Un café y un cigarro. Una razón y un suicidio.  

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Dejé que la sangre fluyera libremente de mi muñeca. La veía caer en la taza de café que había dispuesto en la mesa de mi escritorio. Estaba casi a la mitad. Ojeé mi muñeca y conté las heridas. Cinco. Todas rojas e hinchadas. «Cada herida dura alrededor de quince minutos en cicatrizar» Me dije, más bien, repetí esa frase que me habían dicho hace poco tiempo.

La sangre comenzaba a coagularse. Vi la hojilla de afeitar manchada de líquido espeso color escarlata. ¿Quién lo pensaría? ¿Cómo llegué a tomar esta decisión? Creo que no es la mejor pregunta, debería ser algo como; “¿Por qué tenía que ser esta la salida?”

            El aire frio me sacó de mis ensoñaciones. «Vamos, Kim, tu puedes hacerlo». Me mordí el labio y tomé la hojilla. Respiré hondo y la acerque a mi otra muñeca. Ya tenía mucho dolor en la izquierda. Mi pulso me jugó una mala pasada. Temblaba como gelatina. «Se fuerte, se fuerte, se fuerte…» Repetí en mi cabeza, aunque sabía que ser fuerte era lo último que jamás cumpliría. Era una cobarde. Eso me definía.

            Todo empezó cuando mi madre murió. No fue hace mucho. Ya no recordaba ni la fecha. Los días para mí eran solo ver pasar el sol y la luna delante de mis ojos. No tenían tiempo, no tenían emociones. Eran vacios, al igual que yo. Quise mucho a mi madre cuando vivía, pero era de las personas que nunca revelaban sus dolores. Un día se desmayó. Cuando llegamos al hospital el médico nos dijo que tenía cáncer. Metástasis en casi todo el cuerpo. No había cura. Solamente quince días después, murió. Dejándome sola con mi padrastro y mi hermano pequeño.

            La primera noche de su partida, mi padrastro, Peter, se fue de la casa. Mi hermano, Christopher, estaba devastado. Yo solo me repetía una frase. Se fuerte.

            Christopher lloró toda la noche. No podía culparlo, solo tiene diez años. Lo abracé hasta que me quedé dormida. No soñé, ya era costumbre. Pero esta vez fue diferente. Era como si el universo me diera una señal.

            El ruido de la puerta hizo que me despertara. Christopher estaba a mi lado, dormido y aun con lágrimas en los ojos.

            —¿Hola? —Dije en un susurro.

            Nadie contestó. Algunas pisadas se escuchaban acercándose a donde estábamos. Me hiperventilé. ¿Quién demonios estaba dentro de nuestra casa?

            —¿Hola? —Repetí.

            La puerta de la habitación se abrió de golpe. Era Peter. Me tranquilicé, pero no fue por mucho…

            —Levanta al chico —Dijo bruscamente. Olía a alcohol y tabaco—. Quiero hablar con él.

            Mi instinto me decía que no le hiciera caso, pero, lo ignoré e hice lo que me pidió. Christopher al verlo se alegro, en parte, y corrió a abrazarlo. Peter, no reaccionó de la misma manera. Alzó su mano y atestó contra él y su frágil cuerpecito. Al instante me interpuse entre ellos. Christopher volvía a llorar. Le había dado en el rostro.

            —No vuelvas a tocar a mi hermano —Dije amenazante—. Si lo haces de nuevo, te juro que te…

            —¿Qué me vas a hacer? ¿Matarme? —Dijo con tono monótono— Ya estoy muerto. Morí cuando tu madre murió. Y ni tú, ni nadie puede hablarme así…

            Cuando estaba terminando la frase, me golpeó. Fuerte. Pero no se detuvo ahí, siguió y siguió y siguió…

            No solo se limitó a esa noche. Día tras día, semana tras semana, mes tras mes, Peter volvía pasado de tragos y nos golpeaba. Nos maltrataba. Ya no era capaz de soportar el dolor. Ya no era capaz de volver a vivir… “Muerta, pero, sin morir del todo. Viva, pero como si estuviera muerta”

            Tomé de nuevo la hojilla, y me obligué a sostenerla. La dejé caer sobre mi muñeca derecha y rasgue sin pensarlo dos veces. Cerré los ojos y fruncí el ceño. Dolía, pero, no como sus golpes…

            La sangre apreció rápidamente y continúe vertiéndola en la taza de café. Respiraba calmadamente. Ya iba siendo hora…

            Recogí las colillas de los cigarrillos que había fumado. Las coloqué junto a la taza. Tomé el último enrollado de nicotina y lo encendí sin más. Le di una calada profunda. Dejé que el humo escociera mi garganta hasta casi hacerme llorar. Repetí lo mismo, hasta que quedara la mitad del cigarrillo. Lo apagué y lo dejé al otro lado de la taza, donde no estaban las colillas.

            «Es hora de comenzar con la carta —Pensé»

            Escribí rápidamente, ya no quería que esto se postergara más. Cada palabras escrita, dolía más que la anterior. Esto me hacia recordar cada mal momento de mi vida. Algunas gotas de líquido rojo cayeron sobre el papel manchándolo.

—Supongo que esto le da un toque de seriedad —Una sonrisa tonta se dibujó en mi rostro.

Terminé la carta. No muy largar, pero tampoco tan corta. La ojeé rápidamente.

Querido Peter:

            Ya no lo soporto más. Sé que hay mejores soluciones, pero para mí, esta es la mejor de todas. Sé que es cobarde, pero, no tan cobarde como lo que haces. Solo te escribo esto  para que, quizá, en algún momento, te sientas culpable por lo que nos hiciste. Christopher está muy lejos. No trates de buscar, no lo encontraras.

            Quiero que veas las cosas que están en mi escritorio. La taza de café a llena de sangre para que veas el dolor que nos causaste, también, para que lo veas como quieras, para mí esta medio vacía, porque así nos dejaste. Las colillas significan cuantos sueños, esperanzas y demás terminaste, destruiste. Y al final el cigarrillo a la mitad entiendas que nos consumiste, pero no del todo. Y la nota no es más para darte una razón, para dar este paso. Aunque si es por una razón aquí te di tantas que valdrían para hacerlo unas cien veces más sin pensarlo.

Te odia con toda su alma,

Kim

PD: Espero no verte nunca más, ni aquí, ni a donde me lleve este sendero tortuoso al que me arrastraste.

            —Perfecto —Dije.

            Las lágrimas escocían mis ojos. Esto sería mi último aliento antes de que todo se tornará negro…

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⏰ Última actualización: Feb 26, 2014 ⏰

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