Avalancha. Parte I

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Era un espectáculo asombroso: ver a la magnífica bestia descender en picada, arrojando aquella llama que calcinaba todo a su paso, habría bastado para robarle el aliento a cualquiera.

De no haber sido por los gigantes, los dragones habrían sido la especie dominante en aquellas inmensas sabanas; feroces, rápidos como el viento, casi invulnerables, con garras capaces de rasgar el hierro como si fuera papel y con fauces que podían triturar incluso el granito, no había casi nada en Phantasya que pudiera detenerlos; ni siquiera, como Cyan lo estaba atestiguando, las murallas de aquella pequeña ciudad en medio de las Planicies Interminables.

Había empezado a verlo desde la noche anterior: fulgores repentinos que se alzaban a la distancia, hacia el sureste, y luego, con el alba, una enorme columna de un humo negro y espeso que comenzó a elevarse en la misma dirección, además de un característico olor de hierba quemada que era llevado hasta ella por la ocasional brisa otoñal que anunciaba la cercanía del invierno en aquella sabana.

Hacia el mediodía, la rubia alcanzó la cima de un ligero promontorio, uno de las docenas que sembraban el norte de las Planicies Interminables, debajo de los cuales se decía que yacían las ruinas de antiguas ciudades, cubiertas por tierra y vegetación tras siglos de abandono.

De pie en el tope de aquella elevación, de unos 10 metros de alto, Cyan por fin pudo ver lo que ya temía desde la noche anterior: la destrucción de una de las pequeñas "bourges" de las Planicies Interminables a manos de uno de los tantos peligros que acechaban en la nueva Phantasya.

El enorme dragón se lanzó en picada sobre la muralla de la ciudad, bañando con aquella llama de azul y plata, característica de una hembra, la muralla de tierra y piedras, lo bastante sólida como para resistir el ataque de un balaur o un troll, quizá incluso de un gigante, pero totalmente inútil cuando la muerte llovía del cielo.

La bestia volvió a elevarse en el último segundo, llevando en sus garras a un par de los valientes defensores, uno de los cuales se debatía tratando de liberarse de las zarpas que se clavaban en su carne, mientras el otro se retorcía también, pero en medio de la agonía de ser consumido en vida por un fuego que necesitaba más que agua o tierra para apagarse.

La sangre de la joven guerrera hirvió en sus venas, sin embargo, sabía que no podía hacer nada, estaba a poco más de medio día de marcha, y castigar así al caballo habría sido inútil si, de cualquier forma, lo único que podría hacer al llegar sería ayudar a los sobrevivientes... si es que los había.

Era obvio, no obstante, que no era la primera vez que los habitantes enfrentaban un peligro como aquel, tal como lo atestiguaban unas cuantas docenas de lanzas o más bien enormes flechas que eran disparadas desde balistas en las dos torres de vigilancia que dominaban el este y el oeste de la muralla.

Y mientras Cyan comenzaba a descender del promontorio, dos más salieron disparadas, sin embargo, una de ellas fue simplemente esquivada por la criatura y la otra se encontró con una intensa llamarada que derritió en pleno vuelo la punta de hierro forjado y redujo el asta a un trozo de carbón ardiente que cayó a tierra incendiando la hierba seca que rodeaba el asentamiento.

Era obvio que la bestia era vieja y diabólicamente astuta y se necesitaría más que valor y buenas armas para, cuando mucho, ahuyentarla. Una nueva llamarada alcanzó una de las balistas y a los hombres que la manejaban, dejando sólo una pila de madera humeante y hierros retorcidos. Otros dos promontorios similares, al norte y al sur de la muralla eran calcinados testigos de la ferocidad, la paciencia y la determinación de la criatura.

El sol comenzó a descender y Cyan sacó algo de pan y carne seca de sus alforjas para comer mientras seguía la marcha hacia la ciudad. Sus provisiones comenzaban a escasear cuando dejó a PRinç en el asentamiento älv, hacía ya casi una semana; en aquel momento se había marchado sólo con lo poco que cargaba en sus alforjas, para su fortuna, un par de días más tarde se había topado con una comuna aelf y, de inmediato, la "marca del cazador" había comenzado a brillar en su pecho, lo cual le acarreó un cúmulo de atención de los elfos, quienes la aprovisionaron bien para el viaje que le esperaba.

Pero aunque las provisiones habían sido abundantes, ya comenzaban a agotarse y uno de sus objetivos al acercarse a aquella ciudad había sido abastecerse de cara a los cinco o seis días que le faltaban de camino para alcanzar UHrb ZAmargduç, la llamada "Esmeralda del Este" y capital del Principado de HOuçç.

Cada vez más cerca, Cyan pudo ver cómo los defensores se agrupaban alrededor de la única balista aún en pie, mientras ésta se alistaba para lanzar un nuevo disparo. El proyectil salió raudo en busca del corazón de la criatura, que ya se había lanzado en picada en busca del último bastión de la ciudad, esquivando la flecha en pleno vuelo y preparándose para dejar caer su letal aliento sobre la muralla.

Incluso a la distancia y con la anaranjada luz del ocaso en todo su esplendor a sus espaldas, una nueva llamarada logró encandilar a la rubia, quien al recuperar la vista pudo ver cómo el arma había sido reducida a cenizas, mientras "llamaradas" más pequeñas se desmoronaban por la muralla, lanzando horribles gritos de agonía, que se detenían abruptamente al chocar con el piso, 15 metros más abajo.

Pero la joven guerrera sabía que aquello no había terminado; aunque la dragona se elevó lanzando un estridente rugido de triunfo, una andanada de flechas mucho más pequeñas llovió sobre ella; la mayoría de las cuales, sin embargo, simplemente rebotó en las sólidas escamas, unas cuantas más fallaron el blanco y solo una de ellas logró causar daño, si bien diminuto, lo bastante doloroso como para encender la ira de la criatura.

La solitaria saeta había hecho blanco en una de las membranosas alas, surcadas por venas que se encendían de rojo brillante cada que la criatura lanzaba una llamarada, atravesándola de lado a lado y arrancándole al diabólico reptil un alarido más de ira que de dolor.

Hasta ese momento, el ataque de la criatura se había centrado en la muralla y, por alguna razón que solo ella entendía, hasta ese momento había perdonado a la ciudad en sí. No obstante, no bien recibió el flechazo, todo cambió.

Una nueva zambullida, esquivando flechas y lanzas, la llevó sobre el centro de la ciudad, arrojando una llamarada más intensa que todo lo que Cyan había visto hasta ese momento, haciendo llover fuego y muerte sobre los ahora indefensos habitantes.

Gritos sobre gritos. Lamentos sobre lamentos. Una cacofonía comparable únicamente con la que debía escucharse en los Yermos de Nemhain se elevó de la ciudad, al mismo tiempo que la dragona volvía a cobrar altura, arrogante y majestuosa. Hermosa y letal.

Una y otra vez, la bestia se abatió sobre la ciudad y viendo el aterrador espectáculo, Cyan no pudo evitar recordar las historias que contaban Gad y meshtre Yazeff, de un tiempo en que los dragones no eran odiados sino admirados por su gallardía y ferocidad, un tiempo en el que no eran temidos sino respetados como parte del ciclo de la vida en Phantasya.

Ahora, los que una vez fueron la cima de la cadena alimenticia en aquel mundo se habían convertido en criaturas irascibles y caprichosas, que habían dejado de matar sólo por hambre o necesidad y que ahora lo hacían por diversión, por deporte o por motivos que únicamente ellos conocían.

Ymientras los gritos de agonía y muerte inundaban el silente aire de la reciénllegada noche, la hermosa rubia suspiró de resignación, avanzando lentamentehacia lo que quedaba de la una vez bulliciosa bourge, en espera de que aúnquedara alguien con vida a quien pudiera ayudar.

Phantasya. Trinidad de sombrasWhere stories live. Discover now