Eres tú, la mataste.

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—Yo lo hice.—afirmé. Todos a mi alrededor se sorprendieron, mi mamá expresaba decepción al igual que mi padre y mi mejor amiga...lo sabía. Ella lo supo todo el tiempo.

Todo empezó el día que su hermana enfermó. La internaron, estuvo en coma por días y los médicos estaban perdiendo la esperanza. Todo el colegio apoyó a mi mejor amiga, yo no sabía que decirle. Las palabras de aliento se encerraron en mi garganta. Quería ayudarla, quería que estar ahí para ella y hacerla sonreír. 

Pero me detuve. Todo se detuvo para mi. Todas las personas ya habían hecho eso mucho antes que yo, ¿qué podría hacer? Se había alejado. Consiguió el consuelo que necesitaba y me dejó de lado. Entonces estuve sola, no había nadie para mi.

Quise gritar, sentía un dolor acumulado en mi pecho. Impotencia, ignorancia, soledad y...envidia. Ella lo tenía todo. Tenía a las personas a su alrededor, diciéndole lo mucho que la querían. Abrazándola. Su hermana estaba mucho mejor, había escuchado que ya estaba de vuelta en su casa. Sí, lo tenía absolutamente todo. 

¿Y yo qué? Nada y dolió. Hasta no poder más.  Me cansé, fui a mi cuarto y grité. Tiré todo al suelo, no me importaba nada. Rompí los retratos de mis padres. Mentiras, no estaban allí ellos si no sus mentiras. Yo no era la chica que lo tenía todo, nunca más lo sería. Arrojé una almohada contra el espejo pero no se movió ni un poco. Esto me enojó aún más. Quería que las cosas fueran como yo quisiera. Fui hasta el espejo y con toda mi ira, lo golpeé. Dos, cinco, ocho golpes sin dejar que el dolor y ni la sangre me parara.  

Destrocé cada parte del espejo y lo vi allí, ese pedazo de lo que era el espejo, aún intacto. Lo levanté y me observé. Busqué por cada rincón pero no vi nada, no estaba ahí. Necesitaba encontrarme. Mi cabeza palpitaba, me pedía a gritos sentirme, sentir algo. Bajé el trozo de espejo y lo apoyé en mi muñeca. ¿Será la manera adecuada? Ya no quería pensar más, quería actuar. 

Pero me detuve a tiempo, la puerta de mi cuarto se había abierto. Alguien había entrado. Con su cabello bien planchado, sus pestañas enchinadas  y sus labios bien rojos. Bonita como siempre, bonita como lo sabía ser. Era yo. Ese era mi yo antes que todo esto pasara. La necesitaba de nuevo. Mi seguridad estaba ahí. Mi mente solo murmuraba esa oración. Clava eso en ti, debes recuperarte. Así que lo hice, me acerqué rápidamente y se lo incrusté en el cuello. 

No volví, no era yo la que estaba en el suelo bañada en sangre. No volví. Era mi hermana, pero más que volver, se había ido. La maté. Mi mente estaba en shock. Corrí al baño, abrí la puerta en un segundo y me metí en la bañera. Dejé correr el agua sin preocuparme de que rebalsara. Ésta se volvió un tono rosa cuando me dí cuenta de lo que había hecho. Era todo mi culpa, esta vez si había perdido todo. Estaba perdida. No me imaginaba como contarles a mis padres lo que había hecho. Pero...¿quién podría creer que una chica de dieciséis años había asesinado a su hermana? Era poco probable. Podría hacerlo pasar por un secuestro y listo. Sonaba fácil, pero no lo era tanto. Llevaría ese cargo de conciencia por el resto de mi vida, me atormentaría cada noche al intentar dormir. Había cometido un gran error pero no estaba lista para admitirlo del todo.

Hice lo que pude. Envolví su cuerpo con mis sábanas blancas, la subí a cuestas y con un poco de dificultad logré meterla dentro de una carretilla y la llevé lo más lejos que pude de mi casa. Caminé y caminé. Todo estaba oscuro y siniestro. No había nadie afuera. El frío lastimaba pero no paré hasta encontrar un gran basural, excave un poco entre todas esas bolsas que largaban un hedor espantoso. La arrojé entre medio y volví a poner todo en su lugar. Lo siento, le hablé por última vez, no estuviste en el lugar indicado

Cuando llegué a casa, limpié el desorden que había causado. Pegué los cuadros con cinta. Ordené todo en tres horas pero me faltó algo. Al espejo lo había perdido, al igual que a esa persona con la que había compartido demasiados momentos felices. Me dejé llevar y por primera vez de hace tiempo, lloré. Mis lagrimas cayeron silenciosas hasta que el sueño las ganó.

Al otro día mi mamá me levantó con la noticia de que mi hermana no había vuelto. Nos sentamos en el sofá luego de comer, a esperarla por horas. Las horas se convirtieron en días, los días en semanas hasta que lograron encontrar su cuerpo. Estaba totalmente putrefacto. Envuelto en mis sábanas. Y no tuve más remedio que llorar, no porque me sentía mal, si no porque tenía miedo de ser descubierta. 

Durante el velatorio, la chica que sabía ser mi mejor amiga se acercó. Me tomó la mano. Estuve por sonreír pero me contuve. Ya no era lo mismo, ella no me necesitaba, ni yo la necesitaba a ella. Solté su mano. Su rostro mostraba confusión. Y deseé con todo mi ser que le pasara lo mismo que yo pasé. Entonces me alejé. La dejé sola. Me fui a buscar consuelo en otros lugares como ella lo había hecho y me sentí feliz.

La felicidad me duró hasta el día de hoy. Sentada en el estrado, frente a mi familia y amigos, frente a nuestro abogado. Al lado del juez y yo habiendo ya jurado contar la verdad. Estaba siendo presionada. No quise hablar pero ya estaba completamente nerviosa. Ella abrió los ojos como platos. Se dio cuenta de lo que esta pasando. Abrió la boca y susurró algo que solo yo entendí. Eres tú, la mataste.

Y respondí en voz alta. Este es mi fin. Sonreí porque por un lado había conseguido lo que quería aunque tuviera mis consecuencias luego, mi felicidad había vuelto. Estaba completa, me sentí yo de nuevo.

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⏰ Última actualización: Apr 13, 2017 ⏰

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