Afortunada ella, que siguió durmiendo sin problemas

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—¿Qué? ¡Eso no es un hada! —exclamó Elisa, apenas Fae nos reveló su identidad—. ¡Nos mentiste!

Habíamos caído en otro lugar extraño. Parecía una ciudad medieval, cerrada y abandonada al punto de que la suciedad se amontonaba en las calles. Lo triste era ver las paredes de las casas cubiertas de enredaderas y a la gente dormida en las aceras, sobre los carros de frutas podridas o junto a sus caballos, que también descansaban intactos.

En medio de nuestra incertidumbre por no volver a casa, Fae nos había dado una noticia que nos puso aún más nerviosos.

—Les pido mil disculpas por no haber aclarado el malentendido antes —dijo—, pero en mi gremio llevamos el título de hada con mucho orgullo. Aunque no seamos madrinas de nadie.

Mi pelirroja no parecía muy contenta.

—Claro, porque los dientes tienen que irse a alguna parte. ¿De dónde sacan las monedas para dejar bajo la almohada de los niños?

—Elisa, por favor —advertí, temiendo que nos abandonaran allí.

—Santiago, ¿te das cuenta de que vamos de cuento en cuento junto a un hada de los dientes con un culo dibujado en la cara y que no puede hacer nada?

Por increíble que parezca, suspiré aliviado por la indiscreción de mi novia. Al fin, alguien lo había dicho. Era muy incómodo ver a esa mujer con algo tan obvio y no poder ni mencionarlo.

En cambio, para nuestra compañera en desgracia fue como si le hubieran echado un balde de agua fría.

—¡Son dos círculos mal dibujados! —gritó, tapándose la mejilla con una mano.

—Me vas a disculpar, Fae, pero yo creo que está bastante bien hecho —intervine—. Y Elisa, no había mucha diferencia en que fuese un hada madrina con un culo en la cara y que no pudiese hacer nada.

—Me hubiera sentido más protegida.

Intentamos recorrer la ciudad. Sin embargo, la vegetación era tan densa en algunos lugares, que solo pudimos avanzar con relativa facilidad hasta el castillo que se alzaba al fondo. Me puse alerta y miré en todas direcciones, no fuera a aparecer otro príncipe a retarnos a duelo. Recordé mi fanatismo adolescente por la actriz que hizo de la villana de este cuento en una película, hace poco, y casi deseé que apareciera ante nosotros. Aunque eso ya era mezclar las cosas.

Fae y mi pelirroja favorita siguieron hablando, mientras ingresábamos al edificio.

—Esto es discriminación —protestó el hada—. Nuestro gremio...

—Ya, ya. Lo lamento, mujer. Al menos dime que podrás llevarnos a la redacción cuando recuperes tus poderes dentales.

—Claro, si me permitió encontrarlos a ustedes, en un principio. Antes de quedarme sin una chispa de magia.

—Sí, muy conveniente que te quedaras varada justo cuando nos habías pedido ayuda. No me diste la oportunidad de rechazarte.

Sonreí, encantado con mi Elisa. Para qué necesito brujas maléficas, si tengo a la consejera que arruina todos los cuentos.

—Perdona su reacción —agregué, alcanzándolas en el pasillo que daba a un salón enorme—. Creo que solo nos visita un ratón por esta región para llevarse nuestros dientes.

—Oh, es verdad —respondió el hada, pensativa—. Pérez está de vacaciones por estas fechas y yo lo reemplazo.

—Entiendo —dije, y agradecí que no hubiera sido un ratón gigante el que irrumpiera en mi oficina a pedir ayuda.

¡Para un poco, Elisa!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora