Sobre la mancha de humedad en el techo de mi habitación

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Mi mamá solía decirme que era sólo una mancha, pero no era cualquier mancha, yo estaba segura de eso. Su forma era simplemente algo que sí querías observar durante horas, no como cualquier otra mancha de humedad que a veces puede parecer hasta asquerosa.
Sin dudas recostarme en mi cama a observarla todos los días era mi plan favorito en ese entonces, pues no tenía mucho más que hacer. De hecho, era bastante divertido, porque cada día iba descubriendo cosas nuevas sobre ella. Una mancha de humedad en el techo de mi habitación se había convertido en mi mejor amiga. Patético, ¿verdad?
Patrick y Lina se la pasaban fuera de la casa, en cambio, yo no salía de ella más que para ir a la escuela o a la tienda, si mamá o papá me lo pedían. Ella siempre me decía que debía ser más sociable y salir más, pero no era algo de mi interés en ese momento, lo que me llevó a ser molestada por mis dos hermanos durante un largo tiempo.
Había algo en esa mancha que me llamaba mucho la atención, principalmente el hecho de que había aparecido de la nada unos meses atrás. Diecisiete largos años de aburrimiento y soledad viviendo en esa casa, y en el momento más oportuno, esa mancha de humedad en forma de luna llegó al techo de mi cuarto.
Con papá era más fácil hablar sobre ella, los dos creíamos que significaba algo, que no era sólo gracias al agua y ya, aunque él solía decirme que estaba obsesionada. Tal vez sí lo estaba.
La escuela era lo suficientemente aburrida como para volver a casa y tener que pasar mi tarde haciendo cosas de "adolescente normal" para complacer a mi madre, yo prefería beber una enorme taza de café (que por cierto, ella siempre decía que era dañino para mi salud, y bla, bla, bla) y luego subir a mi cuarto a oír música y observar la mancha.
Ahora que lo cuento, suena tan estúpido decir que me encerraba en mi habitación a mirar al techo y nada más, pero era lo que hacía. Tan estúpido como suena.

"Cleo, ¡bájale a la música!" me gritaba Lina y yo le subía más el volumen. ¿Pueden creer que los pulmones de mi hermanita de quince años eran aún más potentes que Kiwi de Harry Styles a todo volumen? Y cuando ella comenzaba a gritar, mamá subía las escaleras, Patrick se alteraba y papá me regañaba a mi por llevarle la contra a mi hermana. ¡Increíble!
Por suerte él luego se disculpaba y los tres (junto con mi hermano), podíamos pasar horas hablando sobre música o mitología griega. Pat y mi padre eran mis dos amigos más cercanos, y los únicos, con eso les digo todo.
"Te toca, Clo. ¿Arctic Monkeys o The Beatles?" sonrió Patrick triunfante, siempre que jugábamos a ese juego me lo hacía muy difícil, ya que sabía en dónde estaban mis puntos débiles. Y había dado en el blanco, nadie podía hacerme elegir en esos dos, pero ya no me quedaban votos en blanco así que debí arriesgar mi integridad como fan de ambas bandas y escoger una de las dos. Mi hermano me las iba a pagar, pero vaya uno a intentar hacerle elegir entre Blink-182 y Nirvana (por si tratas de hacerlo, cuida tu espalda.)
"Eres un hijo de pe..." comencé a decirle pero me interrumpí en cuanto mamá entró a la cocina mirándome con el ceño fruncido, a lo que fingí una sonrisa. Rodó los ojos mientras tomaba una manzana para mi hermanito, Gavin, y luego dejó la habitación. "Como te decía... The Beatles."
"Has decepcionado a Alex Turner" bromeó mi padre y los tres reímos.
Eso era más o menos una tarde en casa con mi familia. Pero las noches eran las más solitarias de todas, sobre todo cuando mamá y papá salían a cenar y llevaban a Gavin con ellos. Me invitaban, pero yo me rehusaba a ir, ¿a qué clase de adolescente le gustaba mostrarse en público con su familia? Ni siquiera a las que disfrutaban de quedarse en su cuarto observando una mancha de humedad, se los aseguro.
Toda mi vida fue bastante monótona durante esos (casi) diez meses con la mancha, hasta que conocí a Will.
A decir verdad nos conocíamos de toda la vida, habíamos ido al mismo colegio desde el kinder y siempre nos saludábamos, pero no sabíamos nada del otro.
En realidad no teníamos nada en común, pero pasábamos largos ratos charlando. En mis tiempos se les daba más importancia a los emojis o los tweets que a las largas conversaciones cara a cara, y aunque yo adoraba la tecnología, de vez en cuando apreciaba una buena charla con la persona adecuada.
Y sin dudas William era esa persona.
Él me contó muchas cosas, como que odiaba su nombre porque se lo habían puesto en honor a su abuelo, y su padre llevaba el mismo nombre. Una absurda tradición familiar.
También me habló de sus gustos musicales, que eran bastante diferentes a los míos. Yo soportaba hasta un punto del heavy metal. Si hubiese estado en sus manos, él podría haber inventado un metal aún más pesado que el que ya existía. Agradezcan que no lo hizo.
Yo le conté muchas cosas, omitiendo la mancha. Esa faceta de mi vida debía quedarse en mi familia y yo, porque era demasiado extraña y compleja para que alguien entendiera realmente por qué la admiraba tanto.
Ese secreto duró hasta que comenzamos a salir en serio y lo llevé a cenar a casa. Fue entonces cuando Lina, Pat y mi papá no pudieron resistirse a contarle sobre mi estúpida y rara obsesión con esa mancha, y las teorías que tenía sobre ella.
Debí verlo venir de ellos, aprovechaban cada ocasión que se les daba para poder humillarme. Él sin embargo no se burló e hizo caso omiso a los comentarios molestos de mi familia, y cuando acabamos de cenar y subimos a mi cuarto, me pidió que le mostrase la mancha. Me sentí una total idiota en ese momento, tuve la sensación de que iba a botarme en ese mismo instante por ser tan estúpida y extraña.
Pero en cuanto la señalé Will me miró a los ojos y me dijo que él sabía exactamente lo que significaba.
"¿Recuerdas aquel día en el que hicimos un picnic cuando estaba casi por anochecer?" preguntó con una sonrisa de oreja a oreja y asentí "pues ese día había una luna creciente. Tal como esa" señaló a la mancha y yo no hice más que quedarme boquiabierta.
Porque alguien al fin me demostraba que no estaba loca, que esa mancha sí tenía un significado, y que no era una casualidad. No podía serlo.
Era una señal de que Will era la persona que yo debía tener en mi vida para dejar de pasar mis días encerrada en mi cuarto observando la mancha. De que Will era quien me haría bien, era esa luz que me iluminaba, tal como el Sol con la Luna.
Parecía tener todo el sentido del mundo en ese momento, como si esa fuese la explicación que estuve esperando durante todos esos meses.
Todo tenía una nueva explicación a partir de entonces.
Éramos exactamente como la Luna y el Sol, con la diferencia de que no necesitábamos del otro para funcionar. Porque nosotros podíamos querernos sin perdernos a nosotros mismos, manteniéndonos fieles a quiénes éramos. Era la mejor parte.
Así fue como empezó todo esto, así fue como su abuelo y yo nos dimos cuenta de que esto iba a durar por mucho tiempo.
La Cleo de cincuenta años concluyó la historia frente a sus nietos con un gran entusiasmo, como si nunca antes se la hubiese contado a nadie, aunque sí lo había hecho.
Sus dos hijos, Avan y Angela, la miraban divertidos, porque ya se sabían la anécdota de la mancha de memoria.
Will sólo se acercó por detrás de su esposa y la abrazó con cariño, recordando esos días, hacía mucho tiempo atrás.
-Ya, mamá, los has aburrido, míralos- se rió Angela revolviéndole el cabello al más pequeño de sus sobrinos, Theo, de ocho años. Él se movió molesto, ya que odiaba que su tía le hiciese eso, y se cruzó de brazos.
Avan, sentado en el sofá de su sala, recostaba su cabeza sobre el hombro de su novio, casi esposo, Josh. Los muchachos de veinticinco años habían adoptado a sus tres hijos dos años atrás, y ahora parecía como si los hubiesen criado durante todas sus vidas.
La mayor de ellos era Gina, de trece años (¡sólo dos años menor que su tía Angela!), luego le seguía Joan, de once, y por último Theo.
Cleo no podría haber deseado una familia mejor que esa, principalmente porque aún tenía a su papá y sus hermanos y ella eran muy unidos, además de tener dos maravillosos hijos, aunque criar a una adolescente era más difícil de lo que pensaba. Compadecía a sus padres por haber aguantado a tres de ellos en una misma casa durante un largo tiempo.
Cuando su madre falleció y su papá decidió mudarse a un apartamento pequeño, Will y Cleo se quedaron con la casa en la que todos ellos habían crecido.
¿Y la mancha? Aún seguía allí, en el actual cuarto de Angela, porque luego de esa historia, nadie se atrevía a pintar encima de ella. Y mejor que nadie lo hiciese.

Limerencia. (oneshots)Where stories live. Discover now