CAPÍTULO 14. SUEÑO LÚCIDO

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Después de comprobar que Emmet dormía profundamente, bajé las escaleras lentamente, muy nerviosa.

Encontré a Kevin sentado en el sillón mirando un partido de repetición de baseball, sin realmente prestarle atención a lo que veía. Incluso con la postura despreocupada que tenía, y por la mirada tan distraída, podía apostar a que se sentía igual que yo.

Podía ver el sudor frío caer lentamente por su sien.

Estamos solos..., pensé, y un extraño espasmo recorrió mi cuerpo. Me di unos ligeros golpes en la mejilla, no es la primera vez que estás sola con un chico, Raven, ¡contrólate!

 Lo vi girarse hacia a mí cuando escuchó mis pasos:

—Hey. — me sonrió. Dios, su sonrisa...

—Hey — respondí, fingiendo que no me había sentido sobre una nube al verlo sonreír — Emmet ya esta durmiendo.

—Genial. — dijo, y nos quedamos en silencio. ¿De pronto era un tipo tímido? Sacudí la cabeza:

—Entonces, ¿ya te vas a ir?

—¿Ya quieres que me vaya? — no respondí — Eso pensé.

—Eres demasiado arrogante, ¿sabías?

—Sí tu lo dices... — hubo un corto silencio, porque él revisó su teléfono, y ni entendía por qué aquella simple acción me había disgustado tanto.

—Entonces — dije, llamando su atención — ¿Tienes hambre? — él apartó rápidamente los ojos del aparato.

—Sí, podría comer algo.

—¿Cómo qué te gustaría?

—No lo sé, cualquiera cosa está bien para mí.

—Eso no me ayuda. — le dije con una risa nerviosa, me sudaban las manos como si las hubiera metido en un sauna y rápidamente las tallé en mi blusa.

Kevin pareció meditarlo un segundo, luego sonrió.

—Pues... podríamos calentar algo ahí en la cocina, ¿no crees? — levantó la ceja izquierda como todo un seductor — O si quieres, puede ser aquí mismo...

—¿¡Qué!? — Kevin soltó una carcajada y se levantó del sillón, caminando a mi lado tranquilamente sin darse cuenta de que cada paso que daba me ponía más nerviosa que un criminal a punto de ser ejecutado.

Entramos a la cocina y él rebuscó entre los cajones algo para cocinar mientras yo lo miraba sentada en la barra. Le había dicho que me dejara cocinar porque era mi invitado, pero no me dejó.

—Me gusta cocinar. — afirmó tranquilamente.

—A mí también.

—¡Hey! Ya tenemos algo más en común.

—¿Algo más? — me reí y él me imitó.

—¿Te gusta la comida mexicana?

—A todos.

—¿Ves? Otra cosa en común — y me guiñó el ojo mientras sacaba los totopos de la alacena, tomates, cebolla y chiles. Cortó habilidosamente las verduras, colocó los tomates en la licuadora y presionó el botón de encendido, mientras estos hacían un espeso puré al que le agregó un poco de agua, luego colocó los totopos en la sartén donde se freían los chiles y la cebolla, finalmente vertió la salsa de tomate sobre los totopos. Todo con una rapidez sorprendente. 

Se le veía contento e incluso hasta emocionado, y no pude evitar sonreír.

Aunque sea, di algo...

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