Capitulo V - Revelaciones

180 8 4
                                    

Estaba cubierta por una absoluta y asfixiante oscuridad. Mi cuerpo ahora era inexistente, o al menos, ya no lo sentía. Sólo podía escuchar a lo lejos el eco de una mujer, tan distorsionado, que apenas lograba entenderlo.

—No llores —decía—. Todo saldrá bien.

Poco después el sonido lento y chirriante de una puerta lo acompañó, luego, todo se iluminó llevándome a un tiempo atrás como si estuviera reviviendo un recuerdo.

•••

Cuando cerró la puerta, me acerqué a ésta y logré escuchar como por todos los medios posibles intentaba calmar al hombre, pero lamentablemente, eso ya se había convertido en un monstruo.

—¡No hagas eso, por favor! —exclamó la mujer, con pánico.

—¡¿Te gusta?! ¡Muere! ¡Muere! ¡Maldita perra! —gritó segundos después el hombre, con odio.

El sonido de unos golpes se escucharon, y siguió así, hasta que los golpes ahora salpicaban. Mientras que el llanto de la mujer no perdía la fuerza, o tal vez, solo se había quedado clavada en mi cabeza. Lo cierto es que perdía poco a poco su vida, pero para él eso no era suficiente.

Un disparo fue el sonido que me confirmó lo inevitable.

En ese momento di un pequeño salto, pero sin quitar mi oreja de la puerta en ningún momento. Mientras que ahora mi mirada se había quedado clavada en el completo vacío. No entendía lo que había pasado hace apenas unos segundos, o solo tal vez, mantenía mi mente en blanco porque no quería entenderlo.

El lugar había quedado en penumbras, o al menos, así lo percibía mi inocente mente. El sonido de los gritos, llantos y súplicas de mi madre, ahora se habían convertido en algo más silencioso que el mismo silencio.

Mientras que aquel hombre apenas unos gemidos de cansancio lo delataban. Mientras que, solo unos segundos fueron suficientes para que retomará su cacería. Sus pisadas eran claramente audibles, que se escuchaban tan nítidas en mi oído como advirtiéndome lo que pasaría si no escapaba de una vez por todas. Pero ya era muy tarde.

—¡Jill, abre! —ordenó el hombre sacándome de mi shock—. ¡No te haré daño!

Me despegué de la puerta dando fuertes y torpes pasos hacia atrás, provocando que me cayera, pero tan rápido como latía mi corazón, me incorporé y corrí hasta el único lugar donde me sentía segura. El armario.

—¡Vamos! —insistía el hombre—. ¡Abre de una vez, mi dulce Jill!

Pero como veía que de mí no había respuesta, frustrado y con ira disparó a la perilla y de una patada abrió la puerta. Al mismo tiempo, mis manos ya habían cubierto mi boca para que ningún sonido proveniente de mí me delatase.

Mientras que el hombre se posó justo enfrente del armario, fingiendo buscarme, mirando a todos los posibles escondites con una macabra sonrisa, mientras que sus ojos permanecían abiertos todo el tiempo como si no fuera necesario parpadear, y cuando se aburrió de seguir fingiendo, con sarcasmo dijo.

—¿Dónde estás, pequeña traviesa? No te haré daño, bueno, no mucho. Sé que tienes miedo pero no hay porqué temer, estoy seguro que hasta te gustará. Además, sé también donde te escondes, mi dulce Jill, desde aquí escucho tus latidos.

Giró su cabeza al armario con su sonrisa aún intacta y los ojos bien abiertos, como evitando perderse lo que vendría a continuación cuando lograra atraparme. Primero tronó su cuello inclinándolo a la derecha, después, se acercó y abrió el armario de golpe.

Recuerdos OscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora