Me peiné, me cambié completamente y en menos de diez minutos ya íbamos de camino. Hacía una fresca mañana. El aire revitalizante acariciaba nuestros rostros. Algunas personas, por el camino, me miraban extraño. Llamaba yo más la atención que mi imponente amigo. Eso sí, entre nosotros, no parecía demasiado avispado.

Dosgarville tenía su encanto. Ya a estas horas la gente se encontraba trabajando en sus tierras. Podían pecar de incultos y maleducados, pero no de vagos. Todo hay que admitirlo.

Jacob me guió a lo largo de una senda que nunca antes había visto. Nos adentramos en un espeso bosque, de altos y majestuosos árboles. La naturaleza en estado puro. De fondo, se escuchaba el transcurrir de un río. Sereno y divino sonido. ¿Nunca habéis dormido escuchando el acariciar de las olas a la suave arena? Celestial.

Después de caminar un rato más, llegamos a una coqueta cabaña de madera, con un granero el doble de grande que ésta, pintado de blanco y rojo. En un lado apartado de la vivienda, se veían dos puertas bastante oxidadas y cerradas a cal y a canto. A mi parecer, desentonaban con el aspecto tan silvestre que ofrecía el lugar. En la entrada del granero se encontraba otro hombre. La antítesis de Jacob. Bajo, con una panza comparable a la de Papá Noel (solo le faltaba la barba y las canas) y bastante sonriente. Mi gigantesco acompañante se acercó a él.

-Alan Moore, este es mi primo Anthony.

El pequeño y regordete Anthony me estrechó la mano.

-Hemos oído hablar de usted, señor Moore.-Me miró fijamente por encima de sus anteojos circulares. Resultaba gracioso. Parecía, eso sí, un hombre afable, y si soy sincero, caminaba como un pingüino.

-Es un placer estar aquí.-Le contesté y sonreí gentilmente. Por placer quería decir desesperación, que es el sentimiento que más predominaba en mi interior desde que estaba allí.

-Esperemos que siga opinando lo mismo cuando vea lo que tengo que mostrarle.

Tanto Anthony como Jacob empujaron la puerta del granero y pasaron, casi con miedo. Cuando entré, un aire fétido y putrefacto me llegó a las fosas nasales. Rápidamente, rebusqué en la gabardina y saqué un pañuelo de tela. Me lo llevé a la nariz.

-Dios santo, ¿Por qué huele tan mal aquí? Seguí el dedo de Anthony. Allí, colgada de la pared, debido a que un hacha de carnicero estaba en su cabeza, se encontraba Betty. La cabra presentaba por todo su cuerpo una especie de mordidas. Faltaban bastantes trozos de carne. Su pata izquierda había desaparecido.

La putrefacción invadía su cuerpo y el granero entero.

-¿Cuánto tiempo lleva ahí?

-Varios días.-Me contestó Jacob-

-Podías haberme avisado antes.

-Estábamos con otras cuestiones…personales.-Respondió Anthony, casi dudando de cómo definir esas cuestiones.-

Había algo que me sonaba. Paseé mi mirada otra vez por Betty. ¿Por qué le faltaba una pata? Y lo más extraño eran los innumerables mordiscos que presentaba su cuerpecillo.

-Queríamos saber si usted, señor Moore, podría averiguar quién hizo esto.

Asentí. Había ciertas cosas que no encajaban en todo esto. Es decir, los mordiscos parecían de algún animal local, quizás lobos. La pata arrancada… ¿Por qué solo la izquierda? ¿Por qué dejar la demás carne ya mordisqueada? Y la última cuestión era el emplazamiento del cuerpo. En lo alto de la pared, bien visible y perfecto para llamar la atención. Un animal, no. Una persona… ¿Un ser? No. Inverosímil. Quizás alguien tenía cosas pendientes con la familia Smith.

Lo que alberga la oscuridadWhere stories live. Discover now