Epílogo

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"Había una vez, en un reino lejano, una bella princesa que cosía perfectas puntadas, y sabia la diferencia entre el blanco mate y el blanco satén... ¿Cómo iba una aventura a empezar de tal modo? "

El narrador se calló con un abrupto fin, demasiado pronto para un cuento, incluso uno pequeño. ¿Cómo es que recién comenzamos y ya sonaba cansado?

-Tú eres el que cuenta la historia. -resopló la joven- Si tuviera que hacerlo yo, no habría un narrador.

"Hay un narrador porque tu estas demasiado ocupada, haciendo solo Dios sabe qué con ese..."

-Oye! Tu libertad depende de lo bien que cuentes esta historia, señor impertinente, como te atrevas a contar mi hazaña con ese tono de sub...

"Si... De acuerdo... Volvamos a empezar. Quizás si comenzamos con el tonto..."

-EH!

"HABIA UNA VEZ, en un reino muy muy lejano, un chico no muy tonto que aprendió a usar arco y flechas y decidió ser su propio héroe de acción, robarle a los ricos, dárselo a los pobres, ya sabéis como va esto.

Ahora, imagínate una chica rica, que es comprometida con un apuesto y gallardo príncipe (ese sería yo); y a ella no se le ocurre nada mejor que abandonarme en el altar, sin importarle para nada lo que eso haría con mi muy preciada reputación, todo para correr al bosque persiguiendo un maldito forajido, el cual no me llega ni a la punta del zapato... Yaya, esto me lo salto, blablabla...

Te presento a Robin Hood y su princesa."

-Oh, por favor! Eres un pésimo narrador.

-Gracias.

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