Capítulo dieciséis

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Estoy llorando con tanta fuerza que todo mi cuerpo se sacude. Quiero callarme y hacerme un ovillo, olvidar todo lo que ocurrió, esconderme de ello. Pero no puedo. No ahora. Tengo que acabar con ello definitivamente. Necesito librarme de esta carga.

—Una noche, se lanzó y yo me aparté. Me sentí despreciable por hacerle eso, pero de verdad que no podía dejar que lo nuestro pasara a lo físico. Todavía no. Pensé que al igual que las otras veces, él me diría que no debía preocuparme, que lo entendía y que esperaría. Qué ilusa fui —dejo escapar una risa amarga y temblorosa—. Su rostro mostró cansancio y molestia, y entonces me soltó que aunque mi padre le pagaba bien para mantener a su hijita "feliz", ya estaba harto y quería lo que le correspondía por derecho después de haber aguantado mis lloriqueos. Así que me pegó, me inmovilizó como tantos habían hecho antes que él y me violó. No era la primera vez que me hacían ese tipo de cosas sin mi consentimiento, pero creo que fue la vez que más me dolió. Y no me refiero físicamente. Una vez terminó, se fue, dejándome allí tirada como una especie de muñeca de la que se hubiera cansado de jugar. Como ya imaginarás, no volvió a visitarme nunca más.

Vamos, puedo hacer esto. Ya casi he acabado. Solo la parte final. Es la más fácil. La más placentera. Es lo único que hice de lo me siento orgullosa aún hoy.

—Supongo que lo más sencillo hubiera sido olvidarme de todo lo que había ocurrido y seguir con mi vida. Pero no lo hice. Estaba harta de ser tratada como una mierda, de que me usaran sin pensar en mis sentimientos. Así que tomé una decisión. Me pasé una semana haciendo mi trabajo con especial entusiasmo, logrando de esta manera que mi padre estuviera contento y no tan pendiente de mí. Descubrí que él se pasaba por el burdel una vez a la semana. Una vez la información llegó a mi poder, el resto fue de lo más sencillo. Cogí la pistola de mi padre y le apunté delante de todos. El guardia del lugar no tardó en aparecer y apuntarme con su propia arma, en señal de amenaza. Mi padre no hacía más que murmurar palabras tranquilizadoras, indicándome que soltara la pistola. Pero yo no le escuchaba. No escuchaba a nadie. Le disparé en la cabeza y unos segundos después me dispararon a mí. El resto es historia.

Suelto un suspiro entrecortado sin poder evitarlo, aliviada de haber acabado al fin. Los sollozos no han parado a pesar de mis intentos, y aunque siento que estoy a punto de explotar en algún momento, estoy mejor. Es como si de repente fuera libre. Esta vez de verdad.

Alzo la mirada con lentitud, sin saber exactamente lo que me voy a encontrar y temiéndome lo peor. Sin embargo, lo que aparece ante mis ojos es un Víctor paralizado, con los ojos llorosos y la cara roja. Abro la boca por la sorpresa, e intento decir algo. Pero es como si después de haber hablado tanto ya no me quedara voz.

Antes de poder darme cuenta, hay unos brazos rodeándome y tengo la mejilla pegada al pecho de mi protegido.

Me quedo totalmente estática, sin saber si apartarme o corresponderle. El corazón se me ha vuelto a acelerar, y esta vez no tiene nada que ver con mi horrible pasado. No es la primera vez que me abraza, pero si es la primera vez que mi cuerpo reacciona de esta manera. Y lo odio.

Me siento tan en casa que me acabo por rendir y mis brazos no tardan en estrecharle con fuerza. Escondo el rostro en el hueco de su cuello y me permito derramar unas cuantas lágrimas más.

Su mano hace círculos suaves en la parte baja de mi espalda, logrando calmarme poco a poco. Mi respiración se ha asentado y los temblores han cesado, mas sigo escuchando mis rápidas pulsaciones como si fueran tambores. Las oigo tan alto y fuerte que me aterra que él también se dé cuenta. Y eso es lo último que quiero.

DarknessWhere stories live. Discover now