CAPÍTULO I

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¿Adivinen quién volvió? (ríe) la escritora más bella hahaha.

PD: Estoy más loca que antes.

PD2: Sí, yo me imagino a Esther como Meika Woollard y a Adam como William Franklyn-Miller

El despertador sonaba cada mañana justo a la seis, indicándome que debía levantarme y alistarme para luego ir a clases. Íbamos a mitad de año, pero aún así, se me hacía eterna la llegada del verano.

Mi padre, que aún no llegaba de su trabajo nocturno, era la persona que menos dedicaba tiempo para mí. Según él, lo hacía porque quería darme lo mejor. No negaba el hecho de que fuera, en su momento, un gran padre, pero en algunas ocasiones, llegaba a ser tan estresado y amargado para su corta y joven edad.

Sabía que extrañaba a mamá, yo también lo hacía, pero no era justo que su pérdida lo haya vuelto tan frío. Estaba considerando la idea de que debía superar la muerte de mi madre; de que debía rehacer su vida... pero eso ni se le pasaba por la mente y estaba segura que ni sabía lo que era verdaderamente amar.

Su corazón estaba tan dolido, y había pasado tanto tiempo, que llegué a pensar que ya no tenía más lágrimas por derramar.

Algunas noches, lo oía sollozar. Era duro verlo sufrir porque, aunque él no quisiera, también me hacía sufrir a mí y no se daba cuenta. Sólo quería verlo feliz. Era todo lo que pedía.

Alisté el resto de los útiles y bajé, por suerte, mi padre venía llegando, lo supe porque escuché el viejo motor resonar afuera, en el aparcamiento, era un Volkswagen escarabajo de color rojo que había comprado hace unos meses. Levanté las persianas y miré a través de la ventana: sujetaba unas bolsas marrones que, a simple vista, supe que se trataban de unas riquísimas hamburguesas, además, la grasa humedecía la bolsa.

Brian miró hacia el cuarto piso —donde residíamos— y sonrió al verme tan alegre. Alzó la bolsa y me indicó que había traído mi comida favorita para desayunar, me guiñó el ojo y entró en el edificio.

Corrí hasta la puerta y abrí la misma esperando que llegara, cuando estaba próximo a las escaleras me abalancé sobre sus brazos y éste me dio un fuerte y cálido abrazo. Todos los días agradecía que estuviera vivo y junto a mí, no quería perderlo también, y aunque sabía que algún día me tendría que despedir de él para siempre, no quería que pasara. Aún no.

—Supongo que ya sabes qué es —me dijo con una amplia sonrisa y los ojos encerrados, se notaba en su rostro el cansancio y las ojeras cada vez se hacían más notables.

—Por supuesto dije, tomándolo de la mano y jalándolo levemente para que pasara al departamento lo más rápido posible; me antojaba sentir el agradable sabor a hamburguesa en mi boca—. ¡Tengo hambre, papá! —Me quejé, debido a que caminaba muy lento—. Papá —Lo llamé al ver que se sujetaba la cabeza con la otra mano libre—. ¿Estás bien?

Tragó grueso, se recargó de una pared y respiró hondo.

—Sí, cariño. Lo estoy —Afirmó. Aunque sabía muy bien que no era así. Estaba muy agotado—. Sólo debo dormir un poco. Es todo.

Sonreí al ver que estaba un poco más recompuesto... o al menos eso fingía. Él no quería, bajo ninguna circunstancia, que me sintiera preocupada.

—Comes tu hamburguesa y vas a la escuela, ¿Sí? —Asentí—. Yo voy a dormir.

—¿No comerás conmigo? —Le pregunté.

—Lo siento, amor, me siento mal. Por la noche prepararé una rica cena y comeremos juntos —Respondió, besó mi frente con delicadeza y entró a su habitación, que también era la mía.

Un viaje sin ti ©Where stories live. Discover now