y se lanzó a la cama, cubriéndose con las sábanas, llorando bajo ellas. Qué presión más grande le aplastaba el pecho, quizás tenía demasiada pena acumulada.

Judar estaba en la ventana de la habitación, había ido tras ella, se había quedado en silencio oyendo cómo la emperatriz lloraba bajo las sábanas. No se atrevió a decir nada, ni a moverse si quiera, paralizado por aquel llanto.

Me gustas.Where stories live. Discover now