Capítulo 1: Su reina y su ejército

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-Esto no es justo. El otro día te tocó a ti, ahora es mi turno.
-¿En qué momento el alumno tiene el permiso de reclamarle algo a su maestro?
-En el momento en que el alumno es mil veces mejor que el maestro.- La respuesta del muchacho de ojos azules dejó en un extraño silencio a Lucían, haciendo que aquel deleiter neutral sonriera con éxito.- ¿Lo ves? Ni siquiera tienes palabras para contestarme, padre.
-Muy bien, Egon.- Dijo finalmente Lucían mientras le arrebataba las cuerdas que mantenían las alas de un Ángel capturado por aquellos dos despiadados deleiters.- Puedes terminar el trabajo sí disfrutas por los dos.
-Oh, padre.- Egon le cogió la espada que descansaba en la cintura de su padre y jugueteó con elegancia con ella.- ¿Es que hay algo más excitante que matar a un Ángel?- Lucían rió orgulloso por las palabras de su hijo mientras él se aproximaba al ser derrotado en el suelo.
Los pasos del muchacho eran firmes y silenciosos, tal y como su padre le había enseñado durante sus catorce años de existencia. Había escuchado rumores del mundo de los deleiters que él y su padre, eran una de las personas más buscadas por los deleiters angelums y también por los mismos Ángeles. Aunque Egon pensaba que esas criaturas eran tan inútiles que ni siquiera habían sido capaces de averiguar donde vivían, en una casa pérdida por uno de los barrios de la ciudad junto con su hermana mayor, Electra.
Cuando Egon se encontraba a un par de metros de distancia del Ángel inmovilizado por las cuerdas que le rodeaban, pudo reencontrarse con aquellos ojos dorados. Su hermana siempre le había dicho que en todas las miradas se esconde la esencia del individuo, pero por más que examinaba esos ojos, no veía nada. No había miedo, dolor o pena por estar a punto de morir. Fue tanta la rabia que le rodeó al joven deleiter, que antes que pudiera parpadear otro vez, ya había atravesado la hoja de la espada en el pecho de aquella hermosa criatura.
-Tú y los de tu especie…- Susurró Egon a la oreja del Ángel, viviendo sus últimos alientos.- Sois tan irritantes.
Egon había perdido la cuenta de cuántos Ángeles había matado. Sabía el procedimiento: tres respiraciones y sus alas comenzaban a brillar con tanta fuerza, que cualquier ser vivo que lo rodease quedaría cegado durante unos segundos. Las alas de este Ángel comenzaron a brillar, pero éste renunció a su última respiración para meterse en la cabeza de Egon y devolverle el susurro.
<<Sois vosotros quienes nos arrebatasteis la humanidad>>.
Seguidamente, las alas del Ángel se aletearon y abrieron paso a una ola de luz. En aquellos momentos, Egon recordó lo que le había dicho su padre que hiciera cuando estuvo por primera vez presente en la muerte de una de las mascotas de los Dioses. <<Mantente muy quieto y no olvides que es algo pasajero>>. Egon cerró sus ojos con fuerza, pero sabía que era imposible evitar que esa luz no atravesase el tejido de sus párpados y arrasará con la oscuridad de su interior. Ese es uno de los momentos más duros que tienes que pasar cuando decides matar un Ángel. La duda de quién eres asalta y te desorienta de tal forma, que una gran parte de ti desea abandonar este mundo y morir junto con el Ángel.
-Abre los ojos, hijo mío.¬- El muchacho percibió la calidez de una mano encima de su hombro derecho.- Todo ha terminado.
El joven abrió los ojos y efectivamente, todas las flores y árboles de ese bosque que se encontraban cerca del lugar dónde había muerto ese ser que provenía del Olimpo, habían muerto, atraídos por su luz celestial.

-¡Me muero de hambre!
-Para variar…
-¿Qué quieres decir con eso?
-Me refiero a que siempre tienes hambre.- Dijo Electra mientras dejaba sobre la mesa un plato de pasta bañados con una salsa anaranjada que tenía el gusto perfecto de picor.- Incluso cuando terminas de comer.
-Estoy en edad de crecimiento. Mi deber ahora es comer.- Egon cogió su tenedor y empezó a comer antes que su hermana se sentara junto con él para observarle como devoraba la comida que ella misma había preparado.
-¿Están buenos?
-Pican lo suficiente y la suavidad de los fideos es la idónea, pero…- Egon hizo que examinaba a profundidad los espaguetis que colgaban de su cubierto.- Le faltan un poco de flexibilidad.
-Come y calla.
-¿Y tú qué? ¿No comes nada?
-He comido antes.- Dijo Electra mientras miraba el reloj que colgaba en la pared de la casa de los Black.- ¿Dónde está padre? Pensé que os habíais ido los dos a pasear al bosque.
-Me dijo que fuera tirando. Tenía cosas que hacer.- Esa contestación pareció no ser lo suficientemente convincente para que Electra dejase de preguntar. Eso Egon lo sabía porque Electra había entrecerrado ligeramente sus ojos y también sabía que sí quería evitar uno de sus torturantes interrogatorios tenía que arreglarlo ya.- Nos encontramos con un perro de caza abandonado y lo llevó a la perrera más cercana del bosque.
-Papá es alérgico a los perros, Egon.- El joven dejó de comer, no porque hubiera dejado de tener hambre, sino porque su hermana le había arrebatado el plato de pasta.- ¿Dónde habéis estado?
-En el bosque.
-¿En el bosque haciendo qué Egon?
-Pasear.
-¿Y de paso habéis cogido flores por el camino?- El muchacho se quedo callado, manteniendo la mirada firme a su hermana mayor. Aunque como era de costumbre, aquellos ojos azules más intensos que los de Egon, siempre terminaban ganando.- ¿Habéis vuelto a cazar deleiters?
-Ya no hay deleiters por ese bosque.- Egon no pudo evitar no mostrar una sonrisa divertida, recordando como su padre sostenía un deleiter transport mientras Egon mataba a su hija, una deleiter neutral de apenas tres años que no dejaba de llorar.- Creo que les ha quedado claro de una vez por todas que no queremos a deleiters que idolatran a los Dioses.
-Ha sido un Ángel ¿verdad?- Electra se levantó de la silla, acercándose a su hermano pequeño con el rostro crispado.- He escuchado rumores en la ciudad. Los deleiters han visto una luz que provenía del bosque y han avisado a los deleiters angelums para que investigaran.
-Oh, sí…- Egon extendió su mano y recuperó su plato de espaguetis.- De esos también nos encargamos padre y yo. Fue bastante aburrido.
-¿Y lo dices así, tan tranquilo?- Electra volvió a coger el plato de comida de su hermano pequeño y lo alejó de él, haciendo que Egon frunciera el ceño.
-¡Eh! ¡Todavía no he terminado!
-Egon, basta.- La muchacha volteó la silla dónde se encontraba sentado su hermano y lo colocó mirando hacía su dirección. Electra se agachó hasta quedar a la altura de los ojos de su hermano y con sus manos cogió el rostro del muchacho.- No puedes seguir con esto.
-Electra…
-¡No, Egon, no!- El joven pudo ver como los ojos de su hermana comenzaban a llenarse de lágrimas.- He viajado al futuro, Egon… A un futuro no muy lejano ¿y sabes que he visto?- El muchacho negó con su cabeza, pero no intentando contestar a la pregunta de su hermana, sino queriéndole decir que no quería saber el futuro que había visto con sus ojos.- Nada. ¿Sabes qué significa eso?
-No quiero saberlo.
-¡Me da igual que no quieras saberlo, Egon!- La muchacha se levantó del suelo y Egon se reincorporó de la silla, asustado y sin saber cómo actuar.- No hay futuro para nosotros, Egon, porque pronto estaremos muertos. Sí seguís así, actuando como unos asesinos, luchando por intentar cambiar algo que es irreparable, no quedará nada de los Black. ¿Es eso lo que quieres? ¿Quieres vernos morir a papá y a mí?
-¡NO!- El chico cogió la silla dónde había estado sentado y la empujó al suelo con una patada limpia.- ¡Basta!- Egon se llevó sus manos a sus orejas y cayó al suelo de rodillas.- ¡No quiero eso! ¡Páralo!
Ante los gritos del muchacho de catorce años, Electra cedió y se dejó caer de nuevo al suelo, junto a su hermano para abrazarlo. Egon le devolvió el abrazo al momento y dejó que su hermana acariciase su cabello oscuro, el cual caía muy cerca de sus hombros y a veces escondía sus ojos azules. El niño notó como su hermana intentaba no llorar, pero por esa única vez, no lo consiguió.
-Hablaré con papá… No llores más, por favor.- Pero cuando más le prometía Egon, más aumentaba la desesperación de Electra.- No lo volveré a hacer. Te lo prometo, Electra. Deja de llorar.
-¿Lo juras?
-No volveré a ir de caza con papá.- Egon se separó del cuerpo de su hermana y limpió sus lágrimas.- Te lo prometo.

El diario de una manzana podridaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora