–No te metas con ellos, Nathan, que son más pequeños que tú –dijo Sergio en nuestra defensa, aunque se reía casi tanto como el propio Nathan.

En ese momento me levanté del banco dispuesta a irme a casa. Fue entonces cuando me di cuenta de que había llevado la mochila a cuestas desde que salí del instituto. Solo esperaba que todo lo que llevase dentro estuviera de una pieza, sobre todo el móvil.

–¿Te vas ya? Espera, que te llevo –me dijo ATR–. Eso era en lo que habíamos quedado.

–No, olvídalo.

Erik también se levantó. Supongo que no quería quedarse allí con ellos, sobre todo desde que Nathan estaba allí. Hacía sentir incómoda a la gente solo con su presencia. Debía de ser otro de sus dones naturales, como lo de ser un fantasmón.

–¡Nathan! –gritó una voz de mujer a lo lejos.

No era Victoria, porque sería lo último que me faltase por aguantar en aquel momento. Era, probablemente, la parte que complementaba la tontería que tenía Nathan, y esa era su hermana pequeña, Sofía. Sofía estaba aún en cuarto de la ESO y tenía apenas quince años. Físicamente era una chica que fácilmente podría aparentar ser de la misma edad que su hermano, pero era una de esas personas que aparentaba ser lo que no era. Su cara de niña buena radicaba en eso, en su cara, porque era casi tan golfa como su hermano, a excepción de que ella no se acostaba con todo ser viviente como hacía él. Lo mejor de todo era que ella era consciente de todo lo que hacía Nathan en todo momento, es decir, no vivía ajena a la vida mujeriega de su hermano y, pese a ser una mujer, no le molestaba en absoluto lo que hacía. Supongo que convivir con una persona como Nathan tenía sus consecuencias y Sofía era el mejor ejemplo.

–¿Te has tirado a Victoria? –fue lo primero que preguntó tras venir corriendo hacia nosotros y pegar un salto hacia su hermano.

Algo muy peculiar de mi instituto era que las noticias viajaban a la velocidad de la luz, y si empezabas a salir con alguien, el instituto entero lo sabría en apenas segundos. No podías molestarte en ocultarlo, de alguna manera se descubría. Solo Sergio y ATR habían conseguido mantenerse al margen de la opinión pública. Y aún me pregunto cómo.

–Sí –respondió orgulloso.

–¿Y estás saliendo con ella? ¿En serio? ¿En serio?

–Sí –y compartieron una mirada de hermanos, esa mirada que contiene muchas más cosas de las que los hijos únicos como yo somos incapaces de comprender.

–¿La vas a traer a casa hoy?

–Solo si consigues que mamá y papá se vayan.

Y Sofía asintió. Trabajo en equipo, según lo llamaban. Me pregunto cómo hubiera sido Sofía de haberse criado en un ambiente normal, de haber convivido con personas civilizadas. Quizá pudiera haber sido una buena chica.

–He oído que es una puta, ¿estás seguro de lo que haces? –preguntó ella.

De repente, la mano de ATR le dio un capón a Sofía, no muy fuerte, pero lo suficiente para llamarle la atención.

–Niña, esa boca –por mucho que ATR se esforzase en que Sofía no hablase de la misma manera que su hermano, era imposible. Esa chica sería grosera y malhablada toda su vida–. Si hablas así solo atraerás a chicos como tu hermano.

Sofía enarcó una ceja esperando una explicación a aquello.

–Tu hermano no es un buen chico –añadió Sergio.

Y Sofía suspiró. No le importaba en absoluto. Nada le importaba a aquella chica. Admiraba a Nathan y le veía como a un ganador. Creo que alguna vez la escuché decir que quería ser como él y se me revolvieron las tripas.

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