Capítulo 1: París.

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—Bueno, nos vemos en navidad.

—Adiós —dijo ella, no queriendo verla en navidad.

Ella se subió al automóvil de nuevo, no pudiendo soportar que sus nuevos zapatos se ensucien.

Amelie se dirigió a la parte delantera. El conductor abrió la ventana.

Richard, el chofer, asomó su cabeza. —Cuidese señorita Amelie.

Richard era lo más cercano a un amigo que tuvo jamás. —Gracias, Richard —sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Coquistalos a todos, y no olvides ser tú misma.

Ella esbozó una sonrisa. —Lo haré.

Él asintió. La arruga en las comisuras de sus ojos se acentuaron cuando curvó sus labios hacia arriba. —Adiós.

—Adiós.

El vidrio negro se cerró mientras ella levantaba su mano y lo sacudía a modo de despedida. Él era al único que extrañaría.

Se dio la vuelta hacia el edificio. E ingresó sin mirar atrás, tenía que reconstruir una nueva vida a expensas de su madre.

Un mes después.
Gael. París, Francia.

Gael observó a la joven pareja francesa tomarse la mano. Nunca entendió lo que malditamente significaba ese tipo de afecto. Pero desde que vivió en ese país, todas las personas parecían entenderlo y practicarlo cada vez que tenían la oportunidad. Esa pareja se miraban como si estuvieran inmersos en su propio mundo, ignorando a todos los que pasaban en la acera al lado de ellos. La mujer, rubia y de ojos celestes. El hombre a su lado, rubio de ojos marrones. Por el anillo de diamante en el dedo de la mujer, todos se daban cuenta de que esos dos estaban juntos para siempre. Ellos eran una bonita pareja con toda la felicidad del mundo y la estabilidad económica que puede pagar sus atuendos de las mejores marcas de Estados Unidos.

Él, él era el que se encontraba detrás de lienzo en blanco. El joven hombre que pintaba con una habilidad impresionante. Una habilidad que atraía a las jóvenes chicas solteras. Pero lo que hacía no tenía nada que ver con capturar alguna mujer y llevarla a su casa. Tenía que ver con alimentar a una niña de cinco años, su pequeña hermana.

Cuando pensaba en ella, todo lo que hacía parecía no ser suficiente. Necesitaba el dinero que pudiera conseguir. No importaba de donde lo conseguía.

Observó con atención el diamante en el delicado dedo índice de la mujer. Esa pieza valía más que su pintura. Y con eso podía pagar los estudios de su hermana. Podía pagar una niñera, cualquier cosa.

Pero nunca lo haría. Era un hombre con necesidades, pero no un ladrón. Todo lo que conseguía lo hacía con su propio esfuerzo.

Terminó de pintar el anillo con un toque de pintura gris.

Todo estaba listo.

—Ya está —anunció en Ingles, ya que la pareja entendía el idioma que él manejaba correctamente. 

La mujer sonrió y se dirigió hacia él para admirar la pintura.

Sus ojos se iluminaron y una enorme sonrisa abarcó toda su cara. — Es hermoso. Nick, mira esto.

Su marido se acercó, vio el cuadro y la miró a ella.

Gael vio el intercambio de miradas desde una distancia.

Nick se giró hacia él y le estrechó la mano. —Gracias, Gael. Es sorprendente.

Gael asintió, era un hombre de pocas palabras cuando le felicitaban por un talento que a él no le servía mucho. El dinero poco le alcanzaba para pagar pequeños gastos.

La chica perfecta Where stories live. Discover now