9. En el valle de las putas

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Pasaron lentamente tres días de viaje en los cuales fueron alcanzados por los hombres del guerrero. De boca de Shem supieron que Minkah sí había llegado a lo que quedaba del campamento, hizo una revisión exhaustiva que murió al ver la ausencia de cualquier mujer.

—Beatalyn, deja de babear. Despierta—murmuraba Erenn en su oído. Ella bostezó abriendo los ojos. Era de noche, y habían cabalgado desde el amanecer—Ya llegamos.

Entornó los ojos intentando ver el horizonte. Reconoció en la lejanía una serie de construcciones iluminadas. Parecían estrellas amarillas en la oscuridad.

—¿Qué lugar es? —le preguntó. Erenn estaba comiendo semillas.

—¡Bienvenida a Ecante! O mi nombre favorito, ¡El valle de las putas! Lo más parecido a un hogar para Erenn y para mí—respondió Paki a su lado, cabalgando plácido a su caballo. Beata lo miró con evidente desprecio.

Erenn le lanzó a la cara un puñado de semillas.

—No le des ideas para que me vuelva a joder, ¿Qué te pasa? —Erenn resopló—¿Y te haces llamar mi amigo?

Beata se estiró entre los brazos de Erenn no queriendo moverse de allí, por muy molesto que le resultara el nombre del valle y Paki.

—Es mejor que lo sepan ya—replicó el de cabellos dorados. Beata observó a su amante a la espera de una explicación.

—Lo verás—respondió el guerrero nervioso.

Apenas llegaron al valle, que era un pequeño poblado en la parte baja de una montaña, iluminado con antorchas y lámparas de aceite, hasta le pareció demasiado bonito para ser un montón de repugnantes prostíbulos. En un pestañear se vieron asediados por un grupo enorme de mujeres y niños. Todos corriendo alrededor de los guerreros.

Beata observó atentamente a los hombres salvajes bajándose de sus animales para abrazar a los aldeanos. Al parecer, la mayoría eran familiares de los soldados de Erenn, que indiferente, movió el caballo entre la multitud con la princesa asombrada por la calidez del lugar. Sin querer, notó que algunas mujeres se quedaban mirándola con distintos sentimientos, pero perdió importancia cuando Erenn se detuvo bruscamente.

Al girar la cabeza hacia él, vio cómo su semblante estaba dividido entre la sorpresa y otro sentimiento que no comprendía. Figuraba que tenía la vista fija en alguien específico de entre toda la gente. Beata se obligó a no darle importancia. Tras atravesar las calles, pararon en lo que parecía el centro de la aldea. Era un espacio grande dónde las casas alrededor daban una forma redonda a la rudimentaria plaza.

Erenn la bajó del caballo, también la presentó como su mujer a todos los que se les acercaban a saludar. Se sentía engrandecida. En un parpadeo la plaza se llenó de música, alegría y vida, ya que celebraban la llegada de los varones de Ecante. Bailaban y gritaban a su alrededor. El festejo era tal que Beata se mareó por tanto ruido feliz. Lo molesto era la ropa tan pequeña y vulgar que usaban las mujeres.

Según Erenn, muchas eran prostitutas, y a pesar de eso, esposas de sus hombres, cosa que le costaba comprender porque, ¿Cómo alguien con aquel oficio podía tener una vida ordinaria? ¿Cómo ellos aceptaban el trabajo de sus mujeres? A ella no le enseñaron nada parecido.

Los cuatro se acomodaron en torno a una fogata. Beata aprovechó para sacarse de encima todas las telas, y suspiró tocándose el cabello. Un baño le sentaría de maravilla, odiaba tener que pasar días enteros sin asearse, no era capaz de levantar los brazos, aunque todos parecían ignorar tanto hedor.

Comieron los alimentos que les ofrecían algunas ancianas. Los guerreros eran bastante queridos allí, y Beata no sabía cómo sentirse al respecto, pero devoró la comida sin tanta delicadeza, había pasado tiempo desde que probó algo decente; Erenn y sus hombres cocinaban cualquier porquería que se les cruzaba al frente.

El abrazo del guerrero|COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora