II. Un lobo y una plaza destruida

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Afuera, la tormenta se arremolinaba sobre la ciudad amenazando un tiempo muy inestable

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Afuera, la tormenta se arremolinaba sobre la ciudad amenazando un tiempo muy inestable. Últimamente las tormentas fuertes, las corrientes descendientes y las amenazas de tornado se habían vuelto comunes, y Uruguay no estaba preparado para tales alteraciones climáticas. Ese día parecía que el viento iba a arrancar los cristales de las ventanas del edificio.

En el exterior, el panorama no mejoraba en absoluto. Habían árboles caídos, el tendido eléctrico colgaba como lianas sobre las veredas y los vidrios de varios comercios habían estallado. El viento aún soplaba, pero con menor intensidad.

—Ahora decime qué está pasando, y quién sos vos —exigió él mientras corrían por las calles atestadas de personas que habían salido a ver los desastres. A ambos lados, las construcciones se mezclaban entre lo viejo y lo nuevo.

La desconocida echó una mirada sobre el hombro antes de hablar.

—Yo soy Lorena —comenzó ella, agarrándolo del brazo para tomar la peatonal Sarandí, la que desembocaba en la Plaza Independencia—. Y la reencarnación de Freyja —agregó con una sonrisa.

Rainer soltó una risotada mientras pensaba que, a pesar de su razón decir que era demencial, había visto cosas que no ponían en duda las palabras de la muchacha.

—Y vos —siguió ella—. Sos la reencarnación de Heimdall, el dios blanco que defiende el Bifröst. —Se detuvieron al oír un estruendo que paralizó a todos los que allí estaban. Lorena soltó un bufido e instó a Rainer a que la siguiera hasta la Plaza, que era de donde provenía el sonido—. ¿Alguna vez te contaron la profecía de Loki? ¿Que él reencarnaría el veinticinco de febrero del noventa y uno?

Rainer recordaba algo, su madre siempre le contaba que había una leyenda poco conocida que contaba que Loki reencarnaría tal como ella decía; que a los quince años causaría desastres y que a los veintiún años -en el dos mil doce- provocaría el Ragnarök.

—Pero estamos en el dos mil diecisiete—replicó él con desdén—. Parece que Loki se retrasó un poco —rió.

Ella hizo una mueca.

—Retrasado o no, lo está cumpliendo, vó —exclamó Lorena mientras empuñaba la varita y hacía surgir su lanza. Rainer sostuvo el Gjallarhorn y abrió los ojos de par en par cuando vio a un lobo gigantesco con las patas delanteras apoyadas en la entrada de la ciudadela.

La peatonal Sarandí desembocaba en la Plaza Independencia, donde estaba la puerta de piedra que había sido la entrada de la antigua Ciudadela de Montevideo, pero ésta poco a poco iba perdiendo piedras bajo las garras del gran lobo Fenrir. Cuando los ojos rojos de la fiera se fijaron en ellos, tomó impulso -destruyendo al fin la icónica entrada-, saltó sobre ellos y cayó justo detrás de Lorena y Rainer, levantándole la ropa y el cabello con el apestoso aliento.

—¿La gente no lo ve? —preguntó él casi a los gritos, exasperado porque las personas caminaban al lado de la bestia sin inmutarse.

Lorena sacudió la cabeza mientras retrocedía con cautela, Rainer la imitó.

—No, sólo los reencarnados; para ellos, Fenrir es la tormenta. —Miró hacia atrás, asegurándose que allí estaba la estatua de Artigas, el prócer de Uruguay—. Tenemos que ir a una de las entradas a Asgard, vos podés abrirla sin problemas, Heimdall.

—Tengo nombre, soy Rainer. ¿Y dónde hay una entrada? —indagó con urgencia. Fenrir gruñía y avanzaba con la lentitud de un depredador a punto de devorar a su presa.

—Bajo la estatua de Artigas. —Rainer le levantó las cejas pidiendo una explicación. ¿Cómo era posible que la entrada a Asgard estuviera justamente en un país como Uruguay? Lorena lo tomó del brazo y lo hizo avanzar a grandes zancadas, haciendo que la bestia comenzara a correr también—. Asgard tiene sus puertas junto a monumentos de grandes héroes de la historia, supongo que descansan en el Valhalla ahora.

A causa de la tormenta, dos personas corriendo mientras atravesaban la plaza no llamaba demasiado la atención. Las garras del lobo rasgaron suelo y se abalanzó justo en el momento en el que ambos rodearon la estatua, dando de lleno contra Artigas y su caballo y destruyéndolo por completo. Lorena soltó una maldición mientras observaba a Fenrir incorporarse y jaló a Rainer.

—¡¿Qué hacés?! —gritó él, intentando retroceder ya que la muchacha avanzaba hacia la bestia.

—¡El portal! —exclamó Lorena, sin soltarlo y obligándolo a avanzar, sosteniendo con fuerza la lanza por si tenía que atacar—. ¡Poné tu mano en el pedestal! ¡Eso debería abrir el Bifröst!

Fenrir gruñía encima de ellos, con las patas a cada lado de lo que quedaba de la estatua, y un chorro de saliva goteaba justo frente a ellos. Con un grito, Rainer empuñó a Hofuth y corrió hacia el pedestal, con Lorena a sus espaldas con la lanza apuntando al frente. El hombre estiró el brazo y, esperando el impacto, cerró los ojos.

El despertar del Gjallarhorn [Completa]Where stories live. Discover now