Cuando llegaron a una zona llena de piedras y escombros, Julian distinguió qué era lo que habían detonado. Lo que quedaba de una puerta de hierro colgaba por un extremo y Julian sólo consiguió ver algo del interior cuando uno de los japoneses se apartó y dejó que Kei accediera primero al interior de la cavidad. Aún así, sólo adivinó qué era lo único que había en el interior, acurrucado en la pared cuando Kei se agachó frente a ello y le quitó con suavidad un trapo negro que le cubría completamente.

Despacio, se movió también al interior de la estancia. El frío era intenso y un olor a podredumbre y humedad prácticamente asfixiaba el ambiente. El suelo tenía demasiados salientes que se clavaban en la suela de las botas y Julian reparó, antes de subir lentamente la mirada, en los pies desnudos que las manos de Kei acariciaban con cariño. Pero cualquier sentimiento se borró de golpe al clavar la mirada en el cuerpo de Nathan.

Lo tenían completamente atado de pies y manos y la cuerda rodeaba sus muñecas y tobillos y cruzaban la cuerda en una dolorosa postura por la espalda, deteniéndose en su cuello.

Julian no necesitó más luz para imaginar qué eran esas marcas que se distinguían por toda su piel, incluso en la cara y que recorrían su torso y espalda desnudo hasta seguramente más allá del fino pantalón prácticamente rasgado. Ni siquiera se dio cuenta cuando la mano de Rykou alcanzó el cuello del primo de Kei y apartó la cuerda ligeramente, buscándole el pulso.

—Está vivo, Kei.

Julian suspiró aliviado, incapaz de apartar la mirada del cuerpo de Nathan y no pudo evitar extender una mano y agarrar la de Kei que se había llevado dentro de su cazadora y sacaba una daga. .Lo miró suplicante, horrorizado.

—Por favor —suplicó —. No lo hagas, no puedes hacerlo.

Kei lo miró sin ninguna emoción y apartó fácilmente su mano pero antes de que Julian pudiera interponer su mano de nuevo, Kei rasgó con el cuchillo la cuerda que ahogaba el cuello de Nathan y Julian vio como otro japonés hacia lo mismo con las que sujetaban sus tobillos y muñecas.

—Tenemos que irnos —dijo Kevin con aprensión, desde la puerta, mirando hacia la izquierda del corredor.

—Su estado es delicado —informó el hombre que había roto el resto de las cuerdas. Y había ayudado a Kei a tumbar a Nathan en el suelo —. ¿Estás seguro?

Julian miró a Kei sin comprender de lo que estaba hablando el otro hombre pero ni siquiera el chico rubio tuvo ocasión de decir nada. Varios disparos al otro lado del corredor hizo que todos giraran el cuello hacia la entrada y Julian vio como Kevin salía corriendo hacia donde se escuchaban los ruidos y los gritos.

—Ya no hay tiempo ni opciones —dictaminó Kei, volviendo a mirar al otro japonés —. Hazlo. Y rápido.

Los gritos al otro lado eran cada vez más intensos y Julian creyó oír algún otro tipo de explosión, pero su atención estaba únicamente en Nathan. No podía matarlo. Si lo hacía, Kei jamás se lo perdonaría. Julian sabía que si Kei era quien mataba a Nathan jamás volvería a ver luz en la oscuridad en al que llevaba años sumergido y en la que él mismo lo había arrastrado más profundo. Desesperado, levantó el arma y apuntó al japonés que prácticamente tenía la punta de una jeringuilla dentro del brazo del chico.

—No lo hagas —amenazó sin poder ocultar el temblor en sus palabras. El japonés lo miró un segundo antes de desviar la cabeza hacia Kei que también lo estaba mirando a él —. Por favor... —musitó de pronto, levantando un poco más el brazo, enderezándolo al darse cuenta que lo había ido bajando inconscientemente. No podían matarlo... No podían...

—Hazlo —repitió Kei, apartando la mirada de él y asintió a su compañero, animándolo a continuar —. No disparará.

Julian vaciló, incapaz de mirar a la cara a Kei y se mordió el labio con fuerza hasta que sintió dolor. La certeza de la afirmación de Kei escocía y lo peor de todo era que tenía razón. No era capaz de disparar, no podía hacerlo. No podía simplemente matar a un hombre. Julian sintió un escalofrío al punto de la hiperventilación mirando con horror como el hombre volvía a centrarse en preparar el brazo de Nathan para inyectarle aquel extraño líquido transparente. No podía permitirlo... Negó con la cabeza y miró fijamente el brazo que sostenía la jeringuilla. Era verdad. No podía matarlo pero no tenía por qué hacerlo. Movió la mano antes de que realmente pensara en hacerlo y apuntó el arma al brazo del japonés.

Cuando habla el Corazón 2 (chico x chico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora