—¿Cuántos van ya? ¿Quince? ¿Dieciséis? —Aidur se puso en pie—. Tengo la sensación de que esto llegará a su fin el día que Erinia pueda ponerse en pie, pero hasta entonces van a ser imparables.

—Confía demasiado en ese bicho, Parente —respondió Daniela con la mirada fija en la pantalla—. Deberíamos haberla matado hace semanas; está intentando manipularle.

—¿Manipularme? —Aidur sacudió la cabeza—. No lo creo. Erinia está totalmente sola, Daniela. Además, dice que va a llevarme hasta ese portal: ¿qué puede haber de malo en ello?

—Yo no creo en las casualidades, Parente. Si esa mujer ha esperado todo ese tiempo para presentarse ante alguien es porque usted es importante. —Daniela se puso en pie también—. No deje que le engañe, por favor. Sea lo que sea que pretenda, no puede ser nada bueno... y lo sabe.

Daniela lanzó un último vistazo al mensaje antes de dirigirse hacia la puerta. Nadie iba a responder al mensaje de Van Kessel. De haber informado al respecto anteriormente seguramente lo hubiesen hecho, encantados de poder colaborar, pero en aquellas circunstancias era imposible que lo hicieran. Tempestad no se movía sin motivo... O al menos ya no. En otros tiempos Van Kessel había sido el preferido; tanto Schreiber como el planeta entero le adoraban. Ahora, sin embargo, todos le habían dado la espalda. Sus antiguos hermanos de Nifelheim le miraban con miedo y el resto de curianos con recelo, conscientes de que aquel que traiciona a su propio pueblo puede traicionar a cualquiera. Novikov desconfiaba de él, al igual que lo hacía de Anderson, y Shreiber estaba de manos atadas. Dadas las circunstancias, ¿quién iba a responder a su petición de ayuda?

Nadie. Daniela lo sabía y, en el fondo de su alma, sospechaba que Van Kessel también. Aquello, en el fondo, era el último empujón que necesitaba para tomar la determinación que durante los últimos días tanto le había rondado la cabeza. Y es que aunque aquel hombre hubiese querido creer que su futuro estaba en Tempestad, Nox bien sabía que aquel no era el lugar de Van Kessel. Ciertamente desconocía cual era, pues a pesar de todos los intentos había sido incapaz de encontrar la respuesta, pero sabía que no era aquel. Ni Tempestad, ni Mercurio. Aidur merecía algo mejor, y tarde o temprano lo conseguiría.

Aquel lugar se le quedaba pequeño.

—No es tan fácil engañarme, Daniela. Confía un poco más en mí; sé lo que hago.

—Confío en usted, Van Kessel. De lo contrario no seguiría aquí.

—¿Estás segura de ello? —Aidur cruzó los brazos tras la espalda—. Siempre pensé que seguías aquí porque estabas enamorada de mí. Como todas. —Aidur le guiñó el ojo—. ¿Me equivoco?

Una amplia sonrisa de diversión surgió en el rostro de Daniela al ver la expresión burlona de Van Kessel. Incluso en los momentos de mayor tensión el Parente lograba sacarle una sonrisa. ¿Sería por ello que realmente seguía a su lado? ¿O quizás, en el fondo, sí que confiase en él? Era innegable que, aunque estúpidos y demenciales, sus planes siempre salían bien...

 Fuese cual fuese la respuesta, Daniela tenía la sensación de que, en el fondo, poco importaba. Ya fuese de fiar o no ella seguiría a su lado por lo que quizás sí que tuviese razón.

—Imagino que no se equivoca, Parente, todas estamos locas por usted... —respondió con acidez—. Lástima que usted solo tenga ojos para una, ¿no cree? —Daniela negó suavemente con la cabeza, quitándole importancia—. Envíe el mensaje; en caso de que haya respuesta le informaré lo antes posible, ¿de acuerdo? Vuelvo a mis quehaceres.

—Me parece bien. Erinia pronto podrá levantarse; calculo que esta semana acabará su recuperación. Prepara al equipo, ¿de acuerdo? En cuanto Murray te informe de ello informa a todos los agentes que deben volver; vamos a prepararnos para el viaje. Sea lo que sea que esa mujer quiere enseñarnos lo veremos todos juntos.

ParenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora