II

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El coro de voces repetía que una y otra vez hechizado, que lo había manipulado y que estaba siendo controlado. Sabía la verdad, pero el sonido multiplicándose a su alrededor hacía eco en su mente, nublando sus pensamientos e intentando confundirlo. Aleksei no era malo, nunca lo había sido. Podía ser aterrador, ser cruel e incluso inhumano muchas veces; pero nunca un ser maligno. Sus intenciones eran vivir en paz, lejos de los humanos y lejos de los hechiceros.

Fue una mala suerte que se enamorase de uno.

También fue una mala suerte que Demitre le amará con todo su corazón, que se entregase en cuerpo y alma. Porque ahora serían separados por la eternidad. Eso dolía más que los golpes, laceraciones y hechizos que picaban su piel.

Intentó alejar las voces de su padre y compañeros de aquelarre, ignorar las ataduras que le mantenían erguido cuando deseaba hacerse un novillo y dormir para siempre. Su cuerpo estaba adolorido, sangrando y demasiado débil para resistirse a ser acomodado.

Había estado inconsciente cuando lo sacaron de su cama, de su casa, pero había retomado la consciencia antes de ser colocado en la picota. Claro que lo habían golpeado y haciendo que sangrara, pero se había negado a entregarse como una víctima pacífica. Aleksei no hubiera terminado de esa manera, su demonio seguro moriría en la lucha, dando hasta lo último de sí mismo.

Morir como un valiente, como un guerrero.

Pero Demitre nunca había sido ni un poco valiente. Por más que su complexión hablase lo contrario, por más que creyesen que era un guerrero. No lo era. Siempre había sido un hombre de paz y calma, de mantenerse preparando las tierras y alimentando animales. La magia solo había sido una agradable casualidad.

Sus ojos se entreabrieron al escuchar pasos acercándose. Las voces habían terminado de murmurar, dejando un silencio tétrico.

Notó casi con burla que se encontraba en el centro de reunión del aquelarre. La gran y vieja catedral, un monumento a lo que había sido en algún tiempo la magia. Un monumento de todo el daño que había causado la hechicería al mundo, las muertes y los pueblos desaparecidos por una guerra absurda contra los seres oscuros. Nada por lo que estar orgullosos. Para su padre era el centro de todo poder mágico, pese a que los mortales habían dicho una y otra vez, que deseaban derrumbarla.

Era lógico que lo llevara a ese lugar. Seguro su castigo sería usado como ejemplo para los más jóvenes del aquelarre, aquellos que creían que podían regresar a sus hogares cuando habían sido dados por muertos. Aquellos que creían que la magia era cosa de demonios.

Suspiró al sentir el olorcillo del incienso, que le hacía pensar en el hogar y en su madre. Parpadeó al ver una imagen brumosa de color amarillo formarse en su nublada mirada, hasta que pudo enfocarse. Las antorchas eran preparadas, no había duda de lo que le estaba esperando.

Por un momento creyó que su abuelo vendría a buscarle, le salvaría de ser asesinado de una manera tan cruel.

Era una locura.

Se encontraba rodeado por los hombres mayores en la túnica ceremonial, todos con los rostros cubiertos por una máscara negra. No necesitaba ser un genio para darse cuenta de que había sido desnudado, que seguro estaba a punto de ser asesinado gracias a las marcas que adornaban su pecho. Sería un sacrificio más en la lista, un impuro que no daría más que lástima.

Cerró los ojos con fuerza, no iba a llorar por lo perdido. Era un desperdicio de tiempo y esfuerzo. Además, ni siquiera sentía su magia, por lo que seguro lo bloquearon para evitar que intentara salvarse. No había nada que hacer. Solo esperar que el hechizo que se había lanzado, antes de ser golpeado en su cama, siguiera surgiendo efecto y Aleksei no sintiera su pena.

"Prohibido"Where stories live. Discover now