—¡Claro que sí! Su sangre corre por tus venas. —Entonces lo entendí, abriendo la boca exageradamente y sintiéndome satisfecha conmigo misma al poder resolver mi incógnita—. ¡Por eso eres tan alto! Y por eso tus ojos son así, ¿no es verdad?

—¿Cómo son mis ojos? Y sí —se encogió de hombros—, una vez te dije que todos los hombres en la familia de mi madre tienen mi misma estatura. Soy un enclenque al lado de algunos.

—Tus ojos son hermosos, no finjas que no lo sabes.

—Me lo han dicho antes —ladeó la cabeza, confesando—; pero haría lo que fuera por oírtelo decir a ti.

—Me encantan —informé, haciéndolo sonreír de una manera que me aceleró todos los sistemas orgánicos del cuerpo—. Una de las primeras cosas que me impresionaron de ti.

—¿Y la segunda?

Rodé los ojos, admitiendo:

—Tu coquetería. Hombre, con esa mirada y tu forma de hablar podrías venderle biblias a un ateo. —Tomé nota mental de mi posición, con mis pies sin tocar el suelo, nuestros rostros al mismo nivel y su cuerpo en contacto con el mío—. La verdad no me sorprende estar entre tus brazos en este momento.

—Tarde o temprano ibas a caer. —Comenzó a reír, así que golpeé su brazo con fuerza y lo miré mal—. Es una broma. Nunca pensé que alguien como tú iba a aceptarme.

—Habló el Señor Ojos Bellos que convirtió a mi madre en una quinceañera.

—Al menos ahora sé que no he perdido mi encanto.

—¿Piensas seguir utilizándolo mucho? —Lo dije con tanta rapidez que no pude evitar el tono celoso de mi voz. Me arrepentí inmediatamente, pero Traian era demasiado inteligente para su propio bien y no lo pasó por alto.

Su sonrisa se ensanchó tanto que dos hoyuelos salieron a saludarme, como si quisieran conquistarme y aplacar el enojo que me recorría al imaginarlo utilizando sus cursis frases de conquista con otra persona. No quería sentir ácido en el estómago al pensar en aquel hombre sosteniendo a alguna mujer como a mí en ese momento, pero era una adulta que debía ser honesta consigo misma, y la verdad es que deseé empujar a Traian lejos ante las imágenes que comenzaron a formarse en mi cabeza, una detrás de la otra.

Pero detuvo mi hilo de pensamientos en el segundo en el que acercó sus labios a mi oído. Quise retorcerme y reír por acto reflejo, pero sopló un aire tibio que me hizo aferrarme con fuerza a sus hombros. Entonces habló, tan bajo que tuve que acercarnos más para poder escucharlo:

—Solo quiero conquistarte, un centímetro a la vez, todos los días. Demostrarte lo maravillosa que eres y por qué me has gustado desde el momento en el que posé mis ojos en ti.

Lo miré, suspirando:

—¿Te he gustado desde que nos conocimos en el estacionamiento del liceo?

Algo se revolvió en los ojos de Traian. No supe identificarlo pero noté que guardó silencio y lo pensó bien antes de responder. Tenía la impresión de que había algo que necesitaba decirme, pero toda su indecisión interna se detuvo y un gris beatífico volvió a engalanar su mirada.

—Sí, justo desde ese momento.

—Ha pasado mucho tiempo. Ya no me conoces, no puedes quererme.

—¿Qué necesito saber sobre ti para poder hacerlo? —cuestionó con urgencia, como si necesitara que yo lo entendiera—. ¿Tu nueva serie de televisión favorita? ¿A qué edad perdiste tu primer diente? —Guardé silencio, sin tener idea de qué responder, así que me explicó—: ¿Crees que saber todo sobre ti es lo que me hará amarte? ¿Me estás diciendo que es imposible querer a una persona si no sabes cuál es su color favorito o la asignatura que más le gustaba en la escuela?

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora