—No luché —repitió ella, sacudiendo un poco la cabeza—. No habría podido luchar contra él, aunque no hubiera huido. —Cerró los ojos, pero los abrió unos segundos más tarde para mirarme con angustia.
La levanté un poco y me tumbé con ella en el sofá hasta apoyar la cabeza en los cojines. Yo tenía los brazos doloridos y temblorosos por haberla tenido en la misma posición tanto tiempo, pero no me importó. Me habría quedado así durante el resto de la noche si hubiera pensado que ella lo necesitaba.
La observé; seguía siendo hermosa incluso a pesar del sufrimiento que la embargaba, con aquel largo pelo dorado que caía sobre su espalda formando ondas y los ojos azules brillantes por las lágrimas.

—¿Contra quién no luchaste, Bree? —Contra el hombre que intentó violarme —me dijo con signos. El corazón se me detuvo en el pecho antes de reanudar su movimiento con un errático ritmo —. El hombre que asesinó a mi padre.
No sabía qué pensar ni qué sentir. Y, sin duda, no sabía qué decir.
—No luché —repitió—. Ni cuando lo vi sosteniendo la pistola ante mi padre ni cuando vino a por mí. Mi padre me dijo que me escondiera, y eso fue lo que hice. No luché — volvió a decir, con expresión de vergüenza—. Quizá podría haberlo salvado. Pero ese hombre mató a mi padre, y cuando vino a por mí, no luché contra él.

La observé, tratando de entender lo que decía.
—Luchaste —expliqué finalmente—. Luchaste, Bree. Has sobrevivido. Luchaste para vivir, y lo hiciste. Eso es lo que quería tu padre. ¿No habrías hecho lo mismo por alguien que amabas?
Parpadeó, y luego su expresión se relajó mientras me recorría la cara con los ojos. Parecía haberse liberado algo en mi interior, aunque no estaba seguro de qué.
Cuando las lágrimas de Bree comenzaron a caer de nuevo, su distante mirada de agonía se había atenuado un poco. La abracé con fuerza y la sostuve contra mi cuerpo una vez más mientras ella gemía en silencio, esta vez con más suavidad. Después de un rato, sentí que su respiración se hacía más profunda. Se había quedado dormida. La recosté de nuevo en el sofá, fui a por una manta y la cubrí con ella. Me senté a su lado durante mucho tiempo y miré a través de la ventana el movimiento del sol en el cielo.Pensé en que Bree y yo parecíamos muy diferentes y, sin embargo, éramos muy similares. Ella cargaba con la culpa de no haber luchado cuando pensaba que debía haberlo hecho, y yo tenía una cicatriz por lo que sucedió cuando lo hice. Cada uno habíamos reaccionado de forma diferente en un momento de terror y a los dos seguía doliéndonos. Quizá no había razones para ello, quizá no todo era negro o blanco, sino de mil tonos diferentes de gris cuando se trataba de dolor y de lo que cada uno nos sentíamos responsables.

14
Bree

Me desperté y abrí los ojos. Los sentía hinchados. La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la lámpara de pie que había en la esquina, junto a una de las estanterías de obra a medida. Me encontraba tumbada en un gastado sofá de cuero, con una mesita de madera para café todavía más antigua frente a mí. Las contraventanas estaban abiertas, dejando ver que el sol se había puesto por completo.
Retiré a un lado la manta que me cubría. Harry debía de habérmela puesto por encima. El corazón se me aceleró. «Harry». Él se había ocupado de mí. Me había rescatado.
Me senté y, a pesar de que me picaban los ojos y de un punto de dolor en la frente, me sentía muy bien. Descansada. Resultaba sorprendente, dado que me había puesto como una fiera cuando aquella red cayó sobre mí. Apenas me había dado cuenta de que Harry me liberaba de ella. ¿Por qué estaba aquella trampa en su propiedad? Imaginé que tendría que ver con su tío.
¡Dios! Me había asustado muchísimo. Ahora me avergonzaba de ello, pero también me sentía aliviada. De alguna forma estaba… ¿más ligera? Cuando me di cuenta de que Harry me llevaba en brazos y vi su expresión preocupada, me sentí segura…

Por eso me había puesto a llorar.
Los pasos de Harry a mi espalda, regresando al salón, me arrancaron de mis pensamientos.
Me giré para darle las gracias con una sonrisa tímida en los labios, pero cuando lo vi, me quedé paralizada. ¡Madre del amor hermoso! Se había recogido el pelo y se había afeitado.
Y era… hermoso.
Lo miré boquiabierta.
No, en realidad no era hermoso. Resultaba lo suficientemente masculino para apagar un poco lo que de otro modo sería un modelo de belleza. Tenía la mandíbula fuerte, un poco cuadrada, aunque no de forma exagerada. Sus labios eran anchos y voluptuosos, de un ligero color rosado.
Con el pelo retirado de la cara y recién afeitado, era evidente que sus ojos y su nariz eran perfectos para su rostro. ¿Por qué se ocultaba detrás de todo aquel pelo? Intuía que tenía unos rasgos bonitos debajo de la barba, pero no tanto. Nunca había imaginado que fuera así.
Justo cuando estaba a punto de hablar, se acercó a mí, poniéndose a la luz, y vi la rosada y brillante cicatriz en la base de la garganta. La piel estaba arrugada en algunas partes y plana en otras. Destacaba con fuerza con la perfección de los rasgos de su rostro.
—¿Harry…? —suspiré, mirándolo.
Se detuvo, pero no dijo nada. Se quedó allí, con la incertidumbre reflejada en la cara y en la forma en la que se mantuvo rígido e inmóvil. Yo no podía hacer más que contemplarlo, fascinada por su belleza. Algo comenzó a palpitar en mi interior. No sabía lo que era.
—Acércate —dije por signos, señalando el sofá, a mi lado. Me giré, y me siguió para sentarse a mi lado.
Deslicé los ojos por su rostro.

La VozWhere stories live. Discover now