—¿En serio? ¿Cuándo podrías empezar?
—En cuanto quieras. —Solté una risita—. Puedo volver más tarde para una prueba, o…
—No es necesario. Tienes experiencia como camarera, que es lo único que se precisa para el trabajo. Estás contratada. Firmaremos el contrato más tarde. Norm es mi marido, así que tengo autoridad para contratar a quien quiera —aseguró tendiéndome la mano—. Maggie Jansen. Sonreí.
—Soy Bree Prescott. Gracias. ¡Muchas gracias!
—Eres tú la que acaba de alegrarme la mañana —explicó mientras llenaba varias tazas de café.
Bueno, sin duda era la entrevista más fácil que hubiera tenido nunca. —¿Eres nueva en el pueblo? —preguntó la joven que tenía al lado. Me giré hacia ella con una sonrisa. —Sí. Ayer me instalé.
—¡Genial! Bienvenida a Pelion. Me llamo Melanie Scholl, y esta es mi hermana, Liza. —La chica sentada a su derecha se inclinó hacia delante y me tendió la mano.
—Un placer conocerte —aseguré al tiempo que se la estrechaba—. ¿Estáis de vacaciones por aquí? —me interesé al ver que por los tirantes de sus camisetas sobresalían los lazos de los bañadores.
—¡Oh, no! —se rio Melanie—. Trabajamos en la otra orilla. De socorristas, durante las dos próximas semanas, mientras haya turistas. Durante el invierno trabajamos en la pizzería de la familia.
Asentí con la cabeza antes de beber un sorbo de café. Pensé que debía de tener mi edad; Liza, sin embargo, parecía algo más joven. Su aspecto era parecido, con el pelo castaño rojizo y los mismos ojos grandes y azules.
—Si tienes alguna cuestión que podamos resolverte sobre el pueblo, no dudes en preguntarnos —se ofreció Liza—. Nos sabemos todos los asuntos sucios. —Me hizo un guiño—. Podemos indicarte también a qué chicos te conviene evitar. Los conocemos a todos, es lo bueno que tienen los pueblos pequeños. Me reí.
—De acuerdo, lo tendré en cuenta. Me alegro de haberos conocido, chicas. —Me empezaba a girar hacia la barra cuando se me ocurrió algo—. Mmm…, la verdad es que sí tengo una pregunta sobre alguien. Ayer se me cayó la bolsa de la compra en el aparcamiento del supermercado, y un joven se detuvo a ayudarme. Alto, delgado, buena constitución, pero…, no sé…, no me dijo ni una palabra… Tiene una barba muy larga…—HarryHale —me interrumpió Melanie—. Sin embargo, me sorprende que se
parara a ayudarte. No suele prestar atención a nadie. —Hizo una pausa—. En general, nadie le hace caso tampoco.
—Bueno, no sé si le quedó otra elección —confesé—. Mis compras se desparramaron literalmente ante sus pies. Melanie encogió los hombros. —Sigue siendo extraño que te ayudara. Créeme. De todas maneras, creo que está sordo…, por eso no habla. Tuvo un accidente cuando era niño. Nosotras teníamos solo cinco y seis años, respectivamente, cuando ocurrió, a las afueras de la ciudad, en la carretera. Sus padres aparecieron muertos, lo mismo que su tío, que era el jefe de la policía local. Imagino que fue entonces cuando debió de perder el oído. Vive al final de Briar Road; hasta hace un par de años vivía allí con su otro tío, hasta que este, que lo educó y le dio un hogar, murió, pero ahora vive solo. Ni siquiera pisaba el pueblo hasta que su tío falleció. Ahora lo vemos de vez en cuando, aunque no deja de ser un solitario.
—¡Dios! —exclamé, frunciendo el ceño—. Qué historia tan triste.
—Sí —intervino Liza—. ¿Te has fijado el cuerpazo que tiene? Está claro que es genético. Si no fuera tan asocial, iría a por él.
