Puerta de Embarque

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El autobús para en el aeropuerto. Tomo mis maletas y me dirijo al interior. Hace un día espléndido, el sol luce con fuerza a través de los altos ventanales que componen el edificio. Es un lugar amplio, lleno de espacio y luz. La gente se mueve con naturalidad, como si supieran qué es lo que tienen que hacer en cada momento, en una especie de danza desordenada.

Miro hacia atrás antes de sumergirme por completo en ese lugar. Como buscando un punto de referencia con respecto a esa vida que ahora dejo. En el vestíbulo miro a la pantalla de información y localizo mi vuelo. Confirmo que es la referencia que marca en el billete, pues suelo equivocarme a menudo con la puerta de embarque.

Me dirijo hacia el lugar sin mucha prisa, he venido con tiempo. La gente hace diversas colas para pasar, hay varios puntos de acceso y en todos ellos el comportamiento es el mismo. Hacer cola, esperar a pasar el arco, desear que nadie tenga que cachearte por parecer una terrorista y traspasar, por fin, el umbral de los que resultan "confiables" para buscar tu puerta y el pasadizo hasta el siguiente destino.

Me muevo hasta la zona de las bandejas y siento en ese momento algo que me hace alzar la vista. Mis ojos contactan de frente con otra mirada, como si hubiesen chocado entre sí.

La dueña de esa mirada me sonríe con pureza. Es una chica de una edad parecida a la mía, quizás algo mayor. Tiene la cara brillante y limpia. Está radiante. Su semblante de amabilidad me devuelve al aeropuerto en el instante. Se corta mi flujo de pensamientos. Su gesto de cortesía hace que mi cuerpo lo corresponda de manera casi automática. Le devuelvo la sonrisa en un acto instantáneo. Sin entender muy bien por qué, me he sentido bien con esta eventualidad.

La mujer me lleva varias posiciones de ventaja en la serpiente de cintas que dan acceso al arco, por lo que la pierdo de vista con el trajín de la cola. Miro mi teléfono una vez más. Mis amigos ya han subido las fotos de ayer a Internet. No puedo evitar mirar pensativa. Esa vida ya no me pertenece, no puedo, me siento un bicho raro. A veces creo que soy yo la que está mal. Por más que lo intento, no me adapto.

Cruzo el control sin problemas y recupero mis objetos de la bandejita azul celeste, a juego con el cielo que surcaré en un rato montada en el pájaro de acero. Entre mis pertenencias está mi teléfono. He de admitir que lo utilizo un poco más de lo que me gustaría, pero me ayuda a distraerme en sitios como este.

Conforme me dirijo a la puerta de embarque, veo los mensajes de mis compañeros. En breve tendré que volver a mi vida, a la rutina. Tengo que estudiar y arreglar unos papeles, me siento con muy pocas ganas de hacerlo. La vida que me espera allí no es tanto mejor que la que tengo en la ciudad de mi abuela. No hay vida paralela y se parece demasiado a lo que ya hago aquí, hasta el punto que es la misma vida: frecuentar bares y centros comerciales donde comprar ropa, incluso a veces un poco de cine o momentos de chismes que no me interesan en absoluto... no es muy diferente. Cuando venía aquí me sentía liberada, pero parece que ya ni eso funciona.

Siento cierto pesar de saber que voy a tener que volver a las obligaciones. Últimamente no disfruto mucho ni de mi tiempo libre. Paso muchas tardes en el ordenador, de serie en serie y viendo noticias y páginas en Internet. Supongo que cuando llegue me tengo que proponer un cambio, pero no sé ni por dónde empezar.

Me acerco a la tienda de libros para ver si hay algo interesante. Hay aquí una obra muy curiosa, es un romance que promete ser interesante. Después de leer la sinopsis, me he quedado convencida. Me lo voy a llevar. Así por lo menos tendré algo que hacer en el avión, son casi tres horas de viaje.

Con mi libro en la mano, atravieso los pasillos de este gran edificio que mira con indiferencia a todos sus habitantes. Es como un micromundo aparte, donde todos nos encontramos enrarecidos y ensimismados en nuestras propias historias. Miro alrededor y tengo una sensación extraña. Hay tanta vida aquí dentro y al mismo tiempo tan ausente, que siento el lugar como una especie de limbo. Un espacio vacío donde sólo un avión puede devolvernos a nuestras vidas verdaderas.

Llego a la puerta de embarque. No puede ser. Pone que mi vuelo se ha retrasado. Hay gente agolpada alrededor del mostrador. La mujer que lo atiende intenta mantener la compostura mientras nos informa que el vuelo se va a retrasar seis horas. ¡No me lo puedo creer! Es demasiado.

Me trago mi frustración, saco el teléfono de mi bolsillo y llamo.

—Mamá, sí soy yo. Han dicho que el vuelo se va a retrasar seis horas. Llegaré tardísimo.

Después de dejar el mensaje en el contestador y colgar, asimilo que me queda un rato largo aquí metida. Sólo pensar en ello me da pereza, aunque al mismo tiempo tengo la sensación de que quizás no debería volver. Quizás debería coger otro avión a alguna otra parte. Un lugar donde descubra quién puedo ser.

En cualquier caso, decido que por el momento mi mejor opción es sentarme.Miro alrededor y veo las sillas vacías, pero estoy tan cansada que decido sentarme en el suelo.

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