—¡¡¡IIUUUGH!!! —expresó despectivamente su asco ante la sola idea de imaginarse asearse allí, usando las cosas de aquel chico y, encima de todo, secarse con la toalla usada de un hombre—. Mejor traigo hasta la toalla.

—Está bien, si es lo que quieres.

—También desearía irme a mi casa a asearme.

—Temo que eso no se va a poder, Amelia.

—¿Por qué no? La verdad no me gusta estar aquí, prefiero irme a mi casa. Podría irme así, con todo y silla. No tengo problemas para eso.

—Escucha. Hasta que puedas al menos caminar sin que te duelan los pies a los pocos segundos de que te levantas, te pido que estés aquí, al menos unos días. Después podrás ir para tu casa. ¿Entiendes? Sólo unos días, ¿está bien?

—Es que también necesito ir a ver a mi perro, de seguro no ha de tener comida en su plato—dijo ella.

—Si eso te sirve de consuelo, mando a traer al perro hasta aquí.

—Sólo si no te muerde.

—¿Acaso muerde?

—En realidad no, sólo ladra, pero no muerde.

—Ya veo. ¿Así que tú eres la dueña de ese perro latoso?

—No es mi culpa que ladre tanto.

—Pero bien que podrías hacer algo por él. Podrías meterle un bozal en el hocico.

—Qué malvado eres.

—Y tú qué tan testaruda eres.

—Ojalá y te mueras.

—No hay tiempo para decir más sandeces, niñita. Entonces qué, ¿vas a querer que te traiga...? Un momento, creo que tengo lo que necesitas. Me acordé que hace poco compré un paquete de jabones, un shampoo nuevo y un juego de toallas para baño. Lo que sí no compré fue otra muda de ropa, ya que no me alcanzó para más. Tuviste suerte de portar el pantalón, porque la blusa sí entró en el presupuesto, pero yo dudaba con el pantalón. En fin, tendrás que usar una de mis mudas de ropa, en lo que te traigo algo de las tuyas, junto con tu latoso perro.

—Se llama Skater, y no es un perro latoso. Sólo es un perro feliz, porque tiene una dueña muy buena.

—Muy buena, y de paso, obstinada y un poco infantil. Por lo visto, no le sirvió de mucho haberse graduado en la escuela.

—¿Y cómo sabe que me gradué?

—Portaba un vestido rojo vino muy elegante. Supuse que era estudiante recién graduada de alguna universidad y que por eso había ido a alguna fiesta nerd de graduados universitarios. Pero, en fin, ya estuvo bueno de tanta platica. Te pasaré las cosas para que puedas ducharte. Y en cuanto a levantarte de tu silla...

—Puedo valerme por mí misma, señor... ¿Cómo dijo que se llamaba?

—Fernando, señorita. Sólo dime Fernando, ¿sí?

—Está bien. Y lo de levantarme, le aseguro que puedo yo solita. Sólo ando mal de las piernas, no ando lisiada. Fue una suerte que usted no me haya dejado lisiada o de paso muerta. Es más, hasta me siento bendecida por eso. Y esta forma de limpiar su culpa conmigo no lo eximirá de la posibilidad de que acabe demandándolo, porque podría hacerlo.

—Le pasaré las cosas, no se mueva de aquí—dijo Fernando, contrariado por la manera en la que Amelia lo quería tener, chantajeándolo.

Minutos después, la chica yacía en el baño de aquel joven caballero. Cuando la chica se levantó de su silla para poderse sentar en una pequeña silla que Fernando le había dado muy amablemente antes de meterse al baño, sintió un tremendo dolor en una de sus piernas, concretamente la pierna derecha. Pero supo sostenerse muy bien, y finalmente pudo sentarse.

Mientras se enjabonaba, pensaba para sus adentros. No concebía el hecho de que tuviera que estar allí, dentro de la casa de un hombre, bañándose en el cuarto de baño de un hombre, y sobretodo, tener que lidiar con aquel hombre que por poco la lleva hasta la muerte gracias a su imprudencia. Definitivamente, estos dos últimos días no resultaron nada buenos para ella. Quedarse en casa de un desconocido, que, por cierto, resulta ser un vecino suyo, le parecía inconcebible.

Una parte de ella decía que no debió haber accedido, que hubiera sido mejor poner una demanda o buscar la forma de hacer que aquel hombre pague las consecuencias de sus actos. No obstante, por otro lado, notó que aquel joven no tenía nada de malicioso, ni siquiera tenía intenciones de sobrepasarse con ella. Hasta la fecha había sido muy amable, tolerante, respetuoso y hasta generoso, y, bueno, al menos debería mostrarse agradecida por todas aquellas atenciones que le brindaba aquel muchacho.

Unos días en su casa es todo lo que le pidió aquel muchacho para que ella se reponga por completo. En cierto modo, él, lejos de hacerle daño, quería asegurarse de que pueda recuperarse por completo, aunque eso implique un pequeño acto de sacrificio y generosidad para con ella. Más que simplemente limpiar su culpa, buscaba una manera de compensar el daño ocasionado. Y una vez que esté mejor y ya él se sienta menos culpable por lo que le hizo, ya podría ella solita a freír espárragos en su linda casita.

Como sea, ya estaba allí. Sólo faltaría ver si el tiempo merece el esfuerzo.

El inquilino de al ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora