Feliz quinto día de Herlaai

104 9 6
                                    

Este cuento se ubica pocos días después del capítulo 30 de Guerra de Ensueño, y unos meses antes del inicio de Cuentos de Arlan II: El Príncipe.

*****

El sol de mediodía brillaba en medio de un cielo azul y sin nubes, y los cascos de nuestros caballos se hacían sonar sobre las baldosas de uno de los patios del castillo mientras Damien y yo conducíamos a nuestras monturas hacia el establo.

Cuando llegamos, mi hermano estaba terminando de contarme sobre la primera vez que subió a un caballo, haciéndome pensar en un niño que recibe su primera bicicleta.

—Mañana podemos ir por la playa —ofreció mientras quitaba la silla de Joyeuse.

Asentí por respuesta, haciendo lo propio con mi caballo.

Mi caballo. Hice una mueca. Darius había insistido en conseguirlo para mí durante algunas semanas y, luego de que me vi en la necesidad de tomar prestada a la yegua de mi hermano, finalmente accedí.

La noche anterior se habían presentado en el palacio un par de hombres que llevaban el caballo negro que ahora me pertenecía. Damien quedó fascinado cuando lo vio y decidió que tendríamos que salir a cabalgar.

Era un animal excelente, lo supe desde el momento en que subí a su lomo por primera vez esa mañana. Sin embargo, no dejaba de pensar que era demasiado.

"Si lo miras de otra forma, es como si te hubiesen regalado un coche" había dicho Liam. No me ayudaba en lo absoluto.

Nos dirigimos al interior del palacio una vez que dejamos los caballos a cargo de un par de mozos de cuadra. Sentía que mi estómago protestaba de hambre y, aunque moría de sueño, ir a mi habitación no era una opción. Las pesadillas habían vuelto, aún con el colmillo de Dante alrededor de mi cuello. Hacía un par de días le había enviado una carta, pero no había obtenido respuesta aún.

Nos adentramos en el recibidor, encontrándonos con Darius, que estaba de pie junto a una caja y con un pergamino en la mano. Sus ojos leían la nota mientras él asentía y respondía al hombre que, supuse, era el mensajero que habría traído el paquete.

—¡Oh, regresaron! —saludó cuando nos escuchó entrar.

El hombre hizo una ligera reverencia hacia nosotros, logrando hacerme sentir incómodo por un momento.

Darius devolvió el pergamino al mensajero, haciendo una seña en mi dirección.

—A él es a quien buscas —dijo, para luego mirarme con una sonrisa.

—Alteza —murmuró el hombre, haciendo una nueva reverencia—. Un paquete de Ziggdrall para usted.

Lo miré con sorpresa por unos segundos antes de comprender de qué hablaba. Mis ojos pasaron de él a la caja varias veces antes de que lograra decir algo.

—¿Un paquete? —pregunté, acercándome.

Esperaba una carta; jamás hubiese esperado un paquete. Y menos uno tan grande.

Me senté en el suelo, frente a la caja, buscando cómo abrirla. De reojo pude ver que el mensajero se alejaba con una nueva reverencia.

—Creo que alguien allá te extraña —dijo Darius, sentándose al otro lado, también en el suelo, y girando la caja una vez que fue él quien encontró la forma de abrirla, permitiéndome hacerlo.

Cuando lo miré, sus ojos azules me sonreían.

Intenté devolverle la sonrisa, pero fracasé olímpicamente.

Cuentos de Arlan & ZiggdrallWhere stories live. Discover now