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Tres golpes suaves bastaron para despertarla de un sobresalto.
La habitación estaba a oscuras casi por completo, salvo que por una línea pálida de luz que se colaba por donde las pesadas cortinas de terciopelo se unían. Por un momento no tuve idea de dónde estaba. Esta no era una sensación nueva para ella, ya que casi todos los días se despertaba en una cama diferente.
Se las arregló para alcanzar el interruptor de la lámpara de noche y todo se volvió un poco más claro: el escritorio de caoba con perfil blanco donde había dejado su computadora portátil; el sillón floreado y el sofá beige enfrente de la cama, completamente cubierto de ropa; el parqué claro que hacían aparecer todo radiante y acogedor. Sí, estaba claro que era una habitación de hotel de lujo, pero incluso esto no fue suficiente para despejar la incertidumbre. Echó un vistazo más allá y finalmente se tranquilizó: decía a menudo, más o menos bromeando, que su casa estaba donde estaban sus zapatos y obviamente tampoco aquel día ellos la habían abandonado. Las zapatillas slip-on de color rosa, con sus largas franjas de gamuza y las cejas impecables, sobresaltaban entre los demás, guiñándole un ojo como si estuvieran deseándole un buen día. Muy bien, entonces estaba en casa: ahora sólo tenía que averiguar en qué ciudad del mundo.
Empujó a un lado las sábanas y se levantó. Tembló de frío con su baby-doll de seda rosa con los bordes encajados de color gris paloma y se puso la sudadera gris con la capucha que había dejado a los pies de la cama la noche anterior, antes de caer – o, como diría Fede, de colapsar – en un sueño profundo por culpa del jet-lag. Se dirigió hacia la ventana y abrió las cortinas que, como si fuera el escenario de un teatro, revelaron la vista impresionante de las agujas de la catedral salpicadas de nieve. Se quedó allí mirandolas por un instante, pero cuando oyó tres golpes más en la puerta, finalmente corrió a abrir. La visión de un carrito con cestas, platos, cubiertos y tazas humeantes, la sonrisa agradable del camarero gentil que lo empujaba y su “Buongiorno, signorina Chiara come sta oggi?”, junto con la conciencia de estar en Milán, la pusieron definitivamente de buen humor.

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Hey squad! Gracias por leer! Espero que habéis disfrutado el primer capítulo. Por favor, no dudéis en votar y comentar.
¡Y me gustaría saber qué pensáis que hará Chiara en sus últimas horas en Milán! :-)

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