La profundidad de un pensamiento cualquiera (2017)

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Solo reconozco mi propia cara porque reconozco sus partes por separado

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Solo reconozco mi propia cara porque reconozco sus partes por separado. Si éstas fueran a estar repartidas entre distintas personas, podría decir: esa frente se parece a la mía, esas ojeras se parecen a las mías, esa sangre en los labios se parece a la mía.

En mis sueños estoy frente a un espejo, también. Los espejos, que ya de por sí no son de fiar en la vida real, imagínense en los sueños.

En uno tengo los ojos negros, como cuando me pusieron esas gotas para dilatarme las pupilas y que el médico pudiera ver en su interior, como si fuese un médico del alma. Mi mamá opinó que me quedaban bien. Yo le dí la razón, pero solo para mis adentros, porque siempre odié que opinara sobre mi apariencia, ya fuera para bien o para mal.

Tengo los ojos negros y eso es lo único que noto, pese a que después, una vez despierto, me doy cuenta de que toda mi cara era otra, una persona más joven que yo, más inocente y sana; porque mi yo real tiene esa grieta de negrura en la mirada que podría reconocer a varias dimensiones de distancia, y que, a veces, creo percibir también en otras personas, criaturas nacidas de las gotas de cansancio que derramé por el mundo a mi paso en mis muchas vidas pasadas.

Tampoco soy bueno recordando rostros ajenos. Siempre necesito una marca, algo que resalte, una luz parpadeante: vos sos tus ojos grises, mi color favorito en el mundo, ojos como el cielo nublado, mi cielo favorito en el mundo. Vos sos la forma en que tu sonrisa es asimétrica, como si la hubieran cortado y vuelto a armar sin cuidado, y que sin embargo no opaca tu belleza, es más, la resalta. Vos sos la curva de tus cejas, que me recuerdan a un cuadro que vi hace muchos años, pero jamás podría explicártelo. Y vos, allá, sos el detalle en tu mirada que te hace igual a mí, y que te hace sagrade, aunque cualquiera vaya a decirme que no tengo ningún parecido con un nene de seis años o con una abuelita con los labios -casi inexistentes- pintados de rojo o con un perro de la calle.

A veces tengo la tentación de decírselo a alguien. De decirle a la persona que tenga más cerca -seguramente alguien que me conoce desde hace años-, "esa chica se parece a mí", solo para que me mire como si estuviera loco, como si supiera qué aspecto tengo, por dentro y por fuera, más de lo que yo lo sé.

Pero no, nunca van a entender lo que yo veo, nunca van a entender la forma en que la fealdad hace a ciertas personas más hermosas, y la belleza hace a otras repulsivas, y cómo la conciencia de esto me hace querer arrancarme los ojos y enterrarlos, como Koschei enterró su muerte y como muches deberían haber enterrado sus palabras, en lugar de destruirme con ellas.

A veces sospecho que ando por el mundo dormido con los ojos abiertos, y todo lo que escribo va componiendo mi diario de sueños, porque no puedo dejar nada sin describir y no puedo arriesgarme a olvidar nada.

Escribo porque no conozco una forma de no hacerlo, porque les pregunté a las cartas de tarot si existía alguna realidad en la que no lo hiciera y no supieron encontrar ninguna.

Escribo porque tengo algo dentro mío que se mueve y que no sé cuanto espacio ocupa, o cuándo terminará de salir. Tal vez falte poco, tal vez mañana me quede al fin sin palabras: ¡la paz inmensa que implicaría eso!

Escribo porque si no lo hago me ahogo y si lo hago también, y tal vez hoy sea el día en el que muera: prometo que lo aceptaré de buena gana, y quiero que mi lápida esté vacía, porque odio las palabras, y que esté escrita hasta el tope, porque las amo. No conserven nada de mí, y préndanle fuego a mi cuerpo, porque solo me trajo sufrimiento; sufrimiento y un deseo demasiado grande.

A veces sospecho que me morí varias veces. Tal vez morí cuando sangré por primera vez, o la primera vez que mamá me dijo "yo te quiero" en medio de los retos, y jamás entendí por qué lo hacía, quizás para hacerme sentir culpable, como si yo necesitara alguna ayuda para sentirme culpable.

Tal vez, como Sylvia Plath, muero una vez cada diez años, y este es el año de mi segunda muerte. Eso explicaría el dolor y el vacío espeso como una mancha de petróleo, y la sensación de que toda mi vida está pasando ante mis ojos, excepto que con huecos donde deberían estar las explicaciones.

Escribo esto y en mi imaginación estoy gritando, porque no puedo hacerlo en la vida real y tampoco puedo en los sueños, y estoy gritando por un sufrimiento enorme; y estoy llorando porque acabo de nacer, y si hoy es el día de mi cumpleaños, entonces que alguien me regale un arma con la que acabar con esta vida: una sola palabra sería suficiente.

En mis sueños muero y sigo soñando, como si la muerte no existiera, y en mis sueños también soy otra persona, porque admiro a todo el mundo excepto a mí mismo y no soporto mirarme al espejo.

LA PROFUNDIDAD DE UN PENSAMIENTO CUALQUIERAWhere stories live. Discover now