infancia

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Como podréis apreciar este relato no trata de mí, sino de mi hermana Anastasia, soñadora empedernida y una talentosa pintora. La fecha de su nacimiento coincide con el año en que Murillo fundó su academia de arte. Maldita fue la hora en la que fue fundada, pues fue el amor por ella lo que destrozó a mi querida hermana.

Anastasia creció sana y apasionada, era la favorita de todo el mundo pues su pasión y alegría robaban tu corazón sin remedio alguno, pero era mi abuelo quien más la amaba, él fue quien la enseñó a dibujar y a pintar, Petralino talentoso artista explotó aquel don que tenía la pequeña para que se formara como una verdadera pintora, el con su ternura y paciencia le inculcó el arte en todo su ser y ni siquiera cuando el pobre anciano murió pudo deshacerse de aquella devoción.

Después de hacer sus obligaciones en la huerta, y ayudar a mi madre y a mi hermana en las tareas domesticas, corría con las mejillas encendidas por la emoción, al taller del abuelo, y allí pasaban las tardes pintado, esculpiendo y dibujando, volvía ya bien entrada la noche, montada sobre los hombros del abuelo, la pequeña siempre llegaba machada de carboncillos y pinturas. Mi madre como de costumbre regañaba al anciano por las pintas y por las horas, y luego lavaba a Anastasia. Una vez aseada y cenada corría a mis brazos para que le narrara alguna historia fantástica de las que yo me inventaba solo para ella.

Anastasia fue haciéndose mayor, hasta que se convirtió en una encantadora joven pelirroja y de grandes ojos verdes surcados por profundas pestañas. Una lánguida tarde, fue como siempre al destartalado taller de nuestro abuelo, lo halló muerto, tirado en el polvoriento suelo de madera, el anciano había fallecido la noche anterior. Algo cambió para siempre en el interior de Anastasia, su amor por el arte se convirtió en una obsesión por conseguir lo que su abuelo nuca logró con sus pinturas, reconocimiento, fama y méritos.

-Eres mujer-. Le decía madre. – No honrarás al abuelo comportándote de esta forma –. La regañaba. -Pero quiero estudiar Bellas Artes en la escuela de artes de Sevilla-. Repetía una y otra vez. -Así lo hubiera querido el abuelo-. Imponía como escusa.

Con tan solo quince años tenía bastante clara sus metas, quería ser pintora, pero no una cualquiera, quería ser como el propio Murillo, tan solo había un problema, y es que efectivamente era una mujer, yo intentaba animarla, y pasaba más tiempo con ella narrándole historias, aun así, sus pensamientos siempre vagaban por su propio mundo, lleno de pinturas y esculturas barrocas.

El pincel rotoWhere stories live. Discover now