DEL DESPOTISMO ILUSTRADO AL NEPOTISMO SIN LUSTRE

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¿Cómo es posible que España, la metrópoli del Imperio en donde nunca se ponía el sol, haya sido tan ignorada que solo hasta que a los hispanistas ingleses les dio por investigarla no se pudo levantar un rascacielos en Torremolinos? ¿Cómo es posible que siendo el ombligo del Imperio haya vivido postergada durante siglos en la más absoluta e intolerable miseria de sus gentes? Pues, muy sencillo: porque siempre ha sido gobernada por una multinacional, tan multinacional como la mismísima Coca-Cola: el Sacro Imperio Romano Germánico y compañía (Trastamaras, Habsburgos, Borbones, condestables, podencos y arrimaos).

Tenemos que situarnos a finales del siglo XVIII para apreciar cierta evolución hacia la modernidad, con la llegada del rey napolitano Carlos III, que nos enseñó que lo del "agua va" es una cerdada y que no está mal lo de la ilustración. Y gracias a que aquel monarca venía aprendido, después de haber reinado durante veinticinco años en Nápoles; el pobre, también es verdad, que vino viudo y ciertamente melancólico. Mira que le costó a su madre, la célebre Isabel de Farnesio, llevarlo al trono de este erial celtibérico. El caso es que los reinos eran soberanía de reyes y, según se iban casando y pariendo descendencias, se iban juntando los unos con los otros hasta formar imperios. España nunca llegó a constituirse en Estado y, mucho menos, en Nación. Se intentó, cierto es, en las Cortes de Cádiz, pero es que la Tacita de Plata está más para las alegrías que para escribir estatutos. Más aún, después de lo de San Vicente y Trafalgar, que a lo más que llegó fue (amén de la desaparición de la Armada española, con su buque insignia Santísima Trinidad a la cabeza, la muerte de un auténtico patriota, Churruca, y la gloria del almirante Nelson) al descubrimiento de innumerables juegos de niños en la playa de la Caleta.

Mucho tiempo atrás, allá por el siglo que llamaron de oro, las más lúcidas cabezas ya se quejaban de la naturaleza tarambana de nuestro país. Todas esas cabezas se acogieron, a su pesar, al abrigo de una buena celda y por motivos diversos (aunque semejantes): Quevedo, Cervantes, Lope... Pero todos ellos coincidían en el diagnóstico del país: miserable irredento. Con todo, Carlos III albergaba cierta esperanza de civilizarnos; no cabe duda de que era buena gente, nos apreciaba y, sin la menor duda, fue el mejor Borbón que conocimos. Pero esa afición a cazar patos en el estanque de la Casa de Campo le perdió. Y no me cabe la menor duda de que el mejor alcalde de Madrid no leyó el Quijote (menos mal).  En cualquier caso, las Novelas Ejemplares de nuestro genio complutense habrían esclarecido la mente del melancólico napolitano y se habría cuidado de los Trastamara palaciegos. Ciertamente, los toros se ven mejor desde la barrera.

Y mira que Carolo se lo puso a huevo a su hijo Carlos IV para llevar por buen rumbo a este país. Pues no, el cornudo monarca cónyuge de María Luisa la  Cachonda, la cagó: primero, con el Príncipe de la Paz (y de la cama caliente); después con su bastardo vástago Fernando; y, finalmente, con la Carta Otorgada en Bayona que, eso sí, dejó tal vacío de poder que convirtió el erial celtibérico en un campo de batalla, acabó con las colonias americanas y destrozó los cerebros mejor amueblados del país en una dicotomía imposible: patria o ilustración. Me imagino que, desde Jovellanos hasta Argüelles (pasando por Goya), hoy lo llevarían todos ellos ante la Audiencia Nacional (que desde que ETA ha dejado de matar no tiene otra cosa que hacer que mandar a la cárcel a tuiteros, es decir, a los quevedos del siglo XXI).

Prefiero no mirar el reloj. Es tan obstinado como el corredor de fondo (¿por qué tendremos tanta prisa en llegar con lo bonito que es viajar?). Me quiere imponer la dictadura del tiempo. ¿Pero el imbécil no se habrá dado cuenta, a estas alturas, de que ya sé yo que estas son horas de dormir para, a una hora prudente, despertar pero que yo no sé distinguir entre dormir y despertar o, en cualquier caso, que me da lo mismo? Lo único que me inquieta un poco es desatender a mi gatita que, supongo yo, estará esperando el momento de arrebujarse en mi sobaco.

¿Esto qué es lo que es?Where stories live. Discover now