Melanie puso los ojos en blanco y yo me cubrí los labios con la mano para no escupir el café.
—Por favor, no mientas —intervino Melanie—, irías a por él de cualquier forma si se te pusiera a tiro.
Liza lo consideró durante un segundo y luego sacudió la cabeza.
—Dudo que sepa qué hacer con ese cuerpo que tiene. Una verdadera pena… — Melanie volvió a poner los ojos en blanco y luego alzó la mirada hacia el reloj que había en la pared, detrás de la barra.
—¡Oh, maldita sea! Como no nos vayamos ya, llegaremos tarde. —Sacó la cartera y llamó a Maggie—. Tenemos que marcharnos, Mags, te dejamos el dinero en el mostrador.
—Gracias, cariño —dijo Maggie, que se dirigía hacia las mesas con dos platos. Melanie escribió algo en una servilleta y me la dio.
—Ahí tienes nuestro número. Estamos planeando una noche de chicas al otro lado del lago. Quizá te gustaría asistir.
Cogí el papel.
—Oh, está bien. Quizá sí… —Sonreí. Escribí mi número en otra servilleta y se la tendí—. Muchas gracias, chicas. Es muy amable de vuestra parte.
Me sorprendió lo mucho que mejoró mi estado de ánimo después de hablar con dos chicas de mi edad. Quizá era eso lo que necesitaba, pensé, al recordar que era una persona con una vida y una familia antes de la tragedia. Era fácil pensar que mi existencia empezaba y terminaba ese terrible día. Pero no era cierto. Necesitaba recordármelo a mí misma tanto como fuera posible.
Por supuesto, mis amigos de siempre habían tratado de conseguir que saliera durante los meses posteriores a la muerte de mi padre, pero no había estado de humor. Quizá me fuera mejor con personas que no estaban familiarizadas con mi tragedia, después de todo, ¿no era ese el propósito de este viaje iniciático? ¿Una vía de escape temporal? ¿La esperanza de que estar en un lugar distinto traería consigo mi curación? Luego tendría las fuerzas necesarias para volver a enfrentarme a la vida.
Liza y Melanie se dirigieron hacia la puerta con rapidez, saludando a otras personas situadas en distintas mesas de la cafetería. Después de un rato, Maggie me puso delante un plato.
Mientras comía, pensé en lo que me habían dicho sobre HarryHale. Todo tenía sentido ahora que era sordo. Me pregunté por qué no se me habría ocurrido a mí. Por eso no había hablado. Y era evidente que sabía leer los labios. Lo había insultado cuando había hecho aquel comentario sobre que no hablaba. Por eso había cambiado su expresión y se había alejado. Me sentí fatal.
«Menuda metedura de pata, Bree», me dije para mis adentros mientras mordisqueaba una tostada.
Pensé que me gustaría volver a encontrármelo para pedirle disculpas. Me pregunté si conocería el lenguaje de signos. Le haría saber que podía hablar conmigo de esa manera si quería. Lo conocía muy bien. Mi padre también era sordo.
Había algo en HarryHale que me intrigaba, algo que no lograba definir. Era algo que iba más allá del hecho de que no podía hablar, ya que estaba muy familiarizada con esa discapacidad en particular. Pensé en ese asunto durante un minuto, pero no encontré la respuesta.
Terminé la comida y Maggie me hizo una seña cuando le pedí la factura.
—Los empleados comen gratis —aseguró, rellenándome la taza de café—. Vuelve después de las dos para firmar el contrato. Sonreí.
—De acuerdo. Nos vemos esta tarde. —Dejé una propina en el mostrador y me dirigí hacia la puerta.
«No está mal —pensé—. Solo llevo un día en el pueblo y ya tengo casa y casi un trabajo, una especie de amiga cercana, Anne, y quizá un par de amigas de mi edad, Melanie y Liza».
Había una nueva ligereza en mis pasos mientras me dirigía al coche.

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