II: I'Encelade

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''Juré que nunca iba a perder el control... luego me enamoré de un corazón, que late tan lento.''

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Considerando el abrumador y agobiante día que había tenido que pasar, solventando asuntos estatales que se presentaron de improvisto, visitando por al menos una hora a su amante, haciendo presencia ante sus cortesanos y escuchando las recomendaciones de los Ministros; pensar en el acuerdo que había tenido con Harry no era algo que despertara excepcional motivación en el Rey, todo lo contario. Sin embargo, era un hombre de palabra y, aunque no garantizó ninguna promesa, le había asegurado al Duque, aunque fuese, el reconsiderar su decisión respecto al amante de este.

Si aquella resolución no pareciera albergar la única solución que permitiera mantener a su hermano en el palacio, Louis no tendría absolutamente nada que pensar, pues su respuesta continuaría siendo una rotunda negación. No obstante, lamentablemente el Duque de Orleans tenía una notable fascinación por los hombres superfluos, como lo era aquella sanguijuela que había conseguido hechizar a su hermano, a un punto de suma preocupación.

Normalmente, asuntos como ese eran meramente analizados personalmente por el Rey, en sus ratos de calma y soledad donde pudiera decidir la opción más sensata para optar. Sin embargo, el regreso de Chevalier de Lorraine no era uno que le afectara solo a él, ni que le interesara únicamente al Duque de Orleans, existía una tercera persona cuya opinión, si bien no era estrictamente necesaria, Louis deseaba escuchar, antes de ponerle un punto final al ridículo lio que aquella consideración estaba generando.

Por lo tanto, intentó organizar todos los tópicos de aquel día como mejor las circunstancias se lo permitieron, para de aquella manera reservar un pequeño lapso de su tiempo a esa persona cuya opinión era la única que faltaba para concretar el asunto. Se trataba de una dama muy especial y sumamente estimada por el monarca, su nueva cuñada, y amiga íntima: Elisabeth Charlotte, Princesa de Palestina, y Duquesa de Orleans; pero quien era apodada cariñosamente como ''Liselotte'' por quienes ella estimaba. Podría decirse que la relación entre la Princesa y Louis resultaba un tanto extraña para la corte, puesto que esta meramente consistía en una amistad sincera, sin miramientos amorosos como era de esperarse debido a la reputación del Rey con sus numerosas amantes. Louis disfrutaba la actitud alegre, honesta y sin filtro alguno que poseía su cuñada, y se divertía con los agrios comentarios que esta formulaba acerca de los cortesanos, mientras Liselotte conseguía agradable la compañía del Rey, y sus opiniones en la variedad de asuntos políticos de interés.

El Rey sin duda se había sentido completamente satisfecho cuando la escogió, en su momento, como futura esposa de su hermano, y luego al recibir los beneficios que la alianza de aquel matrimonio produjo para Francia. Harry no había estado de acuerdo, por supuesto, pero matrimonios como ese no eran un asunto de amor.

El sol de la tarde había disminuido su intensidad, y eso permitió a Louis ofrecerle a la dama un paseo corto por los jardines del palacio. No era una invitación extraña, paseos como esos ya habían tenido, e incluso cabalgatas amenas acompañadas de una buena charla, sin embargo, algo en el tono empleado por el Rey al momento de ofrecerle la invitación, hizo que la Duquesa creara la sospecha de que algo ocurría.

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⏰ Última actualización: Feb 14 ⏰

